Archivo de la etiqueta: Malpaso Ediciones

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Pandemonio (Francis Picabia)

Muy grata sorpresa la que me ha deparado esta novela de Francis Picabia (1879-1953), escrita en 1924 y publicada por vez primera en 1974. Picabia despliega en su narración chanzas, burlas, retruécanos, humor negro, para mostrar su ateísmo, su antimilitarismo, su idea del amor, del matrimonio, su concepción del arte («el verdadero pesimista ni escribe ni pinta. Se dedica a cualquier cosa salvo al arte, una enfermedad que confiere un buen pelo, unos ojos bonitos y una piel sedosa porque suprime cualquier contacto con la vida y sus manifestaciones. Los enfermos sacan su interior al exterior. Y son incapaces de amar, de andar y de de reír. Son incapaces incluso de envejecer sin que por ello pueden evitar una muerte lenta que deja intactos su buen pelo, sus ojos bonitos y su magnífica piel«), ya sea la pintura, o la literatura, donde el ubicuo escritor en ciernes Lareincay es una creación impagable, un escritor que debe dar a conocer cada página que escribe y que con tanto salero enjuicia el narrador y escuchante de las gestas literarias de ese potencial genio creador: Lareincay (que me recuerda al Eloi de La linterna sorda de Renard, en esa necesidad imperiosa de reconocimiento hacia su obra).

La acción transcurre en su mayor parte en París, poblado de personajes míticos como Breton, Aragon, Duchamp, Picasso…, objeto casi todos ellos de las invectivas de Picabia, blanco de su tono burlón, inmisericorde, de una animadversión que no se orilla, vela, ni dulcifica.

El narrador con tono desenfadado y gamberro se burla de todo y de todos. Su humor corrosivo me resulta subyugante. La narración no da tregua porque continuamente cambia el escenario: pistas de baile, locales, inmuebles, alocados viajes en coche… Me gusta el espíritu satírico de Picabia, ese mofarse de todo, el poner todo en tela de juicio y quitar gravedad a las cosas, aligerándolas con su espíritu crítico, con su humor inteligente y punzante.

Pandemonio es una lectura que me ha entusiasmado, tanto que solo puede recomendarla. En algunos momentos, cuando Picabia habla del arte en los Estados Unidos me venían en mente otras páginas de Julio Camba, aquellas que éste dedicaba a la manera que tenían los yanquis de concebir el arte: en serie.

La novela va acompañada con 199 notas, que permiten entender mejor a Picabia, lo cual es una pega, porque sin ellas creo que el texto sería mucho más críptico y sería difícil entender muchos de los juegos de palabras, dobles sentidos y muchas de las críticas y chanzas que Picabia nos ofrece.

Queda Pandemonio como un interesante retrato del París de comienzos del Siglo XX, donde surgen movimientos como el dadaísmo y demás movimientos culturales, donde Picabia, como se explica en las notas, dice una cosa y defiende la contraria, víctima de un espíritu de contradicción, de una sinceridad atropellada y de un sentimiento de huida, que en todo caso, no lo sumirá en el inmovilismo sino en un quehacer (artístico) continuo y fecundo, en un deambular frenético y muy vital, que tan bien se explicita en esta alegre, gamberra y dicharachera novela.

Malpaso ediciones. 2015. 145 páginas. Traducción de Paula Cifuentes.

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Patas de perro (Carlos Droguett)

Es esta un novela muy desasosegante. Hay elementos siempre escabrosos que sobre el papel nos revuelven. Leí hace poco El entenado y allí era el canibalismo. En este Patas de perro, Carlos Droguett (1912-1996), viaja al corazón de las tinieblas del alma humana y para ello vadea los márgenes de aquello que entendemos por normal. El título va referido a las Patas de perro, las que tiene Roberto desde su nacimiento, un ser mitad humano, mitad perro, si bien no sabemos qué porcentaje dar a cada uno (más allá de que a partir de la cintura adopte forma humana y de cintura para bajo aspecto de can), porque precisamente funciona como un todo, como una deformidad maestra. Toda la novela es una invitación a reflexionar acerca de aquello que consideramos normal y la tendencia muy humana a criticar y vilipendiar aquello que se sale de nuestro campo de visión, de los márgenes de nuestras entendederas, siempre muy limitadas. Así, Boby, el niño perro, o el perro niño, o Boby a secas, recibe el rechazo más o menos explícito de su padre alcohólico, de sus hermanos, del profesor Bonilla, en resumen, de casi todos aquellos que orbitan a su alrededor, para en mayor o menor medida, herirlo, ultrajarlo, hacerlo objeto de su escarnio; fruto de la estupidez y vileza ajena, quizás porque todos se miran en él y no se lo perdonan. Boby encuentra en Carlos su ángel de la guarda, dispuesto este a adoptarlo, con quien convivirá una temporada hasta que Boby desaparezca -tras su paso por el manicomio, por la perrera, por la cárcel, tras comprobar que lo que quiere y desea es habitar el mundo de los perros, no el de los humanos, toda vez que tras los recelos iniciales, los perros lo acepten, y lo consideren uno de los suyos, una vez que su incapacidad de compadecerse a sí mismo se ve superada por la autoafirmación de su ser- y sea entonces cuando se vea solo cuando Carlos nos refiera el tiempo que pasó con Boby, porque cree que escribiéndolo logrará echarlo de su vida, olvidarlo, labor inútil ya que a esas alturas Carlos es un puñado de ruinas. Nos cuesta mucho ponernos en el lugar de los otros, más aún si el otro es un niño habitado por un perro o viceversa, por lo que es muy posible que lo leído nos cause extrañeza, angustia, piedad, confusión, rechazo, repulsión; un turbión de sentimientos encontrados, ante la querencia de Boby por dormir en el suelo, buscando el aliento de la tierra, por comer carne cruda, no la preparada de los humanos; aquellas cosas que muestran su lado más animal. Un amor canino que otros escritores han explicitado: Tolstoi, Jack London, Thomas Mann, loando las cualidades del más humano de los animales. De hecho la novela es un alegato en defensa de los animales y de los perros en general, de tal manera que tras esta lectura uno los ve con otros ojos. La lectura la entiendo como un continuo interrogarnos sobre qué haríamos nosotros. ¿Seríamos la bondad de Carlos, la piedad del padre Escudero, la compañía del ciego Horacio (un ciego al que Boby recurre, porque su no visión supone el no juicio, y en cierta medida su aceptación, su no rechazo, la no agresión visual, que permite a Boby al menos temporalmente sustraerse a la alteridad inquisidora), o la malignidad del resto?. ¿Seríamos capaces de llevar nuestro convencimiento, determinación y proceder hasta las últimas consecuencias como hace Carlos, a quien acoger a Boby le supone perder a su pareja, no consumar su matrimonio, la imposibilidad de ser padre, o miraríamos hacia otra parte y dejaríamos hacer?. Boby es muchas cosas y ninguna, puede ser una monstruosidad perfecta, una atracción de feria, una máquina de hacer dinero merced a su físico, el saco de boxeo en el que los otros puedan depositar toda su ira y todas sus frustraciones, puede ser un enigma, un código cifrado, una agresión visual, un desafío a la inteligencia humana, el rey de los perros, una aberración, un desarreglo de la naturaleza, un desatino divino, puede ser y es muchas cosas, un todo complejo que Drogget trata de desentrañar mediante una prosa torrencial (me vienen ecos de Bernhard, por su machaconería y obsesión, por el empleo de palabras que se repiten, esos bucles rabiosos y aniquiladores), de una belleza descarnada, visceral, áspera, erizada; páginas que leídas atoran (estomagantes son, por ejemplo, las escenas del matadero o la presencia siempre pavorosa del teniente, con ecos de picanas, torturas, sangre), empachan, desasosiegan, donde el autor nos encara con largas parrafadas sin apenas páginas en blanco capítulos ni apeaderos, donde su lectura no nos brindará las plácidas vistas superficiales del snorkel, sino la vertical de las profundidades, lo oscuro e indómito de la literatura en apnea, que logra manumitirnos de las servidumbres de la tan en boga literatura perezosa y ociosa, tan banal y prescindible como fugaz. Leo en la novela:Y alégrate, alégrate sin alegría de que no todos los hombres escriben libros y de que no todos los libros sobreviven, porque hay hombres que no merecen vivir y libros que no merecían ser escritos… Esta novela (publicada en 1965) mereció la pena ser escrita y ahora leída. Plausible la reciente recuperación de la novela por Malpaso.

Pablo Ramos
Malpaso Ediciones

En cinco minutos levántate María (Pablo Ramos)

Pablo Ramos
Editorial Malpaso
2016
160 páginas

Leo en los agradecimientos:

A todas las mujeres que tuvieron que ver con este libro, gracias de corazón. Cada una sabe cuánto y por qué.

Si no sabemos si detrás de este texto hay un hombre o una mujer, yo me decantaría por lo segundo. Sabiendo que detrás de este tributo, descarnado, sensible y profundamente humano, hacia el Motor de la Humanidad que es la mujer, está Pablo Ramos, mi reconocimiento hacia su trabajo aumenta.

En la portada vemos a un mujer sentada al borde de una cama, con las piernas juntas y las manos sobre las pantorrillas. No le vemos el rostro. Atiende la protagonista al nombre de María. No importa el rostro, porque María es la quintaesencia de la mujer.

Vengo de leer recientemente Departamento de especulaciones y esto me permite comparar la paparruchada de Offill, su medianía, su monumental simpleza, dejando la figura de la mujer reducida a un ser sin atributos, con esta obra de Ramos, donde nos encontramos todo lo contrario, porque Ramos, a través de María, nos muestra a las claras qué es esto de vivir, de luchar, de pelear, de sobrevivir, qué es el dolor, el sufrimiento, el remordimiento, la pena, la impotencia, el cariño de una madre hacia sus hijos, de una abuela, de una esposa, que lucha por mantener su dignidad, qué son las ilusiones que se han volatilizado, o se han escondido tan adentro de nuestro ser, que las creemos extinguidas, qué supone lidiar con un aborto, qué es tener un hijo drogadicto, cómo arrostrar una cachetada por parte del hombre que dice quererte, cómo digerir los días que suceden a un intento de suicidio…

María, sobre su camastro, abre los ojos y antes de que cante el gallo, anunciando la inminente alborada, se ofrece cinco minutos para ella misma, a fin de reflexionar acerca de lo que ha sido su vida hasta ahora. No lo plasma sobre un papel, sobre un diario, porque ahí ya está el germen de la mentira. No. María mantiene un diálogo consigo misma, y no esconde nada, no maquilla nada, más bien eviscera su pasado, lo pone sobre la mesa, lo tantea, lo sopesa, lo pondera, lo mastica, lo escupe, nos lo ofrece, y se nos ofrece tal como es, sin veladuras, sin justificaciones, en toda su pureza y complejidad, y así, nosotros los lectores, somos testigos entonces de una historia, poblada de otras muchas historias, relatos y anécdotas conmovedoras, como la de Héctor, como la de Pablo.

No solo María, todos necesitamos al menos cinco minutos al día de luz, de hada, de amor, de esperanza.

A menudo, leer es un paseo, un pasatiempo, otras, las menos, como me ha sucedido con esta novela de Pablo Ramos, leer es un inmersión, leer entonces te aísla, y cuando cierras el libro y llegas a la superficie boqueando, toca aclimatarse, volver a la realidad y acto seguido buscar los otros dos libros de Ramos anteriores a este: El origen de la tristeza y La ley de la ferocidad.

Entrevista a Pablo Ramos por David Pérez Vega

Eduardo Lago. Malpaso ediciones.

Llámame Brooklyn (Eduardo Lago)

Eduardo Lago
Malpaso Editorial
2016
412 páginas

Diez años después de su publicación por Destino, Malpaso ediciones reedita, Llámame Brooklyn, ganadora entre otros premios del Premio Nadal, con prólogo del autor, donde explica la génesis de la que fue su primera novela.

Puede uno hacer como la madre de Luis Landero, según nos refiere éste en su novela El balcón en invierno, y guardarse sus recuerdos en el corazón y no compartirlos o bien puede emplear la literatura como una forma de conocimiento. De uno mismo y un legado a su vez para quienes significaron algo en nuestras vidas.

El protagonista de la novela es Gal Ackerman, quien confía a Nestor, un amigo suyo los escritos que ha ido pergeñando durante décadas. Sabe que su final está cerca y quiere que cuando él no esté, su amigo pueda acabar esa obra inacabada que se trae entre manos y lleva por título Brooklyn.
Nestor, asume la encomienda, lo cual para él es un desafío, pues aunque hace años que escribe en periódicos, esta es la prueba definitiva que necesita para saberse escritor de verdad.

La novela está plagada de personajes más o menos significativos y la narración mediante múltiples saltos temporales, va atrás y hacia adelante en el tiempo, lo cual exige nuestra atención para no perdernos en ese dédalo temporal. Sabremos muchas cosas de Gal, su concepción, su adopción, la relación con su abuelo anarquista David (el cual no me ha parecido ver en la lista de personajes), con su padre Ben (que estuvo en España con las Brigadas internacionales), y el hecho más trascendental, aquel que dará sentido y también al traste con su existencia. A saber, el enamoramiento de una mujer. Nadia Orlov, a la que Gal conoce en un autobús y de quien se prenda al instante. Ese será el principio del fin.

El deseo de Gal no es tanto contar su historia, que Brooklyn vea la luz, como que llegue a la persona indicada. A Nadia. No para recuperarla, sino para que ésta sepa cuanto significó en su vida.

La novela está recorrida por un montón de historias de todo tipo, muchas con el tono periodístico que David, el abuelo de Gal, gastaba cuando escribía sus crónicas para el Brooklyn Eagle, con personajes como los marineros daneses varados en el Oakland, local que obra como aglutinante, mendigos descuartizadores, la cofradía de los Incoherentes, mister Tutle, brigadistas internacionales, o el mismísimo Thomas Pynchon (quien jura que no le va a volver a vislumbrar el careto nadie) y tantos otros. La novela cartografía a su vez el distrito de Brooklyn y los barrios que lo conforman con un grado de precisión que ríete tú del street view de Google Maps.

El as en la manga que se reserva el autor, para cerrar la novela, es la postrera figura de Brooklyn Gouvy, la hija de Nadia, quien como no podía ser de otro modo, se hará con el libro que Nestor dejara en una hornacina en el cementerio de Fenners Point, donde está enterrado Gal. De esta manera Brooklyn, sumando al libro escrito por Néstor, la lectura de los diarios de su madre, llegará a hacerse una composición de quién fue Gal y conocer algo mejor a su madre. O quizás no, porque todo papel, sea papel mojado.

Eduardo Lago en esta primera novela, no anduvo falto de ambición. Según cuenta en el prólogo esta novela la principia al menos mentalmente en 1985, así que la maduró durante más 20 años, antes de verla publicada en 2006. Eso se nota. La historia es simple. La puesta en escena es alambicada, embrollada, compleja. Esto hay quien lo identifica, con la maestría, con el talento del autor.

A mí, sin parecerme esta novela ninguna maravilla (la manera de narrar de Lago no me apasiona), sí que me ha resultado lo suficientemente interesante como para no abandonarla y trapiñármela en 48 horas.