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El asesino tímido (Clara Usón)

El asesino tímido es lo primero que leo de Clara Usón y no me ha disgustado, sin llegar tampoco a entusiasmarme. Constato con amargura que a pesar de que la imaginación humana es infinita, al final, cuanto más lees vas comprobando que ciertos temas se repiten una y otra vez, ya sea en las novelas o en los ensayos. Cuando leí Los suicidas de Di Benedetto una pareja ponía sobre la mesa los pros y contras de estar vivo y las razones para no llevar a cabo un suicidio. Era un debe y un haber existencial, donde había que justificar la razón por la que uno decidía no quitarse del medio. Algo parecido se dice aquí por boca de Camus. Se habla también de otra cuestión clave, ¿por qué hay algo y no hay nada?. Hace nada leía La penúltima bondad de Josep Maria Esquirol y ahí estaba también esta pregunta encima de la mesa, donde se hablaba también como en esta novela sobre la relación entre la vida y la muerte, sobre si la muerte es lo que da sentido a la vida, o si la vida es un triunfo sobre la muerte, porque precisamente podría no haber nada y sin embargo aquí estamos, viviendo, venciendo a la muerte, en un eterno presente, de momento.

Aparece en la novela el cuento La dama del perrito, gran relato de Chéjov donde es muy cierto lo que se dice: que una vida es insuficiente y a menudo uno baraja dentro de sí distintas existencias, una aparente, la que todos conocen, y otra más profunda, que puede desdecir la anterior, un desdoblamiento soportable que me recuerda al artículo de Jaime Fernández, Funcionarios de día, poetas de noche.

Clara Usón habla también de la novela de Marta Sanz, Daniela Astor y la caja negra, novela con la que encuentro similitudes pues ahí también se hablaba de actrices del llamado destape, en ese cine de los setenta donde había que despelotar a las actrices bajo cualquier circunstancia. Actrices como Mónica Randall, Victoria Vera, o Sandra Mozarovski cuya muerte es el armazón de la novela, o no, porque Usón, brazos en jarras bien podría decir: ahora hablaré de mí. Y habla, sí, habla.

Sandra murió muy joven, según cuentan al precipitarse de noche desde un balcón mientras regaba unas macetas. Esa versión Clara la pone en duda, le resulta inverosímil y la novela se adentra en la investigación del caso cual novela de suspense. De paso sale la figura del anterior rey, Juan Carlos, sus devaneos amatorios, sus múltiples ¿conquistas? y se cuestiona si la muerte de Sandra no fue obra de los servicios secretos que quisieron apartar a Sandra del monarca. Todo son hipótesis. A su vez aparece por ahí Wittgenstein, el famoso matemático y filósofo y Usón pergeña una pequeña biografía que nos permite tomar conciencia de su desmedida inteligencia, aportando datos curiosos como su labor como docente, sin comulgar éste con la pedagogía de la no agresión. Leyendo sobre este filósofo me venía en mientes el relato de Thomas Bernhard, Goethe se muere, sobre el imposible encuentro entre Goethe y Wittgenstein, el cual aquí se convierte en un personaje más con el que Usón, que es a su vez otro personaje, cuando la novela se vuelve autobiográfica, dialoga, o monologa. Hay momentos familiares entre madre e hija, nada fáciles, sin devenir apegos feroces ni tampoco un cántico a los progenitores como en Ordesa, o quizás sí, porque en caso de naufragio la única tabla de salvación será, como Usón tendrá ocasión de comprobar, su madre.

Usón despacha o ventila su vida con crudeza (y con agudeza como cuando habla de El primer amor), testigo de una autodestrucción que se llevaría a lomos de la coca y otras drogas a un sinfín de jóvenes en los infaustos ochenta. En ese sentido y como hacía Vilas con el alcohol, Usón también logra dejar las drogas, abandonar el pozo negro y cual Sísifo arrastrar y arrostrar su piedra ladera arriba, o su pluma hasta los confines del papel, hoja a hoja, día a día, novela a novela, en una tarea tan inútil como cualquier otra.

El primer amor

En El asesino tímido, la última novela de Clara Usón, que llevo mediada, más que los devaneos regios patrios, me interesan mucho más pensamientos como el presente.

El primer amor es el ingenuo, pues el segundo ya nos coge en guardia, resabiados, sabemos que puede terminar, que lo más probable es que, antes o después, tenga fin, y nuestros actos -lo que decimos o lo que callamos, lo que permitimos, lo que no toleramos, lo que exigimos-, vienen dictados por la prevención o el cálculo, por el escarmiento, la humillación sufrida, no queremos que nos vuelvan a hacer daño o tal vez no queremos herir de nuevo, ya no somos capaces de una entrega sin reservas, hemos perdido la espontaneidad, la confianza ciega, ahora fingimos y maquinamos por apasionados que estemos, y quizá por eso el primer amor es el único que es para siempre, que se vive como eterno, aunque dure poco más de un mes como en mi caso.