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Las ilusiones perdidas (Honoré de Balzac)

Esta novela de Honoré de Balzac (1799-1850), que llevaba tiempo deseando leer, me ha causado muy buena impresión.

Las ilusiones perdidas, que agrupa tres novelas escritas entre 1835 y 1843 y forman parte de la Comedia Humana (compuesta por 87 novelas) -en el apartado de Escenas de la vida en provincias– es mucho más que un folletin de manual.

Lucien, su personaje principal, es una creación memorable. Balzac muestra con todo lujo de detalles lo que le supone a un poeta de provincias trasladarse de Angulema a París, la ciudad que puede encumbrar al poeta o bien destrozarlo de un día para otro. Allí irá Lucien, detrás de Louise de Nègrepelisse, mujer casada, a la que quiere conquistar, embebido en sus cantos de sirena. Su historia de amor le sale rana a las primeras de cambio, pues su amante tiene sus propios planes. La ciudad de París de la segunda década del siglo XIX se conforma como un tablero de juego, donde todos los allí presentes, ya sean políticos, editores, escritores, empresarios teatrales, nobles, aristócratas, periodistas, juegan sus cartas, y donde se suceden toda clase de engaños, fracasos, envidias, traiciones, lealtades, deslealtades, odios, rencillas, conspiraciones, artimañas, donde cada acción atiende a un fin, lucrativo siempre. La moral reversible como divisa.

El cándido y ambicioso Lucien, con alma de poeta quiere triunfar, y poco a poco todos cuantos le rodean, ya sean escritores, periodistas, editores, le irán abriendo los los ojos, fogueándolo, maleándolo, deshaciendo las veladuras de su mirada. Lucien, se deja hacer, renuncia a sus ideales, a escribir poesías o novelas, y se gana la vida como periodista (Balzac habla de los periódicos como de prostíbulos del pensamiento) tras dar el pelotazo con un artículo, se entrega luego a la indolencia, a la voluptuosidad, al lujo, al exceso, al derroche, a las infaustas servidumbres del juego, sin importarle mucho cambiar de bando político, ora con los liberales, ahora con los monárquicos.

Balzac nos ofrece unas páginas impagables sobre los entresijos y engranajes de la viscosa vida literaria y de su ejercicio crítico, sobre cómo crear un éxito, sobre cómo vender una novela, sirviéndose de críticos con muy pocos escrúpulos, capaces de defender una cosa y su contraria, de loar y denostar una obra literaria, sin importar la calidad intrínseca de la misma, sino como una manera más de ganar un dinero, unos palcos en el Teatro, o bien los favores de los escritores y editores. Páginas que serán valiosas también para todo aquel que ambicione ser algo en el universo de las letras o quiera conocer de qué materia y cuál es la naturaleza del mismo.

«Se verá mezclado forzosamente en luchas horribles, de obra contra obra, de hombre contra hombre, de partido contra partido, en las que hay batirse sistemáticamente para no verse uno abandonado por los suyos. Estos innobles combates desencantan el alma, depravan el corazón y producen un cansancio sin provecho alguno; pues a menudo nuestros esfuerzos sirven para hacer coronar a un hombre al que se detesta, un talento de segundo orden, presentado a pesar nuestro, como un genio».

«El escritor de moda es más insolente y duro con los que empiezan de lo que pueda hacerlo el más brutal de los editores. Allí donde el editor no ve más que perdidas, el escritor teme a un rival: de uno recibe y el otro le aplasta. Para escribir grandes obras, mi pobre amigo, sacará de su corazón, untando generosamente su pluma de tinta«.

Otras muchas páginas Balzac las dedica a hablar al detalle del mundo de la imprenta, pues uno de los personajes principales, David, el amigo del alma de Lucien es impresor, casado con Ève, la hermana de este. Más que impresor, él es inventor, afanado en inventar un tipo de papel nuevo, ante la gran demanda que se avecina. Un trabajo, el suyo el de inventor, que tiene que ver mucho con el de Lucien, el de escritor, pues ambos son creadores, cuyo esfuerzo, empeño, dedicación, puede ser en balde, si no les sonríe la Gloria y hasta que aquello suceda, todo son castillos en el aire.

En otras páginas Balzac pormenoriza todo aquello que tiene que ver con los descuentos de las letras de cambio y toda esa industria legal que enriquece a abogados, procuradores, banqueros y usureros, algo que apenas ha cambiado en estos dos últimos siglos.

No faltan tampoco las páginas epistolares, así como los duelos a pistola.

El círculo ha de cerrarse. Lucien se va de su pueblo como regresa un año y medio después, con una mano delante (su capital se lo presta David) y otra detrás. Su fatalidad es un nudo corredizo sobre su gaznate. Solo le quedan dos opciones o suicidarse o huir. La presencia del particular canónigo Carlos Herrera, facilitará su salida de escena. Sus andanzas posteriores las podemos seguir leyendo en Escenas de la vida parisiense.

Las ilusiones perdidas ofrece unas cuantas páginas magistrales, y otras en las cuales creo que hubiera sido necesaria una poda, en especial en aquellas en las cuales Balzac pormenoriza los aspectos legales, y jurídicos que me resultan un tanto tediosos. Lo que creo que es indiscutible, es la viveza de la prosa (con algunas sentencias o aforismos que son alfilerazos: la resignación es un suicidio diario) la capacidad que Balzac tiene para crear personajes consistentes (¡que gran personaje es el avaro padre de David¡), sus diálogos chispeantes, el detalle, ya sea en el atavío de los personajes o demás aspectos estéticos, o bien al recorrer con su pluma un teclado donde los sentimientos humanos vibran vigorosos.

«Considero el arrepentimiento periódico una gran hipocresía, el arrepentimiento en tales casos no es sino un premio concedido a las malas acciones. El arrepentimiento es una virginidad que nuestra alma debe ofrecer a Dios: un hombre que se arrepiente dos veces es, pues, un despreciable sicofante. Mucho me temo que sea solamente una forma de descargo de conciencia».

Debolsillo. 737 páginas. 2013. Traducción de José Ramón Monreal.

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Memoria de chica (Annie Ernaux)

Pero para qué escribir sino es para desenterrar cosas, hasta una sola, irreductible a explicaciones de toda suerte, psicológicas, sociológicas, algo que no sea el resultado de una idea preconcebida ni de una demostración, sino del relato, algo que salga de los repliegues escalonados del relato y que pueda ayudar a entender -a soportar- lo que sucede y lo que se hace.

Sí, Annie Ernaux (Normandía, 1940), desentierra cosas, o más bien ejerce de forense, y dispone sobre la mesa de las autopsias a la joven que fue en 1958, cuando contaba 18 años, el año en que en una fiesta, en un campamento de verano donde trabajaba como monitora, un tal H, un par de años mayor que ella, la besó, la llevó a su habitación, la desnudó, y durante toda la noche (ob)tuvieron sexo. Más él que ella.
Una noche que no es un antes y un después, sino un abismo temporal, el que separa a la niña de la mujer y nubla la mente e inflama los sentidos y le aviva una sed de hombre hasta ahora desconocida. Una noche que le deparará consecuencias de todo tipo y será el núcleo de esta biografía, pues tras esa noche su relación con las otras monitoras y con el resto de sus compañeros e incluso consigo mismo cambia, pues el sexo, como la gota de café en la leche, aunque sólo sea una, aniquila lo inmaculado y todo se vuelve entonces viscoso, fangoso, turbio, tormentoso, fosco e hiriente.

Reflexiona Annie a toro pasado sobre esa noche de sexo, y las siguientes, sobre esa sed que quiso apagar en otros cuerpos, cómo a raíz de esa noche, le llueven apelativos de todo tipo, sobre un conducta juzgada como poco decorosa, cómo el grupo agrede y ella, en esa ocasión es la víctima y objeto de escarnio. Añade Annie más elementos a su biografía como la falta de regla que tuvo durante un par de años, la bulimia que padeció o la relación con su amiga R, que acabó malográndose, refiriéndonos su estancia de pocos meses como criadilla en Londres. Hechos que se refieren en la segunda mitad del libro donde la narración un tanto anémica, languidece.

Lo complicado en un libro como el presente es qué hechos del pasado alumbrar y cuales dejar fuera de campo y luego qué enfoque darles, cómo tratar aquellos hechos que se recuerdan -ya sea recurriendo a la memoria, a cartas o fotografías, como hace Annie- y dotarlos de sentido, si es que esto es posible, o si más bien tiene sentido hacerlo, porque nos guste o no, lo que somos es un pasado capitalizado, un sumatorio de yoes sucesivos en el tiempo y no siempre bien avenidos.

Cabaret Voltaire. 2016. 200 páginas. Traducción de Lydia Vázquez Jiménez.

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Monsieur Teste (Paul Valéry)

Leo: Pese a mis esfuerzos sólo seguía sus palabras con mucha dificultad, limitándome al final a retenerlas. Leo: No me aburre oír cosas abstractas o demasiado elevadas para mí; le encuentro un encanto casi musical. Hay una parte del alma que puede gozar sin entender, y que en mí es muy grande. Dice Valéry en el prefacio: estaba firme en mi deseo infinito de claridad, mi desprecio de ídolos y convicciones, mi desagrado con lo fácil y el sentimiento de mis límites. Pienso: ¿Dónde acaba la memoria y empieza la imaginación?. No hay lindes, cuando la imaginación (re)crea la memoria.

Leo: Y las palabras más derechamente nos alcanzan -esas que nos hacen a su autor más cercano que ningún otro hombre, que hacen creer que el eterno muro entre los espíritus cae- podían venir a sus labios. Valéry escribe este palimpsesto a los 25 años, y digo Palimpsesto porque desde su nacimiento este texto, La velada con Monsieur Teste fue creciendo en extensión y profundidad, durante cuatro décadas,hasta un final intelectual: Marcha fúnebre del pensamiento.

A Valéry solo le interesaban los textos difíciles y exigía a sus lectores, el mismo esfuerzo que a él le costaba parir a sus retoños. Advierte que ya en lengua original su lectura no es demasiado fácil y que trasladarlo a otra lengua presenta dificultades casi insuperables. Muy plausible la labor del traductor José Luis Arántegui, no porque el texto no siga siendo abstracto, impenetrable, inasible, incómodo, que es la impronta de Valéry, sino por trasladar fielmente ese espíritu, en un texto que más que ladrillo es piedra y que tirada al centro de un estanque, no se va al fondo y se sustrae de nuestra mirada y de nuestra memoria al instante, sino que crea ondas expansivas, círculos concéntricos con piel de concertina.

Leo y concluyo:

Mire, todos los tontos se reclaman de la humanidad y todos los débiles de la justicia; interesados, unos y otros, en la confusión. Evitemos el rebaño y la romana de esos Justos tan mal enseñados; golpeemos a quienes quieren hacernos semejantes suyos. Sólo o tiene que acordarse de que entres los hombres no hay más que dos relaciones: la lógica o la guerra. Pida siempre pruebas, la prueba es la cortesía elemental que siempre se debe. Si rehúsan, recuerde que está siendo atacado, y que se le va a hacer obedecer por todos los medios. Será usted preso por la dulzura o por el encanto de cualquier cosa, apasionado por la pasión de otro; se le hará pensar lo que no ha meditado ni sopesado; será usted enternecido, encantado, deslumbrado: sacará consecuencias de premisas que se le habrán fabricado, y con algún genio inventará usted -lo que conoce de memoria.

Henri Roorda

Mi suicidio (Henri Roorda)

Henri decide suicidarse a los 55 años. No lo hace a consecuencia de una enfermedad terminal, o porque su situación económica sea desesperada o por cualquier otra circunstancia de manual. Más bien Henri creo que entiende que la libertad nos permite disponer de nuestra vida a nuestro antojo.

Henri quiere un proceder regido por la exaltación, el entusiasmo, el gozo, un vivir con embriaguez, en suma. Cuando esa ilusión, ese entusiasmo, esa chispa falta, vivir es simplemente acumular días. Henry tiene hambre de ternura, un hambre insaciable que acabará matándolo/se. Sus 30 años de docente, esa formación de jóvenes espíritus tampoco le deparará ninguna alegría.

Me resulta el suyo un testimonio franco, veraz, sincero. A pesar de su brevedad, he encontrado en el texto -este librito que hace las veces de nota de suicidio- unas cuantas frases interesantes que reproduzco a continuación.

El Estado no ofrece a quienes instruyen a los escolares ocasión de renovar su tarea y de rejuvenecer de esta manera su pensamiento. ¿Consiste su base en transmitir entusiasmo los jóvenes? No, el entusiasmo es peligroso. Por mi parte, me gustan los inicios, las salidas, los impulsos renovados.

Me deprimiría menos la perspectiva de volver a dar mis lecciones si los que me pagan me dijeran: «Dé a estos niños lo mejor de su pensamiento». No tengo nada en común con esos funcionarios que se sienten orgullosos de ser una «rueda» más del engranaje social. Necesito emocionarme con las verdades que enseño.

No estaba hecho para vivir en un mundo en el que se debe consagrar la propia juventud como preparación para la vejez.

Hay corazones a los que nuestra estúpida moralidad condena una juventud demasiado corta y a una vejez demasiado larga. La vejez no sirve para nada.

Si yo hubiera creado el mundo, habría situado el amor al final de la vida. Los seres humanos se habrían visto sostenidos, hasta el final, por una esperanza confusa pero prodigiosa.

Trama editorial. 2014. 64 páginas. Traducción de Libertad Aguilera.