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Aprender a rezar en la era de la técnica. El reino #4 (Gonçalo M. Tavares)

Concluyo con la lectura de Aprender a rezar en la era de la técnica, después de 725 páginas, la tetralogía de los libros negros de Gonçalo M. Tavares recogidos bajo el título de El reino.

Tavares es muy poco dado al aspaviento a la pirotecnia y al espectáculo que es la sustancia de cualquier bestseller. Tavares está a otra cosa, lo suyo cae más del lado de las ideas, del pensamiento, de una filosofía que aborda la naturaleza humana y recorre todos los intesticios de El reino. Lo compruebo cuando después de haber leído buena parte de la novela -ésta es la más larga de las cuatro- el protagonista, el doctor Lenz Buchmann que pasar de manejar el bisturí y operar a los enfermos, a tratar de erradicar el mal de la sociedad, o más bien a instilarlo (con las palabras del padre siempre presentes: Hacer lo que se quiere es el primer peldaño, el segundo es hacer que los demás quieran lo que nosotros queremos; Un ideario construido sobre el miedo: Era el miedo lo que movilizaba, era el miedo lo que hacía visible el único instinto universal, que no excluía a nadie y del que se podía afirmar que no existía nada que no estuviera, o quisiera estar, vuelto hacia él, a modo de ciertas plantas que buscan la mejor posición para recibir la luz, en este caso una luz negra. El miedo exigía de todas las cosas orgánicas un compromiso, un reposicionamiento, una atención, una preparación para el movimiento decisivo; Primero, construir un peligro sin origen identificable; luego, gracias a éste, forzar el movimiento de la población; por último, preparar el Estado fuerte del que saldrían dos clases de personas: las que protegen y las que son protegidas), seducido por los cantos de sirena de la política, donde abrevan la ambición y se refocila el poder a sus anchas, cuando este doctor digo, tras dar el salto con éxito a la política y llegar casi a lo más alto –pues era alguien que ve los dos campos de la existencia: el estratégico y el anatómico; que ha nacido para influir a los hombres de uno en uno, y también a todos en su conjunto-, tras convertirse en el número dos del partido, ve inerme cómo la enfermedad viene a socavarlo. Ahí Tavares rehuye el camino más previsible -hete ahí su singularidad y su grandeza- pues lo cómodo sería mostrar cómo un tipo frío e inteligente se sirve de la política para dar rienda suelta a su ambición desmedida y engrosar en este caso un partido de corte nacionalsocialista. No, Tavares antes de que eso pase (lo cual nos recordaría a otras novelas con mandos nazis como protagonistas) aboca, o despeña, a su personaje por otros derroteros: la enfermedad, el declive, la merma física y mental, el no porvenir, el lugar constreñido a dos metros cuadrados, lo que ocupa la cama del enfermo.

Aunque las cuatro novelas no están conectadas explícitamente sí que hay entre ellas resonancias. Aquí Lenz -que en su estado moribundo se puede emparentar en su desahucio vital con Mylia, la protagonista de Jerusalén) reprocha a un hombre que se lamente como lo hace de haber perdido un dedo, ese hombre es Walser (el protagonista de La máquina de Joseph Walser), el dedo es el índice, aquel que le impide a un hombre apretar el gatillo, aquel gatillo que brindaba un final de ruleta rusa en La máquina de Joseph Walser, el índice que no se ve capaz de emplear Lenz, cuando quiere hacer lo mismo que su padre cuando comenzó su declive: volarse la tapa de los sesos con una pistola. Eso sueña hacer Lenz, si bien su final es menos belicoso y se resuelve con una llamada, dejándose ir.

El reino (Gonçalo M. Tavares). Seix Barral. 2018. 744 páginas. Prólogo de Enrique Vila-Matas. Traducción de Rita da Costa.

Un hombre: Klaus Klump
La máquina de Joseph Walser
Jerusalén
Aprender a rezar en la era de la técnica

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Jerusalén. El reino #3 (Gonçalo M. Tavares)

Jerusalén es el tercer libro de la tetralogía de los libros negros de Gonçalo M. Tavares publicados por Seix Barral, con traducción de Rita da Costa, bajo el título de El reino.

Si los dos primeros, Un hombre: Klaus Klump y La maquina de Joseph Walser eran, en palabras del autor, las dos caras de una misma moneda, aquí salimos de los dominios de Leo Vast y de la impronta de una guerra vigente y de sus consecuencias, para situarnos nuevamente en una ciudad y en un tiempo indeterminados. Como hiciera Faulkner en Mientras agonizo, la narración se presenta fragmentada, astillada, con continuos saltos en el tiempo y en el espacio.

En Jerusalén Tavares se vuelve más locuaz y su discurso pierde fuelle, aunque quizás esta sea la idea, dado que uno de los ejes de la novela tiene que ver con la maldad humana, el horror, con la cantidad de asesinados a lo largo de la historia y hasta el fin; Theodor, médico e investigador quiere elaborar la gráfica de la distribución del horror a lo largo de los siglos. La historia del horror es la sustancia determinante de la Historia, y toda Historia posee una normalidad, nada existe sin normalidad. Si el horror es constante, entonces sí que no habrá esperanza. Ninguna. Todo seguirá igual. Un trabajo a todas luces imposible, y por tanto necesario, en su afán de establecer causas y efectos llegando incluso a vaticinar en sus libros que países serían los ejecutores y cuáles los ejecutados, qué cantidad de muertos arrojaría cada contienda bélica, etc.

En su estudio Theodor tiene presente también la relación entre el desempleo y el horror.

«Tienes que entenderlo, llevo 5 años de paro a la espalda; pueden hacer lo que quieran conmigo».

El horror va sumado al miedo diario y e
al terror incesante que se manifiesta en la figura del perseguido.

El perseguido tiene en algún punto de su cuerpo esa marca terrible: la de alguien que huye.

Un perseguidor encarnado por el médico Gomperz Rulrich. Un perseguidor que también envejece y es entonces, solo entonces cuando ya no asusta, cuando ya todo el mal está hecho.

Tavares es más dado a formular preguntas que a contestarlas, aunque las novelas siempre le brindan al luso la oportunidad de ponerse en lugar del otro, aquí un esquizofrénico, Ernst Spengler, una esquizofrénica, Mylia, un médico abismado en el pozo negro de la Historia, Theodor, un niño discapacitado, Kaas, un médico sin moral alguna, Gomperz. Y llega a plantear una abominable Europa distópica: Europa 02. El campo de concentración como distopía.

¿Puede un hombre que práctica entusiasmado una actividad determinada transformarse al día siguiente en verdugo?

Si pensamos la maldad que Theodor maneja e investigador es inevitable no pensar en el holocausto judío.

Morian como ganado, como cosas que no tuvieran cuerpo ni alma, ni tan siquiera un rostro que la muerte pudiese marcar con su sello.

De una manera un tanto forzada todos los personajes acabarán concurriendo al final en un espacio en el que Tavares riza el rizo de tal manera que sin darse el batacazo, no logra a mi entender la intensidad y el sincretismo en las que se devolvían muy plausiblemente las dos primeras novela de la tetralogía.

Gonçalo M. Tavares en Devaneos


El reino (Gonçalo M. Tavares). Seix Barral. 2018. 744 páginas. Prólogo de Enrique Vila-Matas. Traducción de Rita da Costa.

Un hombre: Klaus Klump
La máquina de Joseph Walser
Jerusalén
Aprender a rezar en la era de la técnica

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