BARBECHOCUBIERTA

Barbecho (David Sancho)

Cambiemos a Andrés por Emilio, la novela por el cómic, la lluvia amarilla por los cielos esclarecidos, pero mantengamos un pueblo de la España hoy vaciada (ubicado en el cómic en Teruel), y ampliemos el arco temporal (aquí contenido en la siembra, cosecha y labranza) para ir desde los años posteriores al final de la Guerra Civil hasta nuestros días.

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Echemos la vista atrás y pensemos cómo ha cambiado España en estas siete últimas décadas. El cómic de David Sancho fija su atención en uno de estos pueblos, a quienes la modernidad fue vaciando, a medida que sus vecinos fueron a buscarse la vida en las grandes ciudades, como semillas buscando un suelo más fértil. La tecnología introdujo luego tractores que reemplazaron los arados y la mano de obra en el campo resultó sobrante, a medida que el sector primario perdía peso en el PIB respecto al sector terciario.

El libro incluye los años de la dictadura y el crucifijo, la llegada de la democracia, las primeras elecciones, el advenimiento de la televisión en color, el agua corriente, y más recientemente los pueblos desiertos pero alfombrados de paneles solares.

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Muestra buena mano David para los diálogos; oralidad que cifra bien la esencia rural en su modos y costumbres. Alguna ilustración, ilustra muy bien, valga la redundancia, aquello de Pueblo pequeño, infierno grande, cuando los dimes y diretes, los chascarrillos y las maledicencias conviertan al prójimo en objeto de nuestros ataques.

BARBECHO

Barbecho me ha resultado una interesante aproximación a los cambios acaecidos en nuestro país, desde la perspectiva de un pueblo, a través de los ojos de un nonagenario.

¿Qué pasa con esta tierra? Es la pregunta que pone fin al libro; pregunta muy gráfica y pertinente a medida que la despoblación es ya una realidad inexorable.

El fin de Sodoma

El fin de Sodoma (Hermann Sudermann)

El fin de Sodoma nos puede hacer pensar en el relato bíblico en el que Dios destruye Sodoma y Gomorra por su maldad y por pecar contra el Señor, mediante una lluvia de fuego y azufre. En 1785 el Marqués de Sade escribe los 120 días de Sodoma, un libro pródigo en excesos. En 1890 Hermann Sudermann escribió la obra de teatro El fin de Sodoma, que es la que ahora nos ocupa, después de haber sido traducida al castellano por mano de Roberto Vivero y publicada por Ápeiron Ediciones.

Sin que en la obra medie ninguna lluvia de fuego y azufre, ni sea este tampoco el epítome de la perversión, Sudermann maneja unos materiales que para la época -finales del siglo XIX- debieron resultar escandalosos.

En unas pocas jornadas se desarrollan los acontecimientos, en unos espacios cerrados, en el interior de las casas, donde vamos viendo la lucha que ciertas naturalezas mantienen contra las convenciones sociales (pensemos en el matrimonio) y los roles asignados (el papel dado a la mujer).

El fin de Sodoma nos remite aquí también a un cuadro, obra de Willy. Cuadro que le ha otorgado cierta fama y envanecimiento, también cierto vuelo y la presunción de un Ícaro que se cree capaz de volar hasta el sol, viéndose cegado por la vanidad. También un Casanova de baratillo, un manipulador de sentimientos y mujeres, un pervertido moral que mantiene una relación con una mujer casada, y mayor, Adah, quien oficia como mecenas y benefactora suya, haciendo oídos sordos al qué dirán. Víctimas ambos, en su condición de naturalezas poco domésticas, más bien salvajes, que no entienden de normas ni límites, imprevisibles como el fuego. Así son o se piensan Adah y Willy.

Alrededor de ellos pululan otros personajes menores, como el marido de Adah, o su sobrina Kitty, la cual, en uno de los desvaríos de Adah, y con la intención de domeñar la inestable naturaleza de Willy, es ofrecida a este como esposa.

El amor también se manifiesta en otra relación, la de la sirvienta Clara, muchacha que ha salido del estercolero que ha sido su vida cuando tiene la inmensa fortuna de conocer a María, la señora Janikow; una madre para ella, y que tiene la mala fortuna de caer en las redes de Willy, el hijo de María, para el que todo es un juego, incapaz de ponderar el efecto de sus acciones y palabras. ¡La pobre Clara! Enamorada de ella está el joven Kramer, opositor para profesor.

Está también Riemann, que al restablecer contacto con Willy se empachan ambos de pasado, rememorando aquellas jornadas de farra y mujeres muniquesas, entregados a su labor creadora desde el amanecer hasta bien entrada la noche, para luego darse a la bebida…

Todos estos personajes secundarios son una especie de decorado, pues el busilis, lo mollar de esta historia es el devenir de Willy, la capacidad que tiene este para echarlo todo a perder, comenzando por sí mismo, sin que su mano negra sea incapaz de resultar inocua y sin que se le logre la posibilidad de la redención, el borrón y cuenta y nueva, el reseteo y purificación de toda la maldad que lo ciega y ensimisma.

Cuando llegué al final del libro, cuya intensidad acrece a cada página, hasta su resolución final, pensé en la novela Stoner. En la novela era un libro, aquí es un caballete, un lienzo, el preludio de la caída (final y definitiva) del telón.

El fin de Sodoma
Hermann Sudermann
Ápeiron Ediciones
Traducción de Roberto Vivero
2025
221 páginas

Crítica de la razón maquinal

Crítica de la razón maquinal (Basilio Baltasar)

Tras haber leído con satisfacción hace unos meses los ensayos de Basilio Baltasar, bajo el título de El intelectual rampante, me he visto abocado ahora a querer seguir ahondando en su pensamiento. En mi auxilio viene Crítica de la razón maquinal. Aquí no hay una colección de ensayos, sino un tratado filosófico, servido en nueve capítulos con títulos tan sugerentes como Cartografía del espíritu seminal, Plenitud del orbe imaginal o La razón espectral.

Una posibilidad es ofrecer aquí un buen número de párrafos que me han gustado, pero esto restaría asombro al lector que se asomara, o paseara por estas páginas, así que trataré de ofrecer unas líneas generales marcadas por su brevedad.

A medida que leía proyectaba en mi mente el lanzamiento de distintas monedas a un estanque. Cada moneda (capítulo) ofrecía ondas distintas, si bien el estanque era el mismo y las monedas, en apariencia, también. De esta manera el autor va dando forma a su pensamiento.

La razón maquinal es la del poder, la sumisión y el control. Sus aliados el cientifismo, la cibernética, el algoritmo, el pragmatismo, el positivismo, el mecanicismo. Sus enemigos la Naturaleza que se derrama sin cesar en la inmensidad del Cosmos y el Lenguaje que no deja de fluir. El protagonista es el filósofo agonista, el pensador ambulante. Y si no lo he entendido mal, aquí no hay certezas, más bien perplejidad, indagación, acertijos, incógnitas seminales, enigmas existenciales y/o universales, abismos ancestrales, vacíos imaginales, verdades germinales, mitologías a recuperar que deben fermentar en la mente del hombre proverbial. Hablamos por tanto, como indica Baltasar en el prólogo, de una guerra cultural entre el hombre artificial, el autómata, el androide y el hombre autónomo, el hombre interior o emancipado.

Escribe Baltasar acerca del pensamiento ondulante, aquel que aborrece verse plasmado, aquel que se escabulle al verse atrapado. Es curioso, porque este texto se me antoja igual de correoso, difícil de atrapar, y a ratos de entender. Y surge mi asombro al leer esta plausible conjunción, inaudita, de poesía (entendida como la más bella forma de decir) y sólido pensamiento, como si las palabras tuviesen también aquí una naturaleza sideral, límbica y fuesen desfilando por la cuerda floja del lenguaje, dejando tras de sí un rastro de tiza que (ójala) otros muchos reescribirán.

Crítica de la razón maquinal
Basilio Baltasar
KRK Ediciones
242 páginas
Año de publicación: 2024

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Ápeiron

Buscas en las palabras aquello indefinido, ilimitado y siempre en eterno movimiento. No quieres moldes donde depositarlas, ni hornos donde cocerlas. Y cuando comienzas a escribir y a publicar las palabras no son ya tan indefinidas, ni ilimitadas, y a veces se te quedan postradas entre las manos como un pasmarote. Cuando nadie observa abres el horno y acaban cocidas las palabras, y a menudo un regusto a refrito en el paladar. Vas siempre buscando algo y regresas ¡cómo no! a Grecia, no necesariamente a Ítaca. Al fin el manuscrito ve la luz, ¿qué editorial es la partera? Ápeiron ediciones.