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Ensayos sobre música, teatro y literatura (Thomas Mann)

Thomas Mann
Alba Editorial
Traducción de Genoveva Dietrich
332 páginas
2002

Me ha fascinado esta colección de relatos de Thomas Mann sobre música, teatro y literatura. En estas páginas Mann habla de figuras de la literatura tales como Tolstói, Cervantes, Dostoievski, Goethe, Zola, Fontane, Chéjov, Schiller y Strindberg.

Algunos ensayos son muy breves, como el dedicado al dramaturgo Strindberg, de quien destaca sus conocimientos enciclopédicos sobre un sinfín de materias, a quien su anhelo de lo celestial, de lo puro, y bello, le inspiró obras inmortales.

Respecto a Zola, donde se menta el caso Dreyfus -cuando Zola sale en defensa del militar, y asume la hostilidad y el rechazo que le genera su apoyo, en pos de la justicia- Mann se lamenta de nuestra regresión moral, donde la apatía y el miedo nos convierten en lisiados morales.

Un viaje por mar en un trasatlántico rumbo hacia América le permite a Mann releer el Quijote de Cervantes -porque Mann no comparte eso de que las lecturas de viaje hayan de ser pasatiempos frívolos, tonterías para pasar el tiempo, no entiende que haya que rebajar las costumbres intelectuales- y proceder a su análisis -el de un obra cumbre de la literatura universal, según Mann- y establece analogías en algunos capítulos con El asno de oro de Apuleyo. Resulta interesante lo que comenta de la segunda parte del Quijote, escrita como una defensa de la primera y salvar su honor literario, al ver como un imitador de su obra quiere lucrarse con su continuación. Una segunda parte que no procedía pues según Goethe los temas ya se habín agotado en la primera parte. Quijote, un loco, que no necio, de quien Mann valora -entre otras muchas cosas de la novela- su crueldad juguetona, sus practicas mistificadoras en las bodas de Camacho, esa disposición autoral a humillar y ensalazar a su personaje -en su dualismo cristiano- sus discursos sobre la educación, sobre la poesía natural y artística, cuando aparece en escena el hombre del Verde Gabán, o la defensa de la libertad de conciencia que expone Ricote.

Habla de Dostoievski -de fisinomía doliente y trágica; un hombre que estaba en el infierno- y de sus obras cumbres: Crimen y Castigo de la cual dice que es la mejor novela policiaca de la historia de la literatura, o de Los Demonios, cuyo personaje Stavroguien le resulta el más siniestramente atractivo de la literatura universal. Se habla de la enfermedad y del espíritu creador, y ahí aparece entonces Nietzsche, otro enfermo -de parálisis progresiva- y entienden más la enfermedad como algo que los fortalece, que aviva su creatividad. Dostoiveski sufría de epilepsia, fue condenado a muerte con 28 años y se salvó por los pelos, para luego ir confinado a Siberia cuatro años. A pesar de su enfermedad y de sus circunstancias personales, muchas de las veces aciagas, el genio ruso dejaría para la posteridad, obras -además de las antes citadas- memorables como Los hermanos Karamavoz o Los idiotas.

Cuando habla de Chéjov, Mann realza su humanidad, su humildad, su falta de pompa y boato, alguien que dudaba de su capacidad, de su genio creador, que necesitó un empujón -cuando recibe una carta del escritor Dmitri Vassílievich Grigórovich -amigo de Turguéniev, Dostoievski y Belinski-, en la que éste siente impelido a rogarle que no pierda sus energías en bagatelas literarias y se concentre en proyectos verdaderamente artísticos- que lo llevaría tras ese momento epistolar -asombroso, conmovedor y decisivo- a escribir algo más serio, quien incluso obtendría el reconocimiento de Tolstói, autor que se encontraría en sus antípodas, pues donde en uno -en Chéjov- primaba la humildad, la asunción de sus límites, la sospecha de que engañaba a sus lectores al ser incapaz en sus obras de dar respuesta a las grandes preguntas, el otro -Tolstói- era la ufanidad de saberse el padre de las letras rusas, el dueño de un prosa colosal, al alcance de muy pocos, el autor de obras como Ana Karenina o Guerra Paz, obras maestras indiscutibles, que en el caso de Ana Karenina conocemos sus pormenores, lo que a Tolstói le costó escribirla y lo harto que acabó de Ana.

Luminoso es el ensayo sobre la figura de Wagner, ese escritor y músico que da un paso más en la concepción de la ópera, que quiere convertirla en algo más que un adorno sonoro a un espectáculo burgués, buscando uniones dramáticas más puras, más acordes. Wagner que alumbraría obras inmortales como El anillo del Nibelungo, El holandés errante, Lohengrin…que encontraron el reconocimiento popular.

A Goethe, Mann lo sitúa entre los grandes de la literatura alemana e universal. Se decía en su día que el siglo XVIII había dejado tres hechos fundamentales: La Revolución Francesa, La Teoría de la Ciencia de Fichte y Wilhelm Meister. Para Mann la autobiografía de Goethe, Poesía y verdad. Sobre mi vida, es la mejor autobiografía del mundo. Mann nos entera del paso de Goethe por Italia donde encuentra la totalidad y la felicidad, sus devaneos amorosos, sus múltiples amores que sirven como alimento para sus obras, para una mayor experiencia vital.
Un Goethe que su madre de 18 años arrojó al mundo, bajo el aspecto de una masa negra que parecía muerta. !Elizabeth, el niño vive!, clamó la abuela de Goethe.
83 años después, tras haber visto Goethe la guerra de los Siete Años, la guerra de la Independencia americana, la Revolución francesa, el ascenso caída y Napoleón, la disolución del Sacro Imperio Romano, Goethe moría y nos dejaba un legado imperecedero.

Estos ensayos de Mann son para leer y releer en bucle, un alimento para el espíritu y surtidor de futuras y múltiples lecturas que pienso llevar a cabo.

La muerte en Venecia

La muerte en Venecia (Thomas Mann 2001)

Thomas Mann
192 páginas
Editorial Edhasa
Traducción: Juan José del Solar

Gustav Von Aschenbach, el protagonista de la novela, ha superado los cincuenta años, se desplaza, viudo y a paso firme por el territorio de la senescencia, y un buen día, tras un hecho que lo remueve y desasosiega, decide dejar la monotonía y quehacer diario en Munich, la ciudad donde vive, y mudarse unas semanas de vacaciones a Venecia.

Aschenbach es un artista, un escritor afamado, cuyas obras incluso son leídas en las escuelas.

Aschenbach entiende el arte como un corcel impetuoso, a quien solo la disciplina y una actitud ascética y de renuncia es capaz de domeñar, espíritus como el suyo, como el de los poetas, siempre abocados al abismo.

“¿Quién podría descifrar la naturaleza y esencia del temperamento artístico? ¿Quién podría comprender la profunda e instintiva síntesis de disciplina y desenfreno que le sirve de base?.

La llegada a Venecia la hace en barco, pues según Aschenbach “llegar a Venecia por tierra, desde la estación, era como entrar en un palacio por la puerta de servicio.”

Venecia que aúna belleza y podredumbre, se nos presenta como una ciudad inverosímil, de belleza arrebatadora, y también como una ciénaga, pródiga en olores, asaeteada por vientos cálidos como el siroco, febril, por la peste que la asola y despuebla, y ante la cual Aschenbach decide mantenerse impertérrito, en una decisión arriesgada, incluso suicida, como se comprobará, porque sí -la muerte en Venecia- es la suya.

No tarda mucho Aschenbach en querer dejar Venecia, al poco de llegar, pues algo atroz flota en el ambiente que lo crispa y perturba, dejándolo en un estado emocional próximo al desquicie. Si bien, todo cambiará, cuando en el hotel donde se aloja, vea por primera vez a un joven, del que luego sabrá su nombre, Tadzio.

La narración es entonces un diálogo, o mejor, un monólogo, el que mantiene Aschenbach consigo mismo, acerca de la turbamulta emocional que siente crecer en su interior, ante la devastadora presencia del mancebo de quien se ha quedado prendado, ya sin remisión, del adolescente Tadzio.

A partir de ese momento, es la presencia de ese mancebo, esa joven divinidad, de belleza arrebatadora para Aschenbach, quien marcará el compás del dictado del corazón de este. En un juego de miradas, de un buscarse sin encontrarse, con el que “va surgiendo una curiosidad sobrexcitada e inquieta”.

Aschenbach se enamora hasta el paroxismo de una idea, del ideal de la belleza sin mácula, de la juventud sin menoscabo, de lo desconocido, que uno siempre presume como perfecto, corrigiendo cualquier imperfección que se nos presente a nuestros sentidos como tal.

“Pues el hombre ama y respeta al hombre mientras no se halle en condiciones de juzgarlo, y el deseo vehemente es el resultado de un conocimiento imperfecto.”

Aschenbach, racional y reflexivo como es, trata de poner orden y concierto en sus sentimientos, que como lava incandescente, van dejando sus reticencias y principios morales reducidos a cenizas, y para ello recurre al mundo clásico y decide ponerse entonces Aschenbach los ropajes de Sócrates, hablándole a Fedro acerca de la belleza, del amor, de la naturaleza del amado y del amante y empleando la filosofía como ese cepillo capaz de purificar cualquier deseo, que Aschenbach entiende como insano o impropio de alguien como él.

Un deseo, el suyo, reprimido, que aflora, cuando Aschenbach busca la puerta de su amado, como si arrimando su oreja a la puerta de su habitación, lograse así lograr una comunión, figurada antes como imposible, donde la atmósfera mefítica de Venecia, asolada por la peste, hubiera tomado posesión de Aschenbach, y éste se concediera un último deseo, sabiendo que su fin está próximo.

La muerte en Venecia escrita en 1912 es un clásico por méritos propios. Thomas Mann nos ofrece una prosa suntuosa, alambicada, preciosista, de corte clásico, donde lleva hasta lo excelso, esa combinación, tan difícil de conseguir de forma y fondo. En La muerte en Venecia, lo que se cuenta es tan valioso, como el “cómo se cuenta”.

En suma, un placer, un deleite.