Archivo del Autor: Francisco H. González

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El estado natural de las cosas (Alejandro Morellón)

Si en un poemario conviene dejar los mejores poemas para el final, en un libro de relatos hemos de proceder igual. Si algo me ha resultado este libro de Alejandro Morellón es descompensado, porque comienza bien, sigue mejor y se da un batacazo monumental con un relato, el último, aburrido de cojones. Y es curioso porque no he logrado empatizar con lo que le sucede al protagonista de dicho relato, a pesar de haber tenido en mi juventud un amigo, al que apodábamos Kinder, que sufrió lo suyo una temporada a consecuencia de un hydrocele.

Sin lugar a dudas lo mejor del libro con diferencia es el relato que da título al libro, El estado natural de las cosas, que por sus dimensiones es casi una nouvelle. No inventa nada Morellón, sino que más bien tira de homenaje, pues lo protagoniza un fulano que un buen día se va al techo de su casa, se invierte su perspectiva y viene a ser un personaje Kafkiano. Morellón ahí hila fino y va gestionando muy bien eso que entendemos por memoria, así que su personaje comienza a recordar, ayudado por su hermano, trayendo de vuelta a su madre; unos recuerdos filiales que no le serán hay que decirlo, de mucha ayuda, pues al pobre, convertido en un insecto humano, le deja la mujer que de paso se lleva al hijo de ambos, y ve como a su padre lo consume la enfermedad. El testimonio es demoledor, aderezado con algo de sexo, primero virtual y luego carnal. El final es muy bueno. Muy gráfico, cojonudo.

Antes de El estado natural de las cosas, hay otros relatos que parecen transitar lo fantástico, si bien lo que hay es una realidad macilenta y personajes que no saben si van o vienen porque todo es una mierda gigantesca. Me gusta el relato del señor que se amputa un brazo a cambio de dinero. Un dinero que le será de poca ayuda y le hará perder -o eso piensa este Cervantes sin Quijote- enteros ante la memoria de su mujer.

Hace un par de meses este libro ganó el IV premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. Dicho queda.
Habrá más Morellón.

Rothko

Obras de arte

Sé que muchos de vosotros sufrís en silencio noches de insomnio dándole vueltas una y otra vez a una pregunta que os reconcome. ¿Qué es una obra de arte?.

Consultando el Diccionario de las artes de Azúa me doy de bruces con esta ¿definición? de Rochlitz.

Para que haya obra de arte es preciso que se dé una coherencia de visión caracterizante de un conjunto de símbolos al mismo tiempo personales e impersonales, dotados de una fuerza expresiva que les distinga de los símbolos denotativos y dando testimonio de una habilidad no contingente.

Qué, ¿cómo se os ha quedado el cuerpo, y la mente?

Propongo ahora escuchar el 4’33» de Cage para rumiar -en silencio artístico- lo anterior.

Buenas noches y felices sueños.

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El arte de leer (W. H. Auden)

En uno de mis blogs de referencia, el de Santos Domínguez, en su cabecera figura este pensamiento de W. H. Auden: Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter. A raíz de esa frase llevaba ya un tiempo queriendo leer a W. H. Auden (1907-1973), no tanto sus poemas, (aunque Auden esté considerado hoy en día uno de los grandes poetas del siglo XX) sino El arte de leer, libro que recoge ensayos muy interesantes sobre la escritura y la lectura, así como su labor como crítico, que tantos elogios le ha granjeado. Parte del libro ya lo publicó anteriormente Península. En 2013 lo reeditó Lumen, ampliándolo, en la antología que lleva a cabo Andreu Jaume, cuyo prólogo es muy interesante. Hablaba el otro día de la posibilidad de que publicara un libro con prólogos, en el que podría estar éste perfectamente.

Algo que me ha gustado y que se hace muy poco, siguiendo la línea que defendía Gual en La luz de los lejanos faros, es poner el nombre del traductor cada vez que aparezca en un texto un párrafo traducido, como hace aquí en cada ocasión Andreu Jaume.
Las palabras de Auden las considero de interés para los escritores, los lectores y aquellos que gusten de criticar, reseñar u opinar.

Ya lo ponía el otro día en el blog pero lo repito. Según Auden, un crítico, si me vale para algo sería para esto:

1) Darme a conocer autores que hasta ese momento ignoraba.
2) Convencerme de que he menospreciado a cierto autor o determinada obra por no haberla leído con suficiente cuidado.
3) Mostrarme relaciones entre obras de distintas épocas y culturas que jamás habría descubierto por mí mismo porque no sé lo suficiente y jamás lo sabré.
4) Ofrecerme una “lectura” de determinada obra que mejore mi comprensión de la misma.
5) Arrojar luz sobre el proceso del “hacer” artístico.
6) Arrojar luz sobre el arte de vivir, sobre la ciencia, la economía, la ética, la religión, etcétera.

Quiero traer aquí unas palabras del sabio George Steiner que aparecen en Lenguaje y silencio: Como nunca antes, el estudiante y la persona interesada por la literatura lee comentarios y críticas de libros más que los propios libros, o antes de esforzarse por formarse un juicio personal. Esto es muy interesante, porque cada vez más se habla de oídas y no de leídas, porque hoy con internet, con tanta información circulando por la blogosfera no es nada difícil copiar y pegar textos, preparar artículos cogiendo de aquí o de allá, o echando mano de párrafos de libros como el de Ordine y sus Clásicos para la vida moderna o de Un verano con Montaigne de Compagnon, en cuyo caso, en vez de dirigirnos a los libros que los autores escribieron, en el mejor de los casos, nos quedamos con el subproducto de la crítica, de la reseña, de la opinión, de esos titulares que muchos manejaran en las conversaciones dándose un barniz de erudición que solo es eso.

Respecto a la frase del comienzo, comparto que atacar libros malos es una pérdida de tiempo, aunque una vez leídos también apetece dar tu parecer, favorable o no, pero de todos modos y sí creemos esto que dice Auden, «Hay libros que son injustamente olvidados; ninguno es injustamente recordado»., dejemos que el paso del tiempo nos haga olvidar aquellos libros que no serán acariciados por los rosados dedos de la Posteridad.

En cuanto a la labor crítica, en este texto lo que más he disfrutado son las palabras dedicadas a Edgar Allan Poe, Valéry (de su generación dice Auden que solo le interesan Valéry Y Cocteau) y D. H Lawrence. Del resto, no conocía a Tennyson, de Shakespeare no he leído sus sonetos y lo que he leído de Cavafis no me ha gustado, así que las conferencias a ellos dedicados me han resultado menos amenas. Sí he leído, no obstante, con mucho interés la manera en la que Auden crítica la poesía pues ofrece rudimentos importantes que considero muy útiles a la hora de enfrentarnos al lenguaje poético y a los poemas, poema que para decirlo con Valéry debe ser una fiesta de la inteligencia, si nos decidimos a hollar estos dominios.

Auden dice ciertas cosas sobre la homosexualidad que han cambiado mucho. “La fidelidad es mucho más importante en las relaciones homosexuales que en las demás. En otras, hay diversas cosas que te unen, mientras que en este caso la fidelidad es el único vínculo”. Viene a decir que como los homosexuales no pueden tener hijos hay entre ellos una mayor dependencia, dado que su amor muere entre ellos dos, mientras que los heterosexuales pueden derivar su cariño hacia los hijos, por ejemplo. Ahora que la ley permite a los homosexuales ser padres, lo que anuncia Auden (hablamos de los años 60 del pasado siglo) es un sinsentido.

El libro se cierra con unos Fragmentos, donde lo que hay no es un análisis profundo, sino lo inmediato del titular y ahí leo cosas como “Creo que Don Quijote es bastante aburrido. Demasiado largo”. Y entonces mi cara adopta rostro de emoticón. Ese en el que a una carita redonda se le salen los ojos de las órbitas, para entendernos. ¿Don Quijote aburrido?. O bien que Los Diarios de Kafka son muy malos. Otros apuntes son interesantes: Los mejores aforistas son: Pascal, Baudelaire, Nietzsche, Blake, Kafka y los que aparecen en los Diarios de Kierkegaard. A su vez, otras cosas, como las referidas a Góngora; Góngora no es sólo sonido. Cuando ese es el caso, una traducción a otra lengua en prosa no tiene sentido, y Góngora es absolutamente extraordinario en lengua inglesa, las aprecio y me animan a leer al poeta más y mejor.

Apunten el nombre de Auden y léanlo. Por menos de diez euros lo encontrarán en bolsillo. No me parece caro, pues hablamos de un libro que ha nacido para ser releído.

Editorial Lumen. 2013. 462 páginas. Traducción de Juan Antonio Montiel. Edición de Andreu Jaume

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Breve historia del circo (Pablo Cerezal)

Pero quizá no hay ganancia ni pérdida:
Para nosotros sólo existe el intento.
Lo demás no es asunto nuestro.

T. S. Eliot

La Breve historia del circo (hay portadas que atraen nuestra atención sin remisión. Ésta, obra de Sergio Delicado es una), no es la historia del circo más vanguardista que conocemos, algo glamuroso e inasible como El Circo del Sol, sino el circo de la calle de los niños de Cochabamba, en el altiplano boliviano. Pablo Cerezal (Madrid, 1972) que anduvo por allá dos años currando en una ONG (organizaciones a las que dedica palabras no muy amables, pues de lo poco que dedica al asunto, trata a los empleados de estas oenegés como «profesionales de la solidaridad«. Un trabajo humanitario que es otra forma más de ganarse la vida. Trasluce su experiencia cierto resquemor, sofocado, no obstante) recoge en este libro sus experiencias que se intuyen autobiográficas, aunque desde el momento en el que toca organizar los recuerdos, filtrarlos y dejar muchas cosas fuera, la memoria se acomoda a una realidad ficcionada, cuya premisa sería la verdad. Autobiografía -centrada en esos dos años y en los recuerdos de la adolescencia y los comienzos en la vida adulta: noches de farra, porros, canciones…- que mezcla textos y fotos; narración que va de la poesía a la prosa y viceversa. Lo que más me ha llegado es lo menos inflamado poéticamente, aquellas palabras que sí son ondas en un mar inexistente; las otras, las que suenan más poéticas, caen como monedas en el pozo, sin dejar huella, lastradas por su afán en hacerse notar, por su empeño en enseñorearse con las mejores galas de la pomposidad. Conviene creo lo mundano, lo sencillo, lo no grave: el llamar a la puerta de nuestra atención con los nudillos y de eso hay bastante en el texto, afortunadamente y ahí, en esa ventana que abre para nosotros Pablo, sí disfruto de una prosa vital que describe bien el tráfago urbano, la mugre de las calles bolivianas y sus mercados, los ires y venires del gatogata por el domicilio, ese horizonte paternal donde todo son expectativas, terreno abonado de ilusiones, miedos, e incertidumbres: un caminar sin hacer pie y un mundo renovado a diario. Me gusta la intimidad de la pareja que se ve ya familia y el amparo que ésta depara y la orfandad que siembra la distancia y el no roce del cuerpo amado, a pesar de que internet sea capaz de suplir la carencia con su faz pixelada, y tras la espera, el alumbramiento y un capítulo el XL, que es prosa en formato ídem, ver (y oírlo sonar) por ahí a Quique González y el azote inmisericorde de las drogas en las calles de Madrid (y de otras muchas ciudades españolas) décadas atrás; el texto en el que se hace un hueco a un país, Bolivia, que queda así capturado entre las páginas, no ya como foto fija sino como algo en continuo movimiento, para el lector que entienda la lectura como un viaje, y un texto como el presente, no como una guía de viaje, que no asuma la pobreza y la miseria como un ideal y que ponga rostro al otro, que la lectura sea entonces proximidad y desvelamiento, como lo que hace Cerezal, autor que aquí juguetea a ratos con la idea de dejar la escritura (¿quién dejaría a quién?). Le pilla tarde. Hay quien lo hizo a los 19 años. Dejar la literatura digo, porque quizás éste y aquel, a pesar de querer ser cada vez más ellos mismos, también se creían otros y escribir era precisamente eso: pasar al otro lado y poder contarlo.

Chamán Ediciones. 2017. 225 páginas.