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Dama de Porto Pim (Antonio Tabucchi)

Dama de Porto Pim, de Antonio Tabucchi (con traducción de Carmen Artal Rodríguez) se publicó hace cuatro décadas en Italia. Es un relato de viajes breve (apenas cien páginas) que nos lleva a las Azores. Tabucchi cifra el declive del archipiélago. Los más, han buscado trabajo en otros países y los pescadores de ballenas y las ballenas parecen ser el vestigio de un mundo casi abolido.

No es un libro de viajes al uso, más bien un cajón de sastre en el que el autor lo mismo echa mano del reglamento que establece en su articulado cómo proceder a la caza de las ballenas, como nos brinda un relato sobre un amor imposible.

No faltan los elementos topográficos que presentan vívidamente la semblanza de las islas, algunas de ellas de carácter volcánico; o la mención a textos de Alberto I de Mónaco, de Jules Michelet, de carácter ballenero, o recupera la figura del poeta Antero de Quental.

La lectura se convierte aquí en un viaje sorprendente, errático, y a ratos embriagador.

La lectura la consumé en la Biblioteca pública Sánchez Díaz, en Reinosa.

Muy bueno.

La vida pequeña * El arte de la fuga

La vida pequeña * El arte de la fuga (J. Á. González Sainz)

Hace unos meses leí Viaje a Italia de Guido Ceronetti, el epílogo iba a cargo de J. Á González Sainz. El italiano en ese texto despotricaba de los males que le aquejaban en su periplo, a saber, el ruido vomitado por todas partes, la ausencia de silencio, la ignorancia rampante, la mala educación de los circunstantes, etc.

Leyendo ahora el libro de José Ángel González Sainz, encuentro cierto parecido entre ambos textos, un espíritu o ánimo común, que los aboca a ser -en el escrutinio de la realidad- unos aguafiestas, a no querer vendernos la moto de que estamos en el mejor de los mundos posibles, y a poner el acento en todo aquello que falla y es susceptible de ser corregido. Y para este menester el autor cuenta con un nutrido grupo de palabras, muy bien elegidas, formando frases bien hechas, cumpliendo pues con su propósito, que es a su vez una necesidad.

El autor anima a mirar hacia el interior de nosotros mismos, a tomarnos nuestro tiempo y nuestra distancia, en un repliegue que podemos pensar que se encamina hacia el interior, pero no, porque no consiste en huir de la realidad (no es este un Manual de escapología como el de Antonio Pau) sino en ir hacia la realidad, hacia una vida más pequeña (nada en exceso, nada en demasía) y una experiencia más plena, más consistente, y manejable, con mayor conciencia de nosotros mismos (pero sin embriagarnos de tanto libar en nuestra identidad); búsqueda, camino, que precisa del silencio, de las armas de la inteligencia, aquellas que nos permitan superar los prejuicios, el falseamiento de la realidad, a través del discernimiento, y aunque esta sea una labor ardua y por ende, pesarosa.

Evidente resulta que hoy el predominio de las redes sociales ha colonizado casi cada espacio público y privado, y el autor reivindica esos espacios en donde no vocifera un televisor, una música atronadora, el bullir de los ansiosos dedos sobre las ubicuas pantallas, un mundo que nos puede parecer antiguo, incluso extinto, un mundo ceniciento y de otra época, que podemos pensar superado y anulado por el predominio de la técnica y las nuevas tecnologías, en un escenario en la que menudean casi en su totalidad una legión de usuarios adictos a las pantallas y a la realidad líquida e instantánea ahí manifestada.

El pensamiento del autor se sirve, en la necesidad de la palabra justa, del diccionario de Covarrubias, del estoicismo de Séneca y sus Cartas a Lucilio, de las reflexiones andariegas de Peter Handke, de la agudeza y prudencia de Baltasar Gracián, de la inteligencia de Emmanuel Bove, en el análisis de su novela El presentimiento, de Stefan Zweig que ya expuso con claridad el malestar de su época y lo difícil que le resultaba, como se demostró, ir a lomos de ese mundo deplorable, o de Walser en su orillamiento del mundo como aquel otro, temporal, de Thoreau. Y más allá de algunos de los autores aquí citados, el propio autor hace hablar a su memoria, a los años de mocedad y juventud, para convocar el mundo visto desde sus ojos en el pueblo, y las frases y dichos que recuerda con precisión, por lo bien formuladas y traídas que estaban esas palabras o sentencias, en contraposición con este murmullo de voces, la cháchara, el ruido y la furia que hoy nos acuna y embriaga y adormece y obnubila y entontece y nos sume en un sueño del que solo podremos despertar merced a nutricios textos combativos como el presente, que impidan o al menos lo intenten -dando las palabras al justo sentido común- que bajemos la guardia.

Demasiado

Una inmensa y bulliciosa maraña de imágenes, de connotaciones y conexiones y señales, acapara y suplanta cada vez más automática e inapelablemente todas las cosas y los hechos y determina cada vez más nuestras relaciones con todo, y el intrincado y magmático dispositivo de mundo que así se crea a lomos del imparable avance de los cálculos y procedimientos tecnológicos hace quizá de nosotros no mucho más que meras terminales, meros mecanismos binarios de recepción y emisión de embaucamientos, meros sustitutos plásticos de nosotros mismos encantados por lo demás con nuestra naturaleza de desecho, de receptor y transmisor, de número de más en una audiencia o en un volumen de ventas o de menos en cualquier otra cosa que pudiera tener que ver quizá con nuestra mejor posibilidad. Demasiada poca cosa en las cosas y demasiado poco reposo en los momentos, demasiado aturdimiento en las acciones; demasiada nada muchas veces que sin embargo lo parece todo. Pero demasiado nunca parece demasiado porque siempre puede ser más, más rápido, más ruidoso y cuantioso, más abstracto y desustanciado y también más falso, más fraudulento y degradado pero seguramente por eso más espectacular, más rentable y masivo, más a tope, venga, más caña y más guay y, si nos descuidamos, si nos descuidamos más todavía de lo demasiado que ya nos descuidamos, más ruin, más perfectamente vil. ¿Dónde estás yendo a parar de nuevo, hijo o hijastro del hombre? -cabe preguntar tal vez desde la alarma de una inteligencia empapada de tristeza-, ¿qué estás haciendo de ti mismo?

J. Á. González Sainz. La vida pequeña * El arte de la fuga

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La cucaracha (Ian McEwan)

Pocas cosas son capaces de provocarnos tanto asco como una cucaracha; la que vemos en la portada de la última novela de Ian McEwan, con traducción de Antonio-Prometeo Moya Valle. Cucaracha convertida en humano (metamorfosis en reversa), para portar nada menos que la osamenta del primer ministro británico. Lo terrorífico acaba aquí, para dar paso a la sátira, o cuando menos al humor con altibajos.

A McEwan parece que le urgía escribir sobre el brexit y optó por el humor. En esta novelita breve, de poco más de 100 páginas, el autor apenas causa destrozos, porque el efecto de su lectura es nulo, más allá de ser capaz de provocarnos alguna risotada.
McEwan a grandes rasgos trata de caricaturizar el lodazal político de los mandamases (británicos, americanos), los tejemanejes periodísticos, las mentiras fabricadas, el pensamiento plasmado en un puñado de tuits, planteando el plantón del Reino Unido a la Unión Europea a través del brexit, aquí bajo la piel de un sistema económico basado en el reversionismo, ocurrencia que consistiría en tener que pagar por trabajar y en recibir dinero al comprar.

Una sucesión de ocurrencias me ha parecido esta cucaracha de McEwan.