Archivo del Autor: Francisco H. González

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No habrá muerte. Letras del Gulag y el Nazismo. De Borís Pasternak a Imre Kerstész (Toni Montesinos)

El siglo XX además de un buen número de guerras civiles y dos mundiales, fue también el siglo de los totalitarismos, con Hilter y Stalin a la cabeza.

Toni Montesinos (Barcelona, 1972), publicó el año pasado en Fórcola, No habrá muerte. Letras del Gulag y el Nazismo. De Borís Pasternak a Imre Kerstész, ensayo amenísimo, no muy extenso, poco más de doscientas páginas, pero bien cundidas, en las que como su título indica irá recogiendo cómo ambos totalitarismos, los de Hilter y Stalin afectaron al mundo de la cultura, de las letras, enviando a los gulag, a los campos de concentración, al exilio, al ostracismo literario, a la muerte, a figuras como Primo Levi, Solzhenitsyn, Tsvietáieva, Bábel, Pasternak, Kertész, Danilo Kîs, etc.

En la abundante bibliografía que maneja Toni Montesinos, me llama la atención que buena parte de ella la integren novelas recientemente publicadas, que Montesinos conoce bien al ejercer su labor como crítico literario, novelas como Una saga moscovita de Vasili Aksiónov (2015), El ruido del tiempo de Julián Barnes (2016), La venganza de los siervos. Rusia 1917 de Julián casanova (2017), La facultad de las cosas inútiles, de Yuri dombrovski (2015), Las redes del terror. Las policías secretas comunistas y su legado, de José M. faraldo (2018), Los que susurran. La represión en la Rusia de stalin, de Orlando figes (2017), Insumisos de Todorov (2016), Anastasia, Memorias. Mi vida con Marina 1816 – 1991 (2018), Setenta días en Rusia. Lo que yo vi de Ángel pestaña (2018), El espejo blanco. Viajeros españoles en la URSS de Andreu Navarra (2016), El volga nace en Europa de Curzio Malaparte, (2015), Diario del gueto y otros escritos de Janusz Korczak (2018), Julio Jurenito de Ilyá Ehrenburg (2013), Desviación de Luche D’Eramo (2018), etcétera.

Montesinos imbuido en la vena literaria recurre a su vez a aquello que dicen los traductores de las obras citadas o bien a lo que se dice en los prólogos, encontrando ahí apuntes y reflexiones sintéticas valiosas e interesantes, interés que se mantiene en la lectura de estos ensayos cuando Montesinos aborda la historia de este siglo XX recurriendo a historias menos conocidas, como la violación de Nanking, genocidio japonés perpetrado en territorio chino; la figura del doble agente español Pujol, clave en el desembarco de Normandía; la red de túneles excavados en Berlín con la que los ciudadanos buscaban la manera de sortear las restricciones del muro; Lisboa, convertida en la ciudad puerta de la libertad durante la segunda guerra mundial; o yendo a terrenos literarios la poca garra, según Montesinos, que tienen las novelas de I. B. Singer, en relación con sus estupendos cuentos; o la figura de Szymborska a quién todos creo que deberíamos de vindicar más. «Tengo en gran aprecio dos pequeñas palabras: ‘No sé’. Son pequeñas, pero tienen alas».

El libro se cierra con el apartado Breve cronología literario-suicida, el mismo que aparecía en otro libro del autor, El gran impaciente. Suicidio literario y filosófico (Ápeiron ediciones, 2019), pero adaptado para la ocasión a los años comprendidos entre 1933 y 1997 y centrados en los escritores víctimas de la gulag y el nazismo.

Antes de hablar con tanta ligereza y abaratar continuamente el lenguaje, antes de emplear con tanta alegría términos como fascista, nazi, estado represor, etcétera, convendría darse un paseo (o bien directamente perderse) por libros como el presente.

Fórcola ediciones. 2018. 248 páginas.

Toni Montesinos en Devaneos

El triunfo de los principios. Cómo vivir con Thoreau
El gran impaciente. Suicidio literario y filosófico.

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Lista de locos y otros alfabetos (Bernardo Atxaga)

A finales de 2016 releí Dos hermanos y disfruté tanto como la vez primera vez, dos décadas atrás. En marzo del año en curso, me vi beneficiado de unas cuantas horas de solaz librescas con Horas extras, reeditado por Hurtado & Ortega. En mayo releí, en este caso, Esos cielos (1996) y poco después de su lectura arribé a la conclusión de que El hijo del acordeonista (2004), leído la semana siguiente, era un novelón. En estos devaneos librescos Bernardo Atxaga es el escritor al que más tiempo voy dedicando este año. Los libros aquí mentados no son nuevos, lo último publicado por Atxaga en el territorio de la novela fue, NARP. El caso de Felisa Rodríguez (puede leerse aquí), son antiguos o reediciones, muy oportunas tanto la de Hurtado & Ortega, como esta que nos ocupa, Lista de locos y otros alfabetos, publicado (y prácticamente inencontrable) en 1998 en Siruela y recuperado felizmente ahora por Xordica.

Son dieciséis alfabetos los aquí recopilados, que aparecieron en su día en otros medios: El País, El Mundo, jornadas literarias para “Ejercicios de estilo”, Cuentos de fútbol, revista Zehar, etc. Atxaga advierte en la Addenda de que los textos han sido corregidos y transformados para la ocasión, lo cual no evita, aunque resulta comprensible cuando el arco temporal de la escritura es tan amplio, que uno advierta al menos tres reiteraciones. La edición de Xordica es estupenda, si bien choca ver ahí escrito Lecioncilla en el título de uno de los Alfabetos, y más tarde leccioncilla, o Lichtenberg, escrito una vez con “n” y otra con “m”, así como algún “que” sin acentuar, o algún error de concordancia en cuanto al número, pero bueno, peccata minuta, nihil obstat.

«Dicen que los monjes de hace ocho o nueve siglos debían enfrentarse a públicos lejanos, a veces hostiles, reacios siempre a marchar tras los pasos de una demostración teológica o de una condena moral, y que de esta dificultad y de la necesidad de vencerla surgieron los Alphabeta exemplorum. Se trataba de que el peso de los discursos estuviera bien repartido, y de que cada una de las veintitantas letras del alfabeto correspondiente arrimara su diminuto hombro y contribuyera a llevar la carga: que la A demostrara la existencia del Alma, por ejemplo; o que la B tuviera a bien hablar de san Basilio (…). Cuando uno de estos Alphabeta exemplorum llegó a mis manos, yo ya estaba preparado para entender de qué servía aquel artilugio verbal (…). Decidí, pues, sin apenas dudarlo, apropiarme del método (…); pasó un año, y ya llegaban a la decena los alfabetos que habían salido de mi mesa para ser leídos o publicados en los lugares más dispares. Mis amigos comenzaron a preocuparse».

Atxaga se acomoda al formato alfabeto hasta cierto punto. Sigue esta senda en el primero de ellos, Cuento sorprendente en forma de alfabeto, en Un cuento para Volante, en Alfabeto para la montaña, si bien no se otorga el mismo peso a cada letra del alfabeto y en la mayoría de las ocasiones a muchas no se les presta atención alguna, si bien ese orden alfabético pautará la narración en unos casos o las reflexiones, cuando el alfabeto cae del lado del ensayo. En Red para coger fantasmas, uno de los textos más interesantes en mi opinión, no se ciñe a alfabeto alguno.

Como en otros libros de Atxaga prima la mirada amable, luminosa, poco dada a la polémica estéril; brilla el humor en el Alfabeto sobre el único verano de mi vida en que fui un Don Juan (con coñas marineras como la vasca tocando el ukelele), el ingenio, en Alfabeto francés en honor de Jorge Luis Borges; se demuestra que no importa tanto el tema como el tratamiento, de ahí que se saque jugo a ensayos breves como Alfabeto de una marina; no falta tampoco el relato portátil, ya sea yendo a la naturaleza como en el Alfabeto sobre la montaña, o bien, la ruta literaria, la del viajero que seguirá los pasos y posos del Holden Caulfield salingeriano por Nueva York, que apenas aclarará nada al viajero, o sí, llegando incluso al núcleo de la novela y las pretensiones de Salinger.

No caer en las redes de la polémica y el ruido ensordecedor no supone no dedicar tiempo al juicio crítico, que Atxaga despliega en los tres mejores alfabetos del libro, en mi opinión, a saber, Lección de Groenlandia, originalmente expuesta por el escritor Leif Eriksson el café…, que demuestra muy bien la potencialidad, embrujo y magia de la literatura y la ficción en todas sus manifestaciones; Alfabeto sobre la cultura vasca, donde Atxaga sitúa la lengua y la literatura vasca en su sitio, no como algo del siglo XX, sino con raíces que se hunden varios siglos antes. Muy interesante lo que comenta sobre los bertsolaris. Los que somos de La Rioja y tenemos ascendencia vasca y pillábamos de críos en la televisión la ETB, creo que más de una vez nos hemos quedado pegados, plasmados frente al televisor viendo a los bertsolaris en acción, sin entender, desgraciadamente nada de aquella salmódica e inextricable versificación. En Lecioncilla sobre el plagio o alfabeto que acaba en P, Atxaga se interesa sobre aquello que tiene que ver con la creación, el concepto de artista, genio o creador que estos tienen de sí mismos, lo difícil que supone crear algo nuevo, las dificultades de diferenciar el original de la copia, y la manera en la que cada generación va, más que creando, actualizando lo anterior.

Una colección de textos heterogéneos, que bien se prestan a la relectura, los aquí ofrecidos por Atxaga, marcados por su amenidad, con los que uno disfruta, viaja, reflexiona, divaga, se entretiene, ensimisma y aprende. Luego para leer, siempre, nos sobrarán los motivos.

Xordica editorial. 2019. 284 páginas. Ilustración de Isidro Ferrer.

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El bosque de los urogallos (Mario Rigoni Stern)

El bosque de los urogallos, libro de relatos escrito por Mario Rigoni Stern (1921-2008), se publicó en Italia en 1962. La joven editorial Volcano libros (creada en 2017) lo publica ahora en castellano con traducción de Regina López Muñoz (Un domingo en el campo, Hace cuarenta años…).

Muy interesante es el prólogo de Paolo Cognetti a fin de situar estos relatos que Mario escribió después de finalizar la segunda guerra mundial y regresar del frente a pie, tras haber pasado, desde los 17 años, seis años como alpino (esquiador, escalador). Al regresar, Mario abandonará las armas y se irá a la montaña.

Los doce relatos del libro transcurren casi todos en pueblos de montaña (a mediados del siglo pasado. Rigoni era oriundo del altiplano de Asagio, en los Alpes, en el Véneto, próximo a la frontera austriaca), donde está muy presente en el día a día de sus protagonistas la caza, ese cuerpo a cuerpo entre el animal y el hombre, tal que la caza forma parte del título de tres relatos: La víspera de la cacería, De caza con el australiano, Término de caza y en otros, sin aparecer en el título tienen como asunto también la caza, como sucede en Alba y Franco, Una carta desde Australia, Más allá de los prados, entre la nieve, Los zorros bajo las estrellas.

Decía Linneo que si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas. Mario saca a sus personajes, y a él mismo -porque lo que hace en algunos relatos no es otra cosa que registrar, poner por escrito aquello que sus compañeros de cacerías le refieren- por los bosques de las montañas y nos cuenta todo aquello que ven, su mirada se puebla de zorzales, vencejos, urogallos, perdices nivales, raposas, sabuesos… La naturaleza aquí es lo eterno, así que cuando los dos hermanos de Vieja América, que dejaron su hogar en Italia para mudarse a los Estados Unidos, al regresar, después de cuarenta años, reconozcan estar en casa (a pesar de los cambios sufridos tras pasar y arrasar por allá una guerra) por las montañas que las enmarcan, y si toca llevarse a su regreso algún recuerdo de casa, sea un puñado de la tierra que les rodea.

Examen de oposición, el relato mas extenso del libro, difiere mucho del resto. La ciudad, Roma, es adonde debe acudir un funcionario que quiere conseguir una plaza fija. Lo urbano se erige aquí como algo asfixiante, sombrío, desolador. El espíritu que recorre todo el relato me recuerda a las desventuras del Marcovaldo de Italo Calvino, quien precisamente contribuyó a la publicación de este libro.

Cuando Mario escribe estos relatos tiene todavía sus recuerdos de la guerra frescos y su visión es antibelicista. El primer relato Por allí esta Carnia, es el regreso (el suyo) a pie del soldado a casa, un retorno que una vez finalizado, no concluye del todo, porque aunque el cuerpo ya esté en casa, la mente parece seguir todavía en las trincheras, entre balas y explosiones, entre cuerpos mutilados, dialogando con todos aquellos que paliaron su soledad y trabó amistad. Ir al bosque, pasar el día allá con su subeybaja será un alivio, la cura necesaria.
En Vieja América, además de ser un encarecimiento del trabajo y el esfuerzo, hace ver lo paradójico de la situación en la que unos sobrinos, americanos unos, italianos otros (con el régimen fascista) puedan acabar matándose entre ellos durante la segunda guerra mundial.
En lo más profundo del bosque es un homenaje a uno de los muchos que fueron asesinados vilmente por los fascistas de Mussolini. Aquí, Cristiano, un leñador de 18 años.
Encuentro en Polonia, en 1942 un soldado al hablar con otro hombre en su lengua sobre su casa y sus lugares comunes, convierte ese recorrido topográfico en una toma de conciencia y distanciamiento para preguntarse ¿Quiénes volverán de todos los que vamos en este tren? ¿Cuántos paisanos mataremos? ¿Y por qué?

Los relatos muestran vidas sencillas en las que no les sobra nada pero tampoco les falta, abastecidos con leche caliente, grappa, leños para resistir las nevadas, solaces horas de caza, el abrigo de la familia y los nietos, si los hubiera o la felicidad de abatir un zorro, un urogallo, unas perdices. Toda esta sencillez, ese mundo -que se rige por el devenir cíclico de las estaciones, la siega y la siembra- siempre precario, parece resquebrajarse con los emisarios de la modernidad, cuando a la montaña lleguen en tropel los urbanistas, a cazar en tromba, como un ciclón, a coleccionar simplemente cuerpos a modo de trofeos. Personajes que parecen sacados de la novela La natura expuesta de Erri de Luca. La montaña como souvenir.

Mario Rigoni Stern consigue en estos doce relatos con un lenguaje tan sencillo como directo alcanzar la emoción del lector, pues hay en todos ellos aquello que podemos llamar verdad, esa franqueza que deja fuera cualquier artificio, haciendo gala Mario de un estilo muy natural, para conseguir a través de los textos una especie de redención, como si pretendiera, y creo que lograse, cambiar la pólvora por la tinta y hacernos ver y sentir (!y de qué manera!) que la montaña y sus bosques son una especie de santuario, objeto de celebración, pues como afirma Primo Levi en el prólogo estamos necesitados de experiencias humanas, de los olores de la naturaleza y de todo su acervo, podemos añadir, y hoy en día aún más que hace cinco décadas.

VOLCANO libros. 2019. 186 páginas. Traducción de Regina López Muñoz. Prólogo de Paolo Cognetti

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