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El favor de la sirena (Denis Johnson)

Es evidente para usted que mientras escribo esto no he muerto. Pero puede que sí cuando lo lea.

Así finaliza, Triunfo sobre la tumba, el cuarto de los cinco relatos que conforman El favor de la sirena. Denis Johnson (1949-2017) tenía cáncer y sabía que iba a morir. Cuando el lector tiene este libro entre sus manos Denis ya ha muerto. La pregunta que me hago es cómo se enfrenta uno a la muerte cuando es escritor. Igual que los demás, supongo, pero la duda es si ante esa tesitura, sabiendo que el final está ahí mismo, si aún le quedan a uno ganas de escribir, lo hará llevado por el resentimiento, el amor, el odio, la complacencia, la ternura…

Denis Johnson

Denis Johnson

Cuando uno lee estos cinco relatos se imagina un letrero luminoso, con la palabra esperanza, donde todas las letras están fundidas. Denis no escurre el bulto, no se deja llevar por ensoñaciones y lo que ofrece es triste a más no poder. En sus relatos abunda en la enfermedad, sea el cáncer o el alzheimer (ahí queda Liz, mujer con Alzheimerm, que sin memoria y sin identidad, se refiere a todos con un Hola, desconocido), también en la decrepitud, en el efecto que las drogas y las medicaciones operan sobre los reclusos y los internos de centros psiquiátricos. Denis en los relatos pone el acento, o más bien el punto final, en todos esos personajes que pululan por los relatos y van muriendo páginas después. Hay muerte y conmoción, cuando aparece el atentado y caída de las torres gemelas. Denis aborda también su labor como escritor, como crítico, como profesor de talleres literarios. Literatura que (le) sirve para poco, para vivir en todo caso y morir como el resto.

Disfruté mucho en su día leyendo Árbol de humo, que me pareció un novelón. Otro tanto con su novela más breve Sueños de trenes, pero con estos relatos he tenido la sensación de no formar parte de nada de lo referido, por mucho que haya ahí circunstancias que nos atañen a todos y por mucha pena que pueda darnos el saber que este libro Denis lo escribió en las últimas, pues los relatos creo que tienen muy poco fuelle y se dispersan tanto que cunde el desinterés, resultándome plomizos.

Literatura Random House. 2018. 190 páginas. Traducción de Javier Calvo.

Árbol de humo (Denis Johnson)

Árbol de humo (Denis Johnson)

Denis Johnson
Mondadori
598 páginas
2008
Traducción: Javier Calvo

Después de haber leído y disfrutado con Sueños de trenes de Denis Johnson (un tipo que sin llegar al rigor de Pynchon gusta de permanecer oculto, a fin de que sean sus textos literarios los que hablen por él. Lo cual por otro lado es lo lógico si uno se gana la vida escribiendo y no a acudiendo a fiestas, televisiones, promociones, ágapes y demás variantes publicitarias), me pareció una buena opción dedicar mi tiempo, casi un mes, a leer este libro por el que Denis Johnson recibió el National Book Award en 2007.

De Árbol de humo sólo sabía que guardaba relación con la Guerra de Vietnam. En la portada aparecen dos niños de edades parejas, cargando uno al otro, uno con casco, el otro no. Podía haber optado Denis por poner a algún soldado americano, alguna bandera de barras y estrellas en la portada. No. Los tiros no van por ahí.

Árbol de humo es un libro sobre la guerra pero sin guerra o sin guerra explícita, o con una guerra que está en sordina, como un eco, o un murmullo lejano, pero que al mismo tiempo es una guerra que hace mella en la mente de los soldados americanos, volviendo a estos enfermos, violentos, vengativos, primarios, salvajes, devolviéndolos a la oscuridad, porque lo que viven y sufren no es una guerra, sino más bien una enfermedad, una epidemia

Durante 600 páginas no hay nada bélico, más allá de que a un sargento americano una bengala enemiga lo haga trizas.
La guerra para los soldados americanos es ir de putas, visitar cuanto prostíbulo se cruce en su camino, liarse a mamporros en un bar con unas cuantas copas de más.

En ese lodazal, en ese campo de exterminio moral, se encuentran a sí mismos, para luego perderse de nuevo en sus bajezas. En un territorio sin fronteras morales donde todo, o casi todo, les está permitido, dueños de un magma de libertad y desenfreno, donde experimentar experiencias impensables en sus ciudades de origen, e ir dando tumbos, entre perplejos y furibundos, sabiéndose en el punto de mira de algún vietnamita cabreado, sin otro objetivo que barrerlos del mapa.
Situaciones tan extremas son las que viven, que reforzarán los lazos entre todos ellos, creándose hermandades y una sensación al volver a casa de vacío, de hastío, donde todo es tan cómodo y placentero como fútil, ñoño y vacuo, así que no debe extrañarnos que cuando uno de estos jóvenes soldados llame a su casa, después de un mes sin que su madre tenga noticias suyas y le pregunte que sufrió mucho al no saber si durante todo este tiempo estaba vivo o no, el hijo no sepa muy bien que responderle, pues no tiene claro si está vivo o no.

La narración se articula sobre historias personales como la del Coronel, un trasunto de Kurtz, que libra las guerras a su manera, a su bola, un soldado que aspira a ser erudito y dilapida su tiempo leyendo a Cioran y Arendt, confraternizando con los nativos. A su lado, su sobrino, Skip, un hombre de letras con aspiraciones bélicas, que se adapta al papel de espía, corriendo toda suerte de aventuras hasta su aciago final. Respecto a los soldados tenemos a Bill y a James, que muestran lo tocados que vuelven del frente, incapaces luego de llevar una vida normal, una vez que el virus del mal haya entrado a formar parte de ellos, en esas tierras lejanas.

Me gusta el libro de Denis porque rehúye cualquier tópico relativo a la guerra de Vietnam. Ya saben, todo aquello que poblaba las pésimas películas de Chuck Norris y Rambo.

No busca (o yo no lo encuentro) Denis lo efectista, ni lo sensiblero, ni recurre a lo fácil, que sería plagar el texto de explosiones, cuerpos mutilados, violaciones en masa, americanos sádicos y vietnamitas enojados. No. Algo de eso hay, pero como una segunda capa, más bien un escozor, una molestia, un sarpullido, que una herida sangrante.

La premisa es que toda guerra es una tragedia, donde todos pierden. Los que ganan también. Y esa reflexión es la de Denis (presentar un estado de guerra que provoca la enfermedad del alma en todos los que la sufren), engalanada con memorables diálogos, chispeantes, ocurrentes, hilarantes incluso y unas descripciones de los lugares por los que se mueven los personajes con las que uno entra a saco, con todos los sentidos.

Si de muchas novelas uno tiene la sensación de que han sido escritas a vuela pluma, en otras, uno siente que hay un trabajo detrás, cierta decantación en el texto, cierto equilibrio, cierta armonía. Todo esto es lo que convierte Árbol del humo en un texto deslumbrante, complejo, árido a ratos, pero muy gratificante. Un libro que me convendrá tener siempre a mano, porque creo que una lectura no es suficiente, para sacarle todo el jugo.

Esta reseña es pues poco más que una aproximación, un texto periférico, donde levantar acta en todo caso de una lectura que deja huella.

Os dejo algunos párrafos que me han gustado.

Eso es lo que te da la guerra. Una familia más intensa que la de la sangre. Luego uno vuelve a la paz, ¿y qué le queda? Enemigos que te apuñalan por la espalda en la oficina de al lado.

-¿No quieres visitar tu casa?
-Esta guerra es mi casa.
-Bien. Si vas a casa terminas jugando al solitario hasta que todo el mundo se harta. Baraja tras baraja. Sentado junto a la ventana.
-El noventa y nueve por ciento de la mierda que me pasa por la cabeza a diario va contra la ley – dijo uno ellos-. Pero aquí no. Aquí la mierda que me pasa por la cabeza es la ley y nada más que la ley.
-Tienen teorías de guerra, tío. Teorías. No lo podemos tolerar. Es intolerable. Tenemos una misión. No es una guerra. Una misión.
-Moverse y matar ¿verdad?
-Lo pillas. Este hijoputa lo pilla.

Pero yo no estoy luchando por Estados Unidos. Estoy luchando por Lucky y por Hao y por gente como tu cocinera y tu ama de llaves. Estoy luchando por la libertad de individuos de carne y hueso que viven aquí en Vietnam. Y eso me rompe el corazón, Skip.
-¿Cree usted que realmente vamos a perder?¿Es eso lo que piensa, en resumidas cuentas?
-¿En resumidas cuentas? -A su tío pareció sorprenderle la expresión-.En resumidas cuentas creo..que nos perdonarán. Creo que pasaremos una temporada larga dando tumbas en la oscuridad y parte de lo que hayamos hecho aquí nunca se arreglará, pero se nos perdonará. ¿Y tú qué? ¿Tú qué crees, Skip?.

Y al final siempre queda una puerta abierta, para la enmienda, para la esperanza, para la salvación. Por eso el libro finaliza con esta frase:

Todos serán salvados.

Amen, pues

Sueños de trenes

Sueños de trenes (Denis Johnson 2015)

Denis Johnson
2015
Mondadori
137 páginas

Mi primera aproximación al mundo de Denis Johnson ha consistido en leerme esta novela suya recién publicada titulada Sueños de trenes, en inglés Train Dreams. A novella.

Sueños de trenes son apenas 137 páginas que uno despacha en poco más de dos horas. Una lectura que me ha entretenido.

El protagonista absoluto de la historia es Robert Grainier, casado y con una hija pequeña, que se gana la vida construyendo puentes de madera que serán atravesados por trenes, mientras concluye la I Guerra Mundial. Si avanzo algo más del argumento, el libro lo destripo y no me place, así que paro aquí.

He leído que Denis era heredero de Bukowski. Cierto, ambos comparten una «e» en el nombre. Nada más.

La prosa de Denis Johnson es limpia, pulida, natural. Nos detalla con esmero los paisajes boscosos, el vientre de las nubes, el ulular de las aves, su lujuria desatada (la de Grainier), los acontecimientos funestos que se ceban con nuestro protagonista, su quehacer diario, las bondades de una vida sencilla.

No falta el toque de humor absurdo como la conversación que Robert mantendrá con un señor al que un perro le ha disparado. Ni tampoco quedan de lado las cuestiones morales, aquellas que tienen que ver con la conducta, con la dignidad, como el hecho de dejarse el jornal por el tunel de las piernas de alguna bacante o de mamarse a diario, porque Robert en ese sentido es un ermitaño sobrio, casto y de una pureza radiante (y espero que contagiosa). O los remordimientos que le acosan una otra vez, como cuando Robert y cuatro descerebrados como él estuvieron a punto de tirar un Chino puente abajo por una tontería.

Ademas, el protagonista tiene una vida dilatada, que le permitirá ir desmigando el pan nuestro de cada día durante ocho décadas. Tiempo más que de sobra para acabar descoyuntado de tanto talar árboles, en el manejo de la hacha. Y contarnos un montón de anécdotas divertidas unas y tétricas otras como la que tiene que ver con William Coswell Haley.

En fin, que creo que seguiré leyendo algo más de Denis. No sé si será Hijo de Jesús o Árbol de humo. Ya os contaré.