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Años luz

Años luz (James Salter 1999)

James Salter
1999
Editorial Salamandra
384 páginas

Un libro te lleva a otro, una lectura a otra, una reseña a otra, un autor a otro.

Hace más de dos años leí este artículo de Antonio Muñoz Molina en El País, donde decía cosas como estas:

«Qué importancia puede tener una literatura que no induzca al insomnio y no nos deje en un estado de vehemencia parecida a la fiebre. Estuve leyendo Light Years (Años luz) a lo largo de toda una noche y sólo cuando alcé los ojos tras la última página me di cuenta de que había empezado a amanecer».

Finalmente, hace tres semanas, compré este libro de la editorial Salamandra, en bolsillo, por ocho euros lo leí y muy complacido quedé.

Algo, o mucho de lo que dice Molina hay en la prosa de Salter, la cual sin apenas estridencias te mete de lleno en ese arroyo que fluye, que borbotea, que se ralentiza y luego se remansa a lo largo y ancho de dos décadas, con una prosa de frases cortas como latigazos, con la que el autor nos va contando una(s) historia(s) que mete(n) el dedo en la llaga en lo tocante a las relaciones de pareja, a la asunción de la paternidad, al encaramiento de la adolescencia de los hijos y el posterior abandono del nido, a la fuga del deseo, al aburrimiento parejil, a esa anhelada libertad y la conquista de otros mundos, de otros territorios, de otras zonas de la personalidad eclipsadas e imposibilitadas por el matrimonio, una prosa exuberante, unos párrafos que inundan esta preciosa novela que vale la pena remontar varias veces, releerlos, fruta madura a la que ir sacando el jugo.

Personajes los de Salter que superados los cuarenta años parecen estar ya casi en su ocaso, en sus postrimerías, esperando un final, la muerte quizás, la cual lo cura toda, incluso la enfermedad de vivir.

Libros como este convierten la lectura para mí en un pasatiempo ineludible. Lean a Salter, está a Años luz de casi todos los escritores.

Una pasión parecida al miedo

Una pasión parecida al miedo (Mary Ann Clark Bremer 2014)

Mary Ann Clarck Bremer
Periférica
2014
60 páginas

Pim, pam, leído.

Quería leer algo breve pero intenso. Y sí, esta novela o relato es breve, no llega a 60 páginas, pero intenso no es, porque esta pasión parecida al miedo que vive o sufre o experimenta Mary Ann, ha ejercido sobre mi persona somnolencia y tedio a partes iguales.

Mary Ann (1928-1996) leo que se pasó la vida viajando, tirada a la bartola, encastillada en su vivir burgués, y de paso fue escribiendo sus cosillas, bajo pseudónimo y ahora van aflorando y Periférica que coge media docena de hojas de un escritor y te edita un libro, lo lanza al mercado y aquí estoy yo ahora hablando del mismo.

Mary Ann nos cuenta que tras perder a su marido se enamora de D. y tiene miedo a estar con él y también miedo a perderlo. En resumen, que su estado de ánimo existencial es el miedo.
D. estuvo en un campo de exterminio y ahora que está logrando dejar de sufrir, Mary Ann quiere ser cualquier cosa menos una carga para él.
Y D. que maneja la lengua como nadie, le cuenta historias a Mary Ann en plan Sherezade, y ahí nos endilga unas historias bíblicas que hay que tener más paciencia que el Santo Job para soportarlas, y luego se retoma el hilo de la narración, situada la parejita sobre un manto níveo, camino de un café, en la ciudad de Berna, recordando si llegaron a ser en verdad la misma carne, la misma derrota, o los mismos clavos, la misma cruz, los mismos clavos, el mismo ataúd (que cantaría el Kutxi)

Árbol de humo (Denis Johnson)

Árbol de humo (Denis Johnson)

Denis Johnson
Mondadori
598 páginas
2008
Traducción: Javier Calvo

Después de haber leído y disfrutado con Sueños de trenes de Denis Johnson (un tipo que sin llegar al rigor de Pynchon gusta de permanecer oculto, a fin de que sean sus textos literarios los que hablen por él. Lo cual por otro lado es lo lógico si uno se gana la vida escribiendo y no a acudiendo a fiestas, televisiones, promociones, ágapes y demás variantes publicitarias), me pareció una buena opción dedicar mi tiempo, casi un mes, a leer este libro por el que Denis Johnson recibió el National Book Award en 2007.

De Árbol de humo sólo sabía que guardaba relación con la Guerra de Vietnam. En la portada aparecen dos niños de edades parejas, cargando uno al otro, uno con casco, el otro no. Podía haber optado Denis por poner a algún soldado americano, alguna bandera de barras y estrellas en la portada. No. Los tiros no van por ahí.

Árbol de humo es un libro sobre la guerra pero sin guerra o sin guerra explícita, o con una guerra que está en sordina, como un eco, o un murmullo lejano, pero que al mismo tiempo es una guerra que hace mella en la mente de los soldados americanos, volviendo a estos enfermos, violentos, vengativos, primarios, salvajes, devolviéndolos a la oscuridad, porque lo que viven y sufren no es una guerra, sino más bien una enfermedad, una epidemia

Durante 600 páginas no hay nada bélico, más allá de que a un sargento americano una bengala enemiga lo haga trizas.
La guerra para los soldados americanos es ir de putas, visitar cuanto prostíbulo se cruce en su camino, liarse a mamporros en un bar con unas cuantas copas de más.

En ese lodazal, en ese campo de exterminio moral, se encuentran a sí mismos, para luego perderse de nuevo en sus bajezas. En un territorio sin fronteras morales donde todo, o casi todo, les está permitido, dueños de un magma de libertad y desenfreno, donde experimentar experiencias impensables en sus ciudades de origen, e ir dando tumbos, entre perplejos y furibundos, sabiéndose en el punto de mira de algún vietnamita cabreado, sin otro objetivo que barrerlos del mapa.
Situaciones tan extremas son las que viven, que reforzarán los lazos entre todos ellos, creándose hermandades y una sensación al volver a casa de vacío, de hastío, donde todo es tan cómodo y placentero como fútil, ñoño y vacuo, así que no debe extrañarnos que cuando uno de estos jóvenes soldados llame a su casa, después de un mes sin que su madre tenga noticias suyas y le pregunte que sufrió mucho al no saber si durante todo este tiempo estaba vivo o no, el hijo no sepa muy bien que responderle, pues no tiene claro si está vivo o no.

La narración se articula sobre historias personales como la del Coronel, un trasunto de Kurtz, que libra las guerras a su manera, a su bola, un soldado que aspira a ser erudito y dilapida su tiempo leyendo a Cioran y Arendt, confraternizando con los nativos. A su lado, su sobrino, Skip, un hombre de letras con aspiraciones bélicas, que se adapta al papel de espía, corriendo toda suerte de aventuras hasta su aciago final. Respecto a los soldados tenemos a Bill y a James, que muestran lo tocados que vuelven del frente, incapaces luego de llevar una vida normal, una vez que el virus del mal haya entrado a formar parte de ellos, en esas tierras lejanas.

Me gusta el libro de Denis porque rehúye cualquier tópico relativo a la guerra de Vietnam. Ya saben, todo aquello que poblaba las pésimas películas de Chuck Norris y Rambo.

No busca (o yo no lo encuentro) Denis lo efectista, ni lo sensiblero, ni recurre a lo fácil, que sería plagar el texto de explosiones, cuerpos mutilados, violaciones en masa, americanos sádicos y vietnamitas enojados. No. Algo de eso hay, pero como una segunda capa, más bien un escozor, una molestia, un sarpullido, que una herida sangrante.

La premisa es que toda guerra es una tragedia, donde todos pierden. Los que ganan también. Y esa reflexión es la de Denis (presentar un estado de guerra que provoca la enfermedad del alma en todos los que la sufren), engalanada con memorables diálogos, chispeantes, ocurrentes, hilarantes incluso y unas descripciones de los lugares por los que se mueven los personajes con las que uno entra a saco, con todos los sentidos.

Si de muchas novelas uno tiene la sensación de que han sido escritas a vuela pluma, en otras, uno siente que hay un trabajo detrás, cierta decantación en el texto, cierto equilibrio, cierta armonía. Todo esto es lo que convierte Árbol del humo en un texto deslumbrante, complejo, árido a ratos, pero muy gratificante. Un libro que me convendrá tener siempre a mano, porque creo que una lectura no es suficiente, para sacarle todo el jugo.

Esta reseña es pues poco más que una aproximación, un texto periférico, donde levantar acta en todo caso de una lectura que deja huella.

Os dejo algunos párrafos que me han gustado.

Eso es lo que te da la guerra. Una familia más intensa que la de la sangre. Luego uno vuelve a la paz, ¿y qué le queda? Enemigos que te apuñalan por la espalda en la oficina de al lado.

-¿No quieres visitar tu casa?
-Esta guerra es mi casa.
-Bien. Si vas a casa terminas jugando al solitario hasta que todo el mundo se harta. Baraja tras baraja. Sentado junto a la ventana.
-El noventa y nueve por ciento de la mierda que me pasa por la cabeza a diario va contra la ley – dijo uno ellos-. Pero aquí no. Aquí la mierda que me pasa por la cabeza es la ley y nada más que la ley.
-Tienen teorías de guerra, tío. Teorías. No lo podemos tolerar. Es intolerable. Tenemos una misión. No es una guerra. Una misión.
-Moverse y matar ¿verdad?
-Lo pillas. Este hijoputa lo pilla.

Pero yo no estoy luchando por Estados Unidos. Estoy luchando por Lucky y por Hao y por gente como tu cocinera y tu ama de llaves. Estoy luchando por la libertad de individuos de carne y hueso que viven aquí en Vietnam. Y eso me rompe el corazón, Skip.
-¿Cree usted que realmente vamos a perder?¿Es eso lo que piensa, en resumidas cuentas?
-¿En resumidas cuentas? -A su tío pareció sorprenderle la expresión-.En resumidas cuentas creo..que nos perdonarán. Creo que pasaremos una temporada larga dando tumbas en la oscuridad y parte de lo que hayamos hecho aquí nunca se arreglará, pero se nos perdonará. ¿Y tú qué? ¿Tú qué crees, Skip?.

Y al final siempre queda una puerta abierta, para la enmienda, para la esperanza, para la salvación. Por eso el libro finaliza con esta frase:

Todos serán salvados.

Amen, pues

Washington Square

Washington Square (Henry James 1880)

Henry James
Publicado por entregas en 1880
Alianza Editorial
2014
270 páginas
Traducción: María Luisa Balseiro

Henry James en esta breve novela se las ingenia para desentrañar, a su manera y con su particular estilo, lo más negro del alma humana.
Para ello dispone sobre el tapete a un doctor, a su timorata hija y al pretendiente de la misma. Como las fuerzas presentes actúan todas ellas en sentido contrario, la cuestión pasa por ver quién cederá antes o romperá los lazos efectivos que unen al padre y a la hija, en tanto en cuanto el padre no quiere que su hija se case con su pretendiente, pues entiende que éste es un holgazán interesado que va detrás de su hija por afanes más crematísticos que espirituales.

Y la novela, es avanzar en esa dirección, constatar la lucha denodada de la hija, llamada Catherine por contentar a su prometido, Morris, y a su padre. Una ecuación de imposible resolución, toda vez que el padre se manifiesta y consolida más duro que una piedra, quien por nada del mundo antepondría la dicha de su hija a su interés personal, revestido y justificado bajo lo que conocemos como decoro, formas, apariencias, etcétera, impidiendo el matrimonio de su hija, amenazándola con no dejarle un dolar si no se atiene ésta a sus deseos, etcétera.

Secundando a Catherine hay un par de tías solteronas que como no tienen otro pito que tocar se dedican a hocicar, malmeter, aconsejar y desbaratar, todo desde la buena fe, o no.
El relato va ganando intensidad hasta que padre e hija se van un año a la vieja Europa y ya ahí desconecto del todo, y entonces la suerte de los protagonistas me importa tanto como le acabará importando Morris a Catherine: un bledo.