Capri

Capri (Alberto Savinio)

Alberto Savinio
Minúscula
2008
87 páginas
Posfacio de Raffaele La Capria
Traducción de Francesc Miravitlles

Parece ser que estas páginas que escribió Alberto Savinio (1891-1952), pseudónimo de Andrea de Chirico, las encontraron entre sus papeles después de su muerte, y ha sido un feliz descubrimiento. Savinio visitó la isla de Capri en 1926. Poco o nada tiene que ver esta Capri numinística, con la Capri actual.

Tuve ocasión hace un par de años de visitar la isla de Capri, y apenas encontraremos rastro de lo que leemos en este fabuloso deambular de Savinio. Ahora el comercio y el turismo de masas han dejado la isla reducida a un souvenir (a pesar de lo cual la isla sigue siendo una preciosidad como se puede apreciar en estas fotos), a la que llegan riadas de turistas casi todos los días del año, ya sean en ferrys o en trasatlánticos, para ser arrojados en el puerto, dejarlos pulular por la isla, comer y comprar algo, y retornar al vientre de esas ballenas metálicas, pocas horas después.

En el posfacio de este libro editado por Minúscula, con traducción de Francesc Miravitlles, Raffaele La Capria, habla de páginas musicales, leves, aladas. Tal cual. Cuando uno está inserto en el mundo clásico como lo estaba Savinio, a menudo, a la hora de ver, la mirada resulta artificiosa, pomposa, hiperbólica. Savinio logra transmitir poesía, sin resultar cargante, describiendo una isla que hace casi un siglo sí que podía mantener esa aureola mítica.

María Belmonte ya hablaba de este libro de Savinio en su estupendo Peregrinos de la belleza, donde aparecía Axel Munthe -al que se refiere Raffaele y de quién dice que su visión de la isla era demasiado inverosímil- médico que escribiría la archiconocida La historia de San Michele, de quien Savinio dijo en sus paseos por Capri que era una mezcla entre mezquita, iglesia protestante y tumba noble.

En su deambular Savinio camina por calles angostas, se empapa de luz, recorre caminos que llegan a un mar cristalino, atraviesa senderos feraces, profusos en vides, olivos y limoneros, visita casas cuyos suelos cubiertos de mosaicos emulan a las casas Pompeyanas, se encarama en lo alto de las cimas y allí colecciona lubricanes, evoca el pasado de la codiciada isla, alcanza la Grotta Azzurra y !voilá!, poco después Savinio deja la isla a bordo de una barca, y la estela que caligrafía en el agua es el recuerdo, la estela de una lectura luminosa e interesante, donde Savinio puso su magnífica prosa al servicio de sus ojos y la combinación es un deleite para los sentidos.

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