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Paz, soledad, quietud

Allí no existían automatismos agotadores como conversar durante la comida, charlas banales, trenes que tomar, o los cientos de ansiosas trivialidades que emponzoñan la vida diaria. Incluso los principales motivos que causan culpa y ansiedad se esfumaron hasta perderse en lejanos limbos […] esta nueva dispensa me dejaba diecinueve horas diarias de absoluta y divina libertad. El trabajo se volvió más fácil por momentos y, cuando no está trabajando, estaba explorando la abadía y los parajes de los alrededores, o leyendo.

Un tiempo para callar (Patrick Leigh Fermor) con traducción de Dolores Payás

Estas reflexiones de Patrick Leigh Fermor fruto de su estancia en distintos monasterios me recuerdan a las palabras de Thoreau: “Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida”. Thoreau hablaba de sustraerse a las obligaciones autoimpuestas en las que se deslee nuestra existencia y PLF de las trivialidades que emponzoñan la vida diaria. De momento sirva este párrafo para tomarle el pulso a este vívido libro que me está entusiasmando ya desde su estupendo prólogo, de la también traductora del texto, Dolores Payás.

Sueños de trenes

Al visitar el museo Vasco del ferrocarril en Azpeitia me venía en mientes el libro de Denis Johnson, Sueños de trenes. La visita al museo es un regreso al pasado, casi dos siglos atrás y la constatación de ese progreso que pasa de alimentar los trenes con carbón (como el que te lleva hasta la próxima estación de Lasao) a hacerlo con electricidad y llevarnos a 300 km/h. En el taller mecánico de la antigua estación es alucinante ver cómo un motor es capaz de hacer funcionar 16 maquinas distintas. Cuando los peques se preguntan que para qué sirven las poleas y las correas aquí tienen una explicación que salta a la vista.

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Manual para mujeres de la limpieza (Lucia Berlin)

43 relatos (de los 76 que publicó en vida) forman este libro de Lucia Berlin (1936 -2004) que causó sensación y recibió un buen número de halagos, tanto de la crítica especializada como del público, hace un par de años y que hizo incluso que algunos por vez primera leyeran relatos.

No creo que todos los relatos brillen ni mucho menos al mismo nivel (se trata de un amplio recopilatorio póstumo, en cuya elección de los relatos la autora por tanto no participó) pero en estas más de cuatrocientas páginas de una prosa expresiva y seductora sí que uno aprecia el humor, la agudeza necesaria en todo aquel escritor que quiera escribir bien y que precisa y se sostiene en una mirada inteligente y en un narrar que sea capaz de mostrar, tanto como de desvelar, y de hurgar en los orificios de la realidad, como es el caso de Lucia, cuyos personajes y recurriendo en gran medida a su propia experiencia y avatares autobiográficos (su múltiples matrimonios e hijos, el usó del corsé ortopédico, su alcoholismo, su existencia errabunda, que se compendian bien en uno de los relatos más extensos, A ver esa sonrisa), en su mayoría, pueblan los bajos fondos de un realismo que es aquí espejo y también ventana a través de la que se filtra una realidad proteica, mestiza, heteróclita, en la cual ambienta la autora sus relatos: lavanderías, psiquiátricos, cárceles, centros de abortos clandestinos, barracas caravanas, hospitales, consultas, playas…y en donde no se edulcora nada, más bien al contrario: tenemos a madres que según sus hijos salen por la puerta para ir al colegio, ellas hacen lo propio para encaminarse hacia alguna licorería a calmar su sed, está presente la soledad en la vejez, la enfermedad y sus secuelas, la moral correosa, la incomunicación, los abusos sexuales, el maltrato, el infanticidio… La naturaleza humana se nos muestra aquí al natural, en todo su jugo y crudeza y está sustanciada en el amor, siempre esquivo y en la lucha, como la de esas mujeres apesadumbradas que dicen estar agotadas de tanto bregar. Ahí creo que reside el espíritu de estos relatos, en la capacidad humana para sobreponerse a todo (que no sabemos si es nuestra bendición o nuestra condena), para luchar hasta el final y para buscar también el Carpe diem que da título a uno de los relatos, la alegría y la felicidad en cualquier lugar y ocasión (como acontece en los voluptuosos relatos acuáticos, donde la vida deviene -episódicamente- bonancible, ligera, bella), donde la narradora no juzga, censura, ni reprueba a sus personajes, sino que los deja hacer, errar, descomponerse, renacer si es el caso, como si los estuviera escuchando apoyada en la barra de un bar, en una conversación que bien podría ser un floreo, pero que no lo es.

En los relatos la clave está en saber rematarlos y Lucia lo hace bastante bien, porque cuando leemos relatos a menudo corremos el riesgo de finalizarlos con caras largas y un monosílabo interpelador, con un ¿y?. Sin embargo aquí Lucia buena parte de sus relatos los clausura de tal manera que logra dibujar en nuestros rostros ora una sonrisa, ora una mueca alegre, ora un velo húmedo en la mirada.

Dice Berlin por boca de sus personajes que les puede el romanticismo y creo que algo (o mucho) de ese romanticismo, contagioso, hay aquí en el enjuiciamiento de estos relatos, como si fuera menester llevar a cabo de vez en cuando una especie de justicia poética, dando relieve y sacando del anonimato a una escritora que muerta hace casi 15 años está ahora en boca de todos. Es un decir.