Archivo del Autor: Francisco H. González

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Las tablillas de boj de Apronenia Avitia (Pascal Quignard)

Escrito en 1983 por Pascal Quignard, Las tablillas de boj de Apronenia Avitia, con traducción de Encarna Castejón, tiene el valor del testimonio, el ofrecido por una patricia nacida en el año 343, quien moriría 71 años más tarde.

La primera parte del libro versa sobre la vida de Apronenia Avitia, romana acaudalada, propietaria de diversas villas en distintas zonas de Italia. Madre de siete hijos, si bien la maternidad acababa con el alumbramiento de los retoños, ya que habida cuenta de su desahogada posición económica disfrutaba esta de los servicios ofrecidos por las criadas, nodrizas y un personal superior a las 100 personas, que se encargaban de cualquier pormenor doméstico y de cualquier otra índole. En una tablilla Apronenia afirma que detesta el sollozo de los niños, su llorar quejumbroso, que no le gusta jugar con ellos.

Apronenia vivió aquellos años en los que el cristianismo pasó a ser la religión exclusiva del Imperio romano, en el año 380, desechando los romanos y fundiendo estos la iconografía de los anteriores dioses paganos.

La segunda parte del libro son propiamente las tablillas de Apronenia Avitia, que recogen pensamientos, recuerdos, reflexiones, menudencias, plasmadas en las CLXVIII tablillas de boj del título.

El valor de las mismas reside en que parece ser que en ningún momento Apronenia quería que se hiciesen públicas estas tablillas que actúan a modo de diario. En ellas Apronenia se confiesa a sí misma, se cuenta sin veladuras. Muchas de las tablillas no pasan de ser meros listados o enumeraciones de las cosas que no tiene que olvidar, las cosas que tiene que hacer, donde prima lo crematístico, a saber, intereses de las calendas, sacos de oro, o bien lugares que quiere visitar (los bosquecillos de Pompeya, la villa de Nápoles y la de la isla de Megaris, las termas de Tito, ir al templo de Numa…) o alimentos o bebidas que quiere degustar (queso de Sassina, jalea de higos de la Labulla, peras de Nápoles…), o actividades que le permitirán diluir el tedio.

Las tablillas dan cuenta de la voluptuosidad de Apronenia con sus amantes y nos enteran de que en aquel entonces los hombres patricios se hacían depilar las nalgas y el pubis, escena que Apronenia viendo a su cónyuge afeitar a cuatro patas le da produce cierto repeluco. Vemos cómo los esclavos menores eran a su vez también esclavos sexuales para goce y disfrute de sus amos.

Las tablillas de Apronenia parecen situarla al margen de la realidad imperante, encantada ella en la viscosidad de lo trivial, del ocio rampante, del quehacer estéril, como una burbuja de cristal que solo pareciera resquebrajarse cuando Apronenia tome conciencia de la soledad, la vejez, la enfermedad, su miedo, las muertes de los que la rondan, como cuando muere Posidio Barca, y éste agonizando le dice, No hay otra vida. No volveremos a vernos. Los dos llorábamos. Nos apretábamos la mano, dice Apronenia.

Quignard logra a través de la reproducción (¿o hemos de hablar de fabricación, si Apronenia no fuera más que una invención de Quignard?) estas tablillas, especie de teselas literarias, erigir un mosaico de la época, el siglo IV, no de la mano de una de sus actrices principales (aunque muy bien acomodada), lo cual no resta, a pesar de la sucintez y de ciertas reiteraciones, ni un ápice de interés a lo leído, pues estas tablillas resaltan como un vívido fresco de la época.

Una muy grata sorpresa.

Espasa. 2003. Traducción de Encarna Castejón. 123 páginas.

Pascal Quignard en Devaneos

Terraza en Roma
Vida secreta

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España (Manuel Vilas)

El orden de los factores sí que altera el producto. Lo tengo claro después de haber leído consecutivamente tres libros de Manuel Vilas. Primero Los inmortales, después Z y ahora España. De haber empezado por Z y proseguido por España, probablemente lo hubiera dejado ahí: hablaríamos de la España abandonada. Y eso que iba con muchas ganas de leer España, sobre todo (separado), al encontrarme en la contraportada frases como esta: España es un libro distinto. ¿Acaso hay dos libros iguales?.

El final de España parece el comienzo de Los inmortales, el cual, ahora, con cierta distancia me parece más una sucesión de relatos que una novela. Ya sabemos que España orográficamente es jodida, montañosa, pero esta España de Vilas (título que más que golpear da el pego) me parece un páramo. Fui leyendo capítulos al azar, en uno me encontré a José María Pérez Álvarez, en otro a Luis Mateo Díez, que me sonaba bastante parecido a lo que Olmos escribiera sobre Juan José Millás en Pose.

Manuel Vilas lleva una mochila con varias pelotas: moral, metafísica, literatura, filosofía, historia. Se echa un partido de squash contra él mismo, se fatiga y aún más al lector.

Leo que Vilas es un irreductible, un escritor peligroso, brillante, un cuentista, llego a Bob Dylan recibe el Premio Príncipe de Asturias a Deficiencias en Piso 9A, del portal 10, y me embarga la poderosa sensación de estar perdiendo el tiempo, miserablemente, y esa sensación es muy pero que muy jodida (pues no somos inmortales aunque algunos se lo crean y pierdan su tiempo como si fuese infinito), y la acabo como el costalero que lleva sobre los hombros algún Cristo, pero ya sin fe alguna, pensando en alguna otra lectura que me saque de esta sima, de este tormento.

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Z (Manuel Vilas)

La casa como confesionario, la nevera como interlocutor, su encenderse y apagarse el ruido de fondo de una banda sonora vital poblada de canciones de Lou Reed, de Patti Smith, en una ciudad, Zaragoza (o Zargoza, según reza la contraportada), aquí Z, de la que el narrador echa pestes, a lo Bernhard, de su calor infernal y pegajoso en verano, de los coches mal aparcados, de la suciedad de los bares, los vasos pringosos, apenas deslavados, donde la voz cantante la lleva un narrador que en 35 relatos y en primera persona nos hará copartícipes de su soledad, indolencia, escaso apego a los trabajos de mierda, mientras flanea por Z, hace compras de bolsos que lo amariconan, de valium que lo empastillan, de coches de segunda mano con aire acondicionado que lo hermanan con la modernidad, la asistencia a cines donde siestear y aliviar la soledad viendo Solas sin coscarse de mucho, víctima de San Valium. La irrealidad se manifiesta en las presencias de Kafka, Robespierre (que aparecerán más tarde en Los inmortales) en los boquetes cerebrales, afán faulkneriano -bajo una tórrida luz de agosto- de quitarse del medio, o de sentirse vampiro, víctima de toda clase de aprehensiones, sacando brillo a las cosas, sean grifos, pasillos, zapatos o piscinas, sin que lo prosaico pase de ahí, también hay algunos recuerdos porreros de finales de los setenta, como una variante al Me acuerdo pereciano y mucha polla, mucho testículo, pero apenas percibo, salvo en contados relatos como Mediterráneo, la lechada de la prosa seminal, más bien un zumbido adiposo y aletargante, algo así como a lo que nos aboca la chicharrina: Zzzzzzz.

Editorial Salto de Página 2014. 159 páginas.

Z fue publicado inicialmente en DVD ediciones en 2002.