Archivo del Autor: Francisco H. González

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Solo hay una clase de monos que estornudan (Ezequías Blanco)

Este simpático libro creo que me costará olvidarlo, no tanto por la huella (escasa) que me ha dejado su lectura, sino porque estuve a un tris de perder el móvil al llevarme el libro de marras al parque del Iregua bajo un árbol, no para tallar corazones a navaja en su tronco, sino buscando una sombra fresca en la que leer a gusto. Buscar un móvil sin sonido, en un césped tupido de pelusas comprobé que no es tarea fácil.

Solo hay una clase de monos que estornudan es un libro de 19 relatos breves (en total 128 páginas) del zamorano Ezequías Blanco (Paladinos del Valle, 1952), al que desconocía. Si hay algo que predomina y se enseñorea en todos los relatos es el humor y la voluptuosidad, en sus distintas manifestaciones. Otra cosa es que lo leído nos haga gracia y resulte picante o no. Humor buscado en ocasiones desde el título mismo del relato como sucede en Cuando despertó el cesto todavía estaba allí o Dioni cogió su fusil o la próxima vez te levantas tú, figura. El humor puede derivar en lo escatológico como en El huevo de Colón, humor al que se añaden elementos propios del cine gore.

El relato que más gracia me ha hecho ha sido, de puro absurdo, Juanita Banana, en donde el autor hace hablar, o chapurrear, a su protagonista en bable, para relatarnos la metamorfosis de una musa en una bruja.

Los relatos no siguen una pauta como si fueran guarismos de una serie Fibonacci, sino que el autor se va por la tangente en cada relato, disparando su imaginación en todas las direcciones pero siempre con un sustrato realista. Encontramos a timadores y timados, mujeres sin progenie que la buscan en una procesión de romeros, vengadores que asimilan el tránsito del amor al odio muy malamente y su mejor amigo pasa a ser el trinitrotolueno, un zapatero que se trastorna del todo confundiendo mininos con vástagos, tres amigos cuyos nombres coinciden con los de los tres Reyes Magos, o un torero paracaidista, entre otros.

Muchos nombres que oímos a diario son deudores del santoral. Primaba entonces lo católico. Ahora prima lo catódico y tenemos a Daenerys, Cersey, Ayra…, y no sé qué es peor. Ezequías que en algunos relatos emplea un léxico arcaizante, echa mano para sus personajes de nombres poco corrientes: Aniano, Salustio, Dictinio, Acacio, Evencio…

Relatos como La melé, El amante de Josune no se llamaba Tito, o Primera clasificada en todas las categorías me parecen muy simplones, poco más que ocurrencias nada fecundas.

Huerga & Fierro editores. 2019. 129 páginas

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Soledad y destino (Emil Cioran)

Leía Soledad y destino, publicado por Hermida editores, que recoge los ensayos escritos entre 1931 y 1944, cuando Emil Cioran contaba tan solo 23 primaveras (o mejor, inviernos), hasta los 34 que tenía en los últimos ensayos del libro casi ya acabando la Segunda Guerra Mundial, con traducción de Christian Santacroce y por ciertos devaneos sinópticos yo me imaginaba mientras leía estos ensayos a Cioran montado en un tanqueta, que no tanque, soltando pepinazos a todo edificio viviente, regodeándose entre las ruinas, mientras mueve la cabeza, agitando las greñas que no tiene, escuchando a todo trapo las casettes que saca de la guantera uniendo su voz a canciones como Welcome to the jungle, Appetite for destruction, It’s The End Of The World As We Know It (And I Feel Fine), La cura, y me lo imagino, digo, bramando, desgañitándose sobre el papel como Pepo frente al micro, Llegará el día en que el fruto del último árbol sea el causante de las guerras más violentas y que la mejor herencia que dejar a nuestros hijos sea un disparo en la cabeza, animado por un espíritu telúrico, barbárico, entusiasmado solo ante el alma atormentada, con una sed infinita de absoluto, asiendo el micrófono para vomitar por la ventanilla entreabierta: La nada es un bálsamo de existencialidad, echando pestes de la humanidad !Viva la misantropía! y engolando la voz, arremetiendo contra el sexo femenino, dedicándoles palabras como estas: Dios debería haber sido más compasivo con ellas, no haberles otorgado la voz ni el habla blablablá… y por allá aparecen dos españoles, los reconoce porque llevan puestas las largas, de la pobreza y sin preámbulos les suelta: Los españoles soñáis, amáis la muerte y os apasionáis por el absurdo. Los españoles se encogen de hombros, Cioran avanza, su deambular es propio de un videojuego, del Prohibition, en el que había que disparar a todo pichigato, no dejar títere con cabeza, como hace Cioran con los rumanos, con los viejos, con la inteligencia, la cultura. Hace una pausa, dentro de la tanqueta hace un calor de cojones, siente el cerebro reblandecido. Eso está bien, no, está muy bien, porque el dolor vivifica. Cioran habla ya en voz alta, Si no logramos sembrar de estrellas nuestras tinieblas ¿cómo vamos a esperar la aurora de nuestro ser?. No hay más ética que la ética del sacrificio, se repite cien veces, se lo tatúa en el cerebro. Le toca los cojones a Cioran que nadie haya muerto a causa de la alegría. Él podría ser el primero, pero va a ser que no (bueno, lo vamos viendo). Cioran se siente bárbaro, apocalíptico, right now. Y dispara ya sin mirar, negándolo todo. Cioran quiere arremeter contra la gente inteligente, pero a su alrededor solo hay ruinas, quiere hacer apología de la barbarie, de la locura, del éxtasis o de la nada, mas no de la inteligencia. Empieza a oscurecer y Cioran tiene muy claro que es mejor la oscuridad que una luz mediocre, así que deja la tanqueta a oscuras, iluminada tan solo por la luz negra de sus pensamientos, a oscuras pues, tal que la tanqueta sigue avanzando y cuando se quiere dar cuenta la tanqueta vuela por el desfiladero, rumbo a la nada, la misma nada de la que vino, la tanqueta no, Cioran, ya contento, ya feliz, pleno, místico, repasando antes del impacto final unas poesías de Santa Teresa de Ávila -amurallada-, que lo elevan, aunque no lo suficiente. Game over.

Cioran y su misoginia

En los ensayos de Cioran recogidos en el volumen Soledad y destino, en la página 364, me encuentro con el ensayo titulado El pecado de la voz humana. Al leerlo me pregunto de qué sirve tanta inteligencia, tanta cultura, tanta sagacidad, tanta filosofía, para acabar diciendo semejantes barbaridades, que al leerlas provocan náuseas. Cioran lo escribió con 27 años. ¿Pecados de juventud? ¿Inconsciencia? ¿Ganas de llamar la atención recurriendo al insulto? ¿Simple sinceridad? No lo sé, el ensayo recoge párrafos como estos:

Cuando una mujer habla -cuando simplemente habla- puede hacernos creer que no es una sirvienta. La melancolía graciosa de su mirada envuelve todo lo que dice en una poesía insignificante que sin embargo no puede dejarnos indiferentes. En cuanto empieza a cantar -y todas las mujeres cantan mal-, su talante de sirvienta le traiciona. Si los hombres fueran más sinceros y menos interesados, !cuántas veces no tendrían que ofrecerles una escoba en lugar de flores! Conozco pocos ejemplos de trivialidad qué superen el de la alegría femenina. Cuando las horas de meditación nocturna o de indiferencia soñadora estallan en la calle o en los hoteles las carcajadas de una mujer, tenemos la impresión de que violan la divinidad del silencio y se fijan en el fondo de la quietud en razón de quién sabe qué vergüenza cósmica. La vulgaridad que emana la mujer parece así no perderse nunca, quedar inscrita en la memoria secreta de la naturaleza. En el fondo, Dios debería haber sido mas compasivo con ellas, no hables otorgado la voz y el habla, pues sólo sin palabras habrían podido expresar todo lo que no son. Entonces nos hubieran resultado completamente extrañas -no sólo inicialmente-, y habríamos podido añadir a su nada todos los ornamentos de nuestra generosa infelicidad.

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Claridad vs oscuridad

Afirmó en su día Ortega y Gasset que «la claridad es la cortesía del filósofo«. Ya saben lo que reclamaba Goethe también justo antes de su fundido en negro.

Pues bien, leyendo y subrayando Soledad y destino de Emil Cioran, llego a este párrafo que contradice a Ortega. Nada raro porque a Cioran le gusta pelear a la contra. Virtud que en muchas ocasiones resulta reveladora en sus escritos.

La claridad será tal vez la marca de una inteligencia disciplinada; mas, desde el punto de vista de la riqueza y de la tensión interior, es un signo de deficiencia. A una página escrita con claridad, completamente accesible y legible en cualquier momento del día y de la vida, pero que no produce ninguna tensión, que no induce a la meditación porque no implica más de lo que está escrito, a una distinción sutil, pero estéril, prefiero una página cuya lectura sea un triunfo y que no sea oscura e incomprensible si no para aquel que no sabe que los pensamientos fecundos no pueden revestir formas comunes. La claridad corriente no es más que banalidad, porque decir algo para todo el mundo es privarlo de misterio, destruir la intensidad de la intuición originaria en favor de un esquema vago e inexpresivo […] Mejor la oscuridad que una luz mediocre […] Siento náuseas ante un mundo en el que todo está aclarado, explicado y etiquetado.