Archivo del Autor: Francisco H. González

Visionarios

Criticar o parlotear con la punta de los dedos. Sigmund Freud anticipó el Twitter y el Facebook allá por el 1905: «Aquel que tenga ojos para ver y oídos para escuchar se convencerá de que ningún mortal es capaz de guardar un secreto. Si su boca permanece callada, parloteará con la punta de los dedos».

Contra todo esto. Un manifiesto rebelde (Manuel Rivas). Alfaguara. 2018

Maria_Zambrano

Poesía (María Zambrano)

La poesía es huida y busca, requerimiento y espanto; un ir y volver, un llamar para rehuir; una angustia sin límites y un amor extendido. Ni concentrarse puede en los orígenes, porque ya ama el mundo y sus criaturas y no descansará hasta que todo con él se haya reintegrado a los orígenes […] La poesía es un abrirse del ser hacia dentro y hacia afuera al mismo tiempo. Es un oír en el silencio y un ver en la obscuridad. «La música callada, la soledad sonora«. Es la salida de sí, un poseerse por haberse olvidado, un olvido por haber ganado la renuncia total. Un poseerse por no tener ya nada que dar; un salir de sí enamorado; una entrega a lo que no se sabe aún, ni se ve. Un encontrarse entero por haberse enteramente dado […] No hay amor sin referencia a un objeto. Todo vivir enamorado lo tiene, y el poeta vive enamorado del mundo, y su apegamiento a cada cosa y al instante fugitivo de ella, a sus múltiples sombras, no significa sino la plenitud de su amor a la integridad. El poeta no puede renunciar a nada porque el verdadero objeto de su amor es el mundo: el sueño y su raíz, y los compañeros en la marcha del tiempo.

Filosofía y Poesía (María Zambrano). Fondo de Cultura Económica. 1996

Manuel Rivas

Ella, maldita alma (Manuel Rivas)

No sé si el alma pesa 21 gramos, si es líquida o sólida, fría o caliente, alada o vermiforme, si es movimiento o inacción, no sé si el hecho de que se me empañen los ojos y se me trabe un tapón en la garganta leyendo estos relatos de Manuel Rivas (A Coruña, 1957), que me (con)funda de tristeza y de alegría, si todo esto guarda alguna relación con el alma o no. El caso es que hoy, día de los difuntos, pasé a mediodía por el Rastro de la plaza del Mercado de Logroño y me fui para mi casa con Ella, maldita alma, (con traducción de Dolores Vilavedra) y leyendo a la tarde estos relatos de Rivas me uno sin reticencias a la celebración de la vida que nos ofrece el autor gallego, a esa necesidad de reconciliación como la que llevan a cabo Chemín y Gandón en el vestíbulo del más allá, el reencuentro de un sobrino cura y su tío Jaime, que necesita confesarle algo que le permita expiar su culpa con un pasado acto bueno, el alcohólico que recuerda a su madre en un cine (visionando Capitanes intrépidos) al borde (que es derramamiento) del llanto, el joven marinero camino del Gran Sol, los cánticos de Sirena y desamores que amorran a otros marineros a la botella, aquellos emigrantes, en Caracas por ejemplo (Luego íbamos a una plaza que hay allí en Caracas, con una estatua de Simón Bolívar montado en un caballo enormísimo. Un país con una escultura así de grande, con un caballo tan bien hecho, debería marchar bien, pero en fin…), el niño que se desquita del hambre acumulada ventilándose camino de casa una barra de pan que lejos de acarrearle una reprimenda oral o física, recibirá la comprensión y el amor de su madre (si no es ella, ¿quién?) o aquel fantasioso marinero, O´Mero, que nunca lo fue.
Un puñado de persona(je)s, en suma, que conforman un puzzle tan emotivo como humano.

Manuel Rivas en Devaneos
El héroe
Las voces bajas
Todo es silencio
El periodismo es un cuento

Luis Mateo Díez

Días del desván (Luis Mateo Díez)

Un acercamiento a la biblioteca de un familiar me ha llevado a leer de nuevo -y del tirón- a Luis Mateo Díez, al que no leía desde 2006, cuando cayó El fulgor de la pobreza.

En Días del desván, publicado en 1997, Luis no se conforma con la sombra de los hechos, sino con los hechos mismos, que el autor rememora con meridiana claridad, a lo largo de treinta capítulos de cuatro o cinco páginas, cuyo título ya nos sitúa en el contenido de cada uno de ellos: El bosque, La nieve, La fuente, El pie, El preso, Hallazgos, La tiza

Los recuerdos le llevan al narrador a un pueblo en la montaña, al manto níveo del hibierno, con los ecos (o vozarrones) de un guerra fratricida que acaeció no hace tanto, donde el desván es la columna vertebral de la narración, pues para los niños aquella parte del inmueble les depara amparo, seguridad, al tiempo que les ofrece objetos que alimentan su curiosidad, o bien les sirve para guardar objetos tales como botellas de sidra, revistas de señoras. Para ellos el desván es su infancia, y una inocencia que se irá desbaratando con el paso y el peso de los años, filtrándose el misterio y lo fantástico a través de Ciro, un muerto que no se considera tal y que se les aparece desde el baúl del desván para contarles historias y entretenerlos, a esos niños que sufren los zarpazos de docentes agresivos (contradictorios también), que sienten el puyazo del deseo ante la contemplación del sexo opuesto que tratan de aliviar con los intempestivos juegos de médicos y enfermeras, extasiados con las primeras películas visionadas en un cine, los primeros bailes…

Como el profesor Arno, Luis también ejerce sobre el papel de miniaturista, para con una prosa desengrasada y en treinta piezas breves, hablarnos del esplendor, la alegría, la vivacidad, el asombro y la inocencia de una infancia que siempre dejamos atrás, idealizándola quizás, perfilándose como una Ítaca mítica, a la que sabemos que jamás podremos volver, cuando asumimos que la vida solo expide billetes de ida.