Lev Tolstói

¿Cuánta tierra necesita un hombre? (Lev Tolstói)

Nórdica
Traducción de Víctor Gallego
Ilustraciones de Elena Odriozola
2011
66 páginas

Dijo Joyce que este era el mejor relato -escrito por Tolstói en 1886- que había leído nunca (aunque he leído también que para Joyce era el mejor de Tolstói, no el mejor de todos, así que a saber). Exagerando Joyce o no -creo que sí exagera- el relato es espléndido.

Necesita muy pocas palabras Lev Tolstói -en su vis más moralista- para cifrar los anhelos humanos, nuestra codicia, el afán de riquezas, expresado en algo tan terrenal, como el deseo de ser dueño y señor -precisamente- de unas tierras.

Elena Odriozola

Pahom, que ha trabajado duramente toda la vida, no tiene tierras en propiedad, hasta que un día se le presenta la ocasión de hacerse propietario, luego terrateniente. ¿Cuándo parar? ¿Cuánto terreno es suficiente? ¿Dónde acaba la ambición, si es que hay freno?

El relato mantiene y acrecienta la tensión hasta un final memorable y por otra parte esperado.

Aeropagítica

Aeropagítica (John Milton)

Después de leer este artículo de Carlos Javier González Serrano https://elvuelodelalechuza.com/2016/11/06/existe-el-periodismo-neutral-una-perspectiva-socio-historica/ me apetecía leer el libro de John Milton (1608-1674) que se menciona en el mismo.

La Orden de licencias de 1643 que dictaba licenciamiento a cualquier texto antes de su publicación, encuadernación o venta al público, da pie a Milton para el discurso que pronunciará en el Parlamento ante los lores y comunes.

Milton inflamado de aliento poético defiende su posición, contraria a este sistema de licencias -aunque entiende la censura en el caso de publicaciones inmorales, difamatorias y heréticas-. Aunque su planteamiento es básico, se demora y recrea, ya sea yendo a la Grecia clásica -donde las leyes de Atenas no prohibían ningún libro- o comparando a su país, Gran Bretaña, con otros de su entorno.

«Porque los libros no son para nada cosas muertas, sino que reside en ellos una fuerza vital tan activa como la del alma a cuya progenie pertenecen; es más, conservan como matraces la más pura eficacia y extracción de aquel intelecto vivo que los engendró. Sé bien que son tan vivaces y tan vigorosamente productivos como aquellos fabulosos colmillos de dragón que, esparcidos aquí y allá, hicieron brotar varones armados. Y con todo, por otra parte, y como no se eche mano de cautela, vale casi lo mismo matar a un hombre que matar un buen libro. Quien mata a un hombre mata una criatura de razón, imagen viva de Dios; pero quien destruye un buen libro mata la razón misma, mata la imagen de Dios, como si estuviese en el ojo. Muchos hombres viven cual carga para la tierra, pero un buen libro es la sangre preciosa y vital de un espíritu maestro, embalsamado y atesorado para una vida más allá de la vida. Verdad es que ninguna edad puede devolver una vida, sin la cual no haya quizás gran pérdida; y el devenir de los años no compensa casi nunca la pérdida de una verdad rechazada, por cuya falta padecen las naciones».

Milton alega que no se puede monopolizar el saber, que unos pocos no pueden decidir que se publica y que no. Que esos pocos no son los más eruditos, ni los más sabios, sino a menudo los más cerriles, los menos vivaces, los más iletrados, carentes de las capacidades intelectuales mínimas para dilucidar la gloria de la razón humana encarnada en los libros y que además nadie está en posesión de la verdad ni del conocimiento.

El saber, dice, es una sed que no se puede aplacar, un alimento que no se le puede negar al pueblo, porque de hacerlo éste resultaría mermado, almidonado, alelado.

Habla de que la Reforma necesita espíritus ingeniosos, agudos, vivaces, personas curiosas, críticas y que todo eso es lo que ha permitido a su país -a mediados del siglo XVII- ser una potencia mundial y la envidia de muchos.

Pide Milton que la Ordenanza no se apruebe, porque sería una ignominia, un atentado contra espíritu del saber, que tiene más de flujo que de fósil. Además Milton apela al juicio de cada uno, a su capacidad de discernimiento, tal que el mismo le permita ver que lecturas le son convenientes y cuales no, ponderando cada una de ellas en su justa medida. De esta manera el Estado no adoptaría un papel paternalista, que abocaría a la ciudadanía a una minoría de edad, donde después de dejar la escuela, el Estado le tendría que seguir guiando, evitando poner a su disposición aquellas lecturas que el Estado considera nocivas, perjudiciales para el espíritu de sus ciudadanos.

Una lectura recomendable, pues ya sean antaño las licencias o bien ahora la censura, es este un asunto que siempre está sobre la mesa, pues el afán de monopolizarlo todo, también afecta al saber.

¿Se imaginan un discurso hoy, en cualquier de nuestras dos cámaras, de tal magnitud, de tal calado?. Cuesta imaginarlo, viendo hoy la política convertida en una máquina de repetir sandeces y frases hechas, en discursos vacíos, que lejos de avivar al pueblo con su agudeza lo anestesian con su necedad.

www.devaneos.com

La dama del perrito (Antón P. Chéjov)

Antón P. Chéjov
Nórdica
Traducción de Víctor Gallego
Ilustraciones de Javier Zabala

Chéjov, en este relato reflexiona sobre esas vidas no vividas, sobre esas vidas freáticas -que no van a ras de suelo- que encuentran su verdadera naturaleza en el secretismo, en lo fugitivo, en lo precario, así la dama del perrito y su pretendiente, los cuales se conocen en Yalta, de recreo, y sus infelicidades, sus infidelidades, la ocasión, convierten una aventura episódica en algo más, cuando tras regresar cada mochuelo a su olivo, descubren que el rescoldo está ahí, que la pasión también, así como la sed del otro, y dado que se sienten como dos pájaros cazados y dispuestos en distintas jaulas, ahora la tarea es romper los barrotes, y emprender el vuelo juntos. Ahí está lo difícil, y lo saben y lo asumen, porque creen que esta vez es la buena. En esta materia los inhumanos somos incorregibles.

No abunda Chéjov en la introspección de los personajes, pero con unos pocos detalles podemos hacernos una idea precisa de su desdicha, de su insatisfacción, la cual no nace de la pobreza, ni del desamparo, sino de un hastío vital que el amor siempre parece ser capaz de abolir.

Lo que vendrá después no lo sabemos. El relato queda abierto. El relato como elipsis.

Muy bonita la edición de Nórdica, con traducción de Víctor Gallego e ilustraciones de Javier Zabala, que enriquecen el texto.

Fiódor Dostoievski

El jugador (Fiódor Dostoievski)

Fiódor Dostoievski (1821-1861) escribió esta novela en poco más de tres semanas -acuciado por las deudas- lo cual nos permite hacernos una idea del talento del autor.

He leído la edición de la colección las 100 joyas del milenio de El Mundo con traducción de Victoriano Imbert. Una traducción notable, aunque haya por ahí alguna errata. La premura con la que Dostoievski escribió esta novela no debe llevarnos a pensar esta novela como un pasatiempo trivial. No lo es en absoluto. Sí que es es una sátira feroz, una parodia folletinesca demoledora.

El título de la novela, El jugador, ya nos sitúa: la acción transcurre en la localidad de Ruletenburgo -chascarrillo del autor, que es solo una pequeña muestra del humor corrosivo que se gasta Dostoievski-. Uno de los grandes logros de la novela es Alexéi, el narrador, el cual entre bromas y veras, con su histrionismo, sus salidas de tono, su irrespetuosidad, su descortesía, su amor kamikaze no correspondido -o eso parece- hacia Polina, su desquiciamiento y su dudosa moralidad, resulta ser el más franco de todos, el más integro, el más puro en su naturaleza convulsa y demoniaca; alguien adicto al juego, un botarate que prefiere jugar -o trabajar como lacayo- a robar, que desprecia el dinero que gana, convertido su día a día en una noria, donde la ruleta del Casino lo hace rico -como lo hunde en la miseria- de un día para otro.

Dostoievski hace una crítica feroz de la sociedad aristocrática representada por aquellos cuya condición social es la de herederos; mediante esas fortunas que pasan de padres a hijos, de tal manera que no conocen lo que supone trabajar, el esfuerzo y todo aquello que queda relegado para las clases populares, que solo entran en sus dominios como lacayos serviles.

La situación se lleva al límite porque los herederos esperan que la abuela, Antonida Vasílievna, la palme en breve, lo cual no sólo no sucede, sino que se presenta sin avisar en Ruletenburgo para dejarlos, primero conmocionados, y luego al borde del precipicio, cuando Antonida de la mano de Alexéi, decida jugar y perder casi toda su fortuna en la ruleta para infortunio de sus anhelantes herederos.

Muchas cosas me han gustado de la novela, en especial la «presunta» amoralidad de Alexéi y sus salidas de tono y comentarios jocosos, sus invectivas muy agudas sobre los franceses, los ingleses, los polacos o sus compatriotas los rusos y ese humor que impregna toda la narración, con dos escenas descacharrantes: una, cuando Antonida le echa un rapapolvo a un empleado del hotel porque este no sabe el nombre del rostro de la persona que cuelga en el retrato de su habitación ¡y que encima es bizca¡ y la segunda cuando Antonida tras romper la banca en el casino, va regalando federicos a diestro y siniestro, sin reparar si los destinatarios de su generosidad son mendigos o transeúntes, originando situaciones graciosísimas.

Literatura rusa en Devaneos | Confesión (Lev Tolstói)| La isla de Sajalín (Antón P. Chéjov) | El mal del ímpetu (Ivan Goncharov) | Doctor Krupov (Alexandr Herzen) | Las tinieblas (Leonid Andréyev)