Solitudine

Abandono

Ronja Von Rönne (Berlín, 1992) parece ser la gran esperanza blanca de las letras teutonas, mejor, germánicas. El caso es que comencé a leer su novela Ya vamos. Y fui viendo que no me gustaba y al llegar la página 23 y después de leer párrafos como el siguiente, lo abandoné.

Jonas dice que yo tendría que salir. Yo preferiría no salir. Yo preferiría estar acostada con Jonas. Yo preferiría que estuviéramos demasiado enamorados para pensar en cosas como salir, que es para gente que no está con Jonas. Afuera hay demasiada. Adentro también, pero es más abarcable con la mirada, y cuando también resulta demasiada, se puede poner una LAN inalámbrica. (página 23)

De Ronja dicen los del Der Spiegel “Ronja Von Rönne limpia el azul del cielo”. Yo ahora podría hacer como el protagonista de Solenoide (esa sí es una novela muy a tener en cuenta) y gritar !!!Socorro!!! un millar de veces. O más. Pero me voy a poner a leer Grita de Roberto Vivero que me saldrá más a cuenta.

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República luminosa (Andrés Barba)

Leyendo esta soberbia novela de Andrés Barba (Madrid, 1975) me venían en mente los 3408 asesinados que aparecían con frecuencia en Cien años de soledad, reiteración que pareciera querer sustraer a los muertos de las fauces del olvido. Aquí los muertos son menos, 32, todos niños. Partiendo de ese luctuoso acontecimiento la narración puede entenderse como una labor arqueológica, una especulación acerca de por qué pasó lo que pasó. Una especulación en todo momento fascinante, pues Barba se las ingenia para ir desgranando muy hábilmente la historia que nos será referida por uno de aquellos que lo vivió en primera persona, hace ahora más de 20 años, un director de los asuntos sociales en San Cristobal, allá donde se cocinó la tragedia.

La narración que no deja de ser una constante especulación, tanto como una toma de conciencia (a posteriori) sobre las decisiones adoptadas tanto por el narrador como por el resto de fuerzas vivas de la comunidad, irá iluminando (con artículos de opinión, ensayos, documentales o incluso el diario de una niña) zonas de sombra, en la pretensión de esclarecer por qué unos niños son capaces de matar, niños que viven como un solo ser compacto -como una república sin jefes- censurado por el vecindario, que no entiende la lengua que hablan los niños, ni el porqué de sus actos violentos, de los robos, del pillaje, de su repliegue y ocultamiento. Un proceder el des estos niños que nos traerán sin duda ecos de novelas y de películas. A mí me recordaba (salvando las distancias) las películas, Melanie: The Girl With All the Gifts y El abrazo de la serpiente.

Lo que la novela deja claro es la incapacidad de los adultos para entender ciertas cosas, o para despacharlas sin apenas abordarlas, toda vez que como aquí sucede la idea de la infancia desborda el molde de los lugares comunes y los esquemas mentales en la que los adultos la encierran, porque como se afirma en la novela la infancia es más poderosa que la ficción, y aquí el sueño de la sinrazón adulta crea monstruos infantiles, ante una situación inesperada, incontrolable, que los sume a todos ellos en la desesperación y en la zozobra y los aturulla, tal que los adultos responderán enérgicamente, en su afán de doblegar a esos niños díscolos -que podrían también llegar a ser sus hijos si a aquello no se le pone coto- que no se atienen a las normas, que son libres para (re)crear un mundo a su voluntad -al igual que hace el autor de la novela-, incluso un hábitat luminoso, siempre y cuando no haya por ahí adultos amedrentados y por tanto muy peligrosos dispuestos en su torpeza a pulsar el interruptor y devolverlos a la oscuridad absoluta.

Editorial Anagrama. 2017. 187 páginas

Andrés Barba en Devaneos | La hermana de Katia, Las manos pequeñas, La ceremonia del porno.

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El hombre que se creía Vicente Rojo (Sònia Hernández)

Si el objetivo de esta novela de Sònia Hernández (Tarrasa, 1976) era darnos a conocer la figura del pintor Vicente Rojo (sobrino de Vicente Rojo Lluch), creo que lo ha conseguido. Aunque para ello creo que no es necesario escribir una novela, pues bastaría con un simple artículo, como el que ya ha escrito Sonia Hernández sobre Vicente Rojo:
La respuesta infinita de Vicente Rojo
La novela más allá de ser una suerte de mínima biografía de Vicente Rojo, integra a este como personaje de la misma. Si bien, el propio título de la novela, ya nos da a entender que el Vicente Rojo no es el real, sino un impostor, lo que nos permitiría reflexionar acerca de esas apropiaciones e imposturas, como planteaba Cercas en El impostor. Recuerdo que en Últimas noticias de la escritura de Chejfec, comentaba que de joven escribía páginas enteras de los libros de Kafka, con la idea de que de esa manera algo del genio checo se le transfiriese a su forma de escribir. No sé si el mismo autor era el que decía que dormía con los libros de aquellos clásicos que adoraba debajo de su almohada, como si pudiera producirse de esta manera una especie de ósmosis. Lo que la autora plantea es la posibilidad que tiene el arte de elevarnos, de mejorarnos, de enriquecer nuestra mirada.
Así el falso pintor en lugar de quitarse del medio y suicidarse opta en un determinado momento de su vida por salir del atolladero siendo Vicente Rojo. La narradora, una mujer de 43 años, con 20 kg de sobrepeso, desorientada, y entristecida, con una hija adolescente con la que no tiene muy buena relación, y empeñada esta en apreciar únicamente lo feo de todo cuánto la rodea, vislumbra en la figura de este falso Vicente Rojo (que va a dar unas charlas de arte en el instituto al que acude la hija como alumna y que le regalará a ésta un cuadro suyo), la posibilidad de recuperar la ilusión perdida hacia su oficio, el periodismo, ante la idea factible de poder pergeñar una entrevista con tan afamado pintor o en su defecto escribir un ensayo sobre el mismo. Esto podríamos verlo como el recipiente de la novela, el tema es con qué se sustancia y se rellena todo esto y ahí la novela creo que hace agua por todas partes, y el lector boquea entre naderías.

136 páginas son excesivas para tan poca chicha. Los personajes no tienen raíz alguna y los devaneos que se trae la narradora, tendrían sentido en el caso de que esta novela fuese una parodia, que no me lo parece. La obsesión de la narradora por su gordura, está a la altura, de su pensamiento mórbido e insulso.

Sònia Hernández en Devaneos | Los Pissombini