Tierra de luz blanda

Tierra de luz blanda (Ezequías Blanco)

La enfermedad está tan presente en nuestro día a día como lo está en la literatura. Ezequías Blanco describe una situación personal, que le abocó a un hospital, a lo largo y ancho de 38 poemas. Vive el poeta para contarlo o para poemarlo, con poemas de títulos tan explícitos como Dolor, Gotero, Fiebre, La cama, Drenaje, Quirófano, Anestesia, que dejan poco espacio para dilatar la imaginación y donde el poema consiste en dar grosor a la palabra enunciada en el título. Lo que prima es la euforia, del que se sabe sino sano sí vivo y eso conduce la mirada a la belleza del ser y del estar, tras la convalecencia, después de haber practicado durante días la imperativa horizontal, tras verse ramificado por toda clases de tubos que salen de su cuerpo; raíces que no deben enraízar. Los sentidos adormecidos, anulados, puestos en suspenso, fiado todo al pensamiento, el constructor de mundos. El ímpetu, los bríos, la energía, todo ello drenado: un objeto que se puede ver pero no tocar. El poeta ruge y suelta entonces un endecasílabo Tu alma es un pozo oscuro entre las sombras. Pero la sombra muda en luz y el pozo no es tal, cuando lo asole la esperanza, a lomos de la belleza, aquel amante furtivo e inasible.

El poeta vuelve al camino, a la carretera, al papel, recosido, reparado, renacido; una amalgama de jirones que levantan acta de una vida mellada. Si la literatura alivia, si es un bálsamo de Fierabrás o no, lo desconozco, tanto como si este libro estará a mano de cuantos ahora se vean obligados a pisar un hospital y no tengan la mente ni el cuerpo para ladrillos bestsellericos y prefieran algo más ligero, más portátil, más sentido. Un fruto maduro de la experiencia.

Me llama la atención (aunque visto el percal que manejamos en la lectura no debiera) que el autor dedique su poemario a un doctor y a una doctora.

Los libros del Mississippi. 2020. 60 páginas

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La mirada hostil (Eduardo Iriarte)

La mirada hostil, última novela de Eduardo Iriarte, aborda la pérdida de los seres queridos, la enfermedad que borra la memoria de un anciano, la ira ciega y homicida que aflora sin poder ser domeñada en un animal herido con el viso de un cuarentón, la impotencia de querer y no poder ser madre por parte de una joven bibliotecaria y los cantos de sirena del suicidio que la tientan. El pasado y el presente son una cruz lancinante para todos ellos, de la cual es muy difícil desprenderse.

Iriarte se sustrae a la toponimia descriptiva y así cuando un anciano, Alberto, rememore su pasado, hablará del pueblo, la capital de provincias, la ciudad. Su pérdida de memoria pugna por evocar a su mujer desaparecida, Marina, aquejada de demencia, la cual salió de su domicilio para no volver. En Alberto se cifra la soledad, la pautada monotonía de los días clónicos, trazados al carboncillo, y su afán pasa por dejar sus bienes materiales cuando muera, a alguien a quien ese maná monetario le mejore la vida.

En la narración, las existencias de Alberto, Esther y David se entrecruzan con fatales y “benéficas” consecuencias. Esther, frustrada por no poder ser madre, se venga a su manera con los informes de lectura que ofrece a una editorial, y pasa por el barro el manuscrito de un escritor al que conoce y al que ve acarrear siempre sus libretas de aquí para allá. El tercero en discordia es David, que sufre por las noches los empellones y arremetidas de su mujer. Luego sabremos a qué atiende ese propinador furor cardenalicio conyugal, mientras a su manera él desahoga su pesar y su penar en ensoñaciones y luego ejecuciones homicidas, sin encontrar nada ya que le devuelva la alegría drenada antaño por el hueco de un ascensor.

Iriarte pone su atención en un barrio urbano, en un racimo de calles en el que de esas tres mil personas que allá moran –quizás como metáfora de la rampante incomunicación que aboca más al voyeurismo y al espionaje en la red que a la charla física y franca- solo unas pocas irán en su trato más allá del saludo, y por efecto de la ficción, como las cuentas de un rosario manoseadas por infaustas falanges, Alberto, Esther y David se van a ver embrollados de una manera que se me antoja tan forzada y rocambolesca como de escaso fuste.

Me sorprende que el autor emplee algunas expresiones de forma tan reiterativa, y me refiero a “A ciencia cierta”, o “De un tiempo (o unos días) a esta parte”, o que cuando Alberto evoque a su mujer, aparezca en el texto, si no me equivoco, tres veces aquello de “Sus ojos del color de los ríos en otoño”. En una novela de esta extensión (250 páginas), cada palabra ha de valer su peso en oro y estas reiteraciones me provocan cierto hastío y cansancio.

A veces uno busca describir la realidad y acaba en la irrealidad más absoluta.

Sapere Aude. 258 páginas. 2019

La lámpara maravillosa (Ramón Del Valle-Inclán)

La lámpara maravillosa (Ramón del Valle-Inclán)

Dejando de lado el costumbrismo de Benito Pérez Galdós echo mano de la narrativa completa de Ramón del Valle Inclán (1866-1936) y así leo La lámpara maravillosa publicada por primera vez en 1916 y corregida en 1922. La edición de Espasa, al contrario que la de La Felguera que la ha publicado no hace mucho, no va acompañada de ilustraciones.

No me parece ésta una lectura fácil habida cuenta de la terminología que maneja el autor, lo cual no significa que no se pueda apreciar la belleza de muchos de los párrafos como cuando habla de la poesía, la pintura, o el arte en general.

El gnosticismo, el quietismo, la contemplación, la belleza mística, el sentido de unidad, la teología, el amor como fuente primaria y última son algunos de los elementos del texto, que se erige como un tratado espiritual en un Valle-Inclán inclinado hacia el esoterismo, el ocultismo y el espiritismo.

Aprovechando que recientemente La Felguera ha publicado Valle-Inclán noir (al que sí pienso (acud)ir), una vez que lea los ensayos recogidos en el mismo sobre estos temas, haré una relectura de La lámpara maravillosa.

La lámpara maravillosa en Biblioteca Cervantes Virtual.

Ramón del Valle-Inclán en Devaneos

Epitalamio

El corazón de la fiesta (Gonzalo Torné)

El corazón de la fiesta (Gonzalo Torné)

La última novela de Gonzalo Torné, El corazón de la fiesta (Anagrama), se ambienta en Barcelona, aunque la torrada independentista no monopolizará aquí el relato; no huele en estos pagos urbanos a humanidad sudorífera ni hay movimientos asamblearios ni okupas ni aquellas compuertas mentales elusivas registradas en la corrosiva y fantástica Lectura fácil de Cristina Morales. No, aquí hay otros puntos de vista, otros enfoques, no exenta tampoco la narración de mordacidad e ironía, desentrañando una clase social de (ringor)rango casi celestial, que flota sobre el vulgo o se apoya en el mismo para encumbrarse y envanecerse, comisiones mediante, convertido para ellos el país catalán en una galería comercial donde frecuentar la zona de las delicasseten, derrochando a manos llenas un dinero ajeno envilecido por un mal entendido servicio público, que se va con la misma fluidez con la que entra.

A la cabeza del clan familiar un presidente autonómico conocido como El Rey, Pere Masclans, su mujer, Montse, su amante: la nórdica Astrid y tres vástagos: La Paradeta, Yúnior y el Bastardo (no se precisa dar más detalles); este último centrará parte del relato con las arremetidas deci-béli(c)o-domésticas con su amada, Violeta, a la sazón Violet, una choni; su relación bien puede ser una adaptación del cuento del príncipe y la doncella, en donde para el primero, los títulos nobiliarios de antaño, bajo el cuñ(a)o del capitalismo son hoy títulos mobiliarios, cuya sed vital no se sofocará nunca y bajo ningún porcentaje, y la cual precisa de pisazos de centones de metros cuadrados en lo mejor de Barcelona y viajes que resten gravedad a sus existencias, las desraícen y obnubilen, mientras que el porvenir de baratillo se ve pautado y lastrado para el común de los mortales por trabajos precarios y mal pagados, el cepo de la hipoteca, los alquileres inaccesibles.

Violeta viene de una clase media y El Bastardo opera aquí como un ascensor social que le abrirá las puertas a un mundo de fantasía. Un campo minado, porque para el Rey cuantos pululan a su alrededor, hijos también, no dejan de ser ricodependientes, que no deben morder la mano que les da de comer y les regala sus cómodas existencias. Los vástagos proyectan la ambición paterna en el mar sin orillas en la que se cifra cualquier codicia que se precie de tal; uno dedicado al ámbito inmobiliario y el otro a distintos negocios que le permiten ampliar su parque automovilístico de forma geométrica. Violeta, ávida de experiencias empleará el sexo como forma de coñocimiento, derribando la nula resistencia que le ofrecen tanto El Bastardo como el hijo que tendrán en común prontamente apartado de su lado por obra y gracia de los auxiliadores internados.

A Torné le van las largas parrafadas, los discursos extenuantes, personajes que hablan (muy habilidoso Torné siempre en el manejo de los certeros diálogos (sin el sonsonete de dije, dijo, dije, dijo…)), escriben, cuentan y se cuentan, explican y desentrañan (o lo intentan) su realidad y patéticas vidas a través del cordel de la escritura, la palabra y el pensamiento y en esta densidad la proteica novela cunde y deja la sensación tras su lectura de tener muchas más de sus 242 páginas, a través de las cuales veremos el apogeo y caída de El Rey (en el plano mítico vendría a ser un Ícaro: un alto vuelo y un batacazo mortal), aquel, que ante una sociedad que vivía de espaldas al consuelo que ofrecían unos dioses arrumbados, concentró en su figura el ansia civil de un pueblo perdido, al que Pere recordaría su razón de ser (en palabras de Turris), tutelándolo durante tres décadas en una labor de caudillaje político.

Joan-Marc y Clara, personajes en Hilos de Sangre y Divorcio en el aire, aparecen de nuevo y son quienes se ven sometidos al estruendo de El Bastardo y Violeta cuando la pareja se convierta en sus vecinos y compartan pared. Luego, cuando la pareja desaparezca, Clara le encomendará a Joan-Marc que investigue y éste a modo de periodista construirá un relato tras entrevistar a los satélites de El Rey, abundando la narración ya sea en lo sentimental, con las declaraciones de El Bastardo, La Paradeta, Juan (el padre de Violeta) o en lo político, con un Turris que muda lo execrable en Pere, en heroico. Inevitable ante una memoria que siempre propende a la exculpación y al blanqueamiento.

En cada nueva novela de Torné lo que se pierde en extensión se gana en concreción, hilando el autor cada vez más fino su pensamiento, desengrasando el texto y dejando la fibra punzante del lenguaje y de una inteligencia iluminada por la experiencia, A mitad del camino de la vida

Anagrama. 2020. 255 páginas

Gonzalo Torné en Devaneos

Lo inhóspito
Divorcio en el aire
Años felices