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Las tablillas de boj de Apronenia Avitia (Pascal Quignard)

Escrito en 1983 por Pascal Quignard, Las tablillas de boj de Apronenia Avitia, con traducción de Encarna Castejón, tiene el valor del testimonio, el ofrecido por una patricia nacida en el año 343, quien moriría 71 años más tarde.

La primera parte del libro versa sobre la vida de Apronenia Avitia, romana acaudalada, propietaria de diversas villas en distintas zonas de Italia. Madre de siete hijos, si bien la maternidad acababa con el alumbramiento de los retoños, ya que habida cuenta de su desahogada posición económica disfrutaba esta de los servicios ofrecidos por las criadas, nodrizas y un personal superior a las 100 personas, que se encargaban de cualquier pormenor doméstico y de cualquier otra índole. En una tablilla Apronenia afirma que detesta el sollozo de los niños, su llorar quejumbroso, que no le gusta jugar con ellos.

Apronenia vivió aquellos años en los que el cristianismo pasó a ser la religión exclusiva del Imperio romano, en el año 380, desechando los romanos y fundiendo estos la iconografía de los anteriores dioses paganos.

La segunda parte del libro son propiamente las tablillas de Apronenia Avitia, que recogen pensamientos, recuerdos, reflexiones, menudencias, plasmadas en las CLXVIII tablillas de boj del título.

El valor de las mismas reside en que parece ser que en ningún momento Apronenia quería que se hiciesen públicas estas tablillas que actúan a modo de diario. En ellas Apronenia se confiesa a sí misma, se cuenta sin veladuras. Muchas de las tablillas no pasan de ser meros listados o enumeraciones de las cosas que no tiene que olvidar, las cosas que tiene que hacer, donde prima lo crematístico, a saber, intereses de las calendas, sacos de oro, o bien lugares que quiere visitar (los bosquecillos de Pompeya, la villa de Nápoles y la de la isla de Megaris, las termas de Tito, ir al templo de Numa…) o alimentos o bebidas que quiere degustar (queso de Sassina, jalea de higos de la Labulla, peras de Nápoles…), o actividades que le permitirán diluir el tedio.

Las tablillas dan cuenta de la voluptuosidad de Apronenia con sus amantes y nos enteran de que en aquel entonces los hombres patricios se hacían depilar las nalgas y el pubis, escena que Apronenia viendo a su cónyuge afeitar a cuatro patas le da produce cierto repeluco. Vemos cómo los esclavos menores eran a su vez también esclavos sexuales para goce y disfrute de sus amos.

Las tablillas de Apronenia parecen situarla al margen de la realidad imperante, encantada ella en la viscosidad de lo trivial, del ocio rampante, del quehacer estéril, como una burbuja de cristal que solo pareciera resquebrajarse cuando Apronenia tome conciencia de la soledad, la vejez, la enfermedad, su miedo, las muertes de los que la rondan, como cuando muere Posidio Barca, y éste agonizando le dice, No hay otra vida. No volveremos a vernos. Los dos llorábamos. Nos apretábamos la mano, dice Apronenia.

Quignard logra a través de la reproducción (¿o hemos de hablar de fabricación, si Apronenia no fuera más que una invención de Quignard?) estas tablillas, especie de teselas literarias, erigir un mosaico de la época, el siglo IV, no de la mano de una de sus actrices principales (aunque muy bien acomodada), lo cual no resta, a pesar de la sucintez y de ciertas reiteraciones, ni un ápice de interés a lo leído, pues estas tablillas resaltan como un vívido fresco de la época.

Una muy grata sorpresa.

Espasa. 2003. Traducción de Encarna Castejón. 123 páginas.

Pascal Quignard en Devaneos

Terraza en Roma
Vida secreta

www.devaneos.com

Terraza en Roma (Pascal Quignard)

De Pascal Quignard (1948 -) había leído anteriormente Vida secreta. Aquel me resulto tan árido como subyugante pues el libro estaba recorrido por toda suerte de hallazgos, de apuntes etimológicos y de un desvelamiento de las pasiones humanas poco corriente.

Terraza en Roma me ha parecido un relato más convencional. Todo lo convencional que puede resultar Quignard.

La novela son una suma de fragmentos que recomponen la figura de Meaume grabador o aguafuertista lorenés nacido en 1617, el cual sufre el derramamiento de ácido en su rostro lo cual le supondrá arrostrar esa carga de por vida, al tiempo que ve como Nanni la mujer que ama se separa, o desgarra, de su lado. La narración es un continuo trajín pues como Meaume dice la vida del pintor es una vida errante, siempre de país en país, de ciudad en ciudad, por Francia, Italia, España Inglaterra…

El ritmo es acelerado unas veces y sosegado otras. Hay exaltación y quietud, plenitud y vaciado, un narrar depurado, elegante, preciso -como la composición muy precisa que podemos hacernos de los aguafuertes que Meaume va creando y los momentos que los originan-, adensado, cifrado en un código existencial binario, no de ceros y unos, sino de blancos y negros, aquellos colores con los que trabaja Meaume, dos colores suficientes para mostrar su mundo desgarrado, su dolor inmanente, su vaciado interior, para ir de un extremo al otro, de la luz a la oscuridad, de la exaltación a la ira, del cielo a la tierra, pues al final es como si todo esto de los colores con los que se ensimisman sus colegas pintores, no fueran más que un montón de velos para ocultar el abismo que hay detrás, aquel precipicio por el que despeñarse, al tener que dejar este mundo de una manera atroz: después de más tres de meses sin probar bocado. Así Meaume.

Espasa. 2000. 140 páginas. Traducción de Encarna Castejón.