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El libro de las aguas (Eduard Limónov)

Desde este espacio virtual decir que lamento la muerte de Limónov, ocurrida ayer (17/03/2020). Al escritor hay que rendirle homenaje leyéndolo, y si es antes de su muerte, mejor, a fin de de que éste pueda obtener alguna clase de reconocimiento, el que sea, en vida. Recupero la reseña de El libro de las aguas, que leí el verano pasado.

El libro que Emmanuel Carrère escribiera sobre Limónov, del mismo título, nos puso a este último en el mapa libresco. La editorial riojana Fulgencio Pimentel publica El libro de las aguas de Limónov con traducción de Alfonso Martínez Galilea y Tania Mikhelson y un apéndice de esta última.

La portada del libro es muy representativa de lo que encontraremos en el mismo: balas y condones. Limónov se ve como una mezcla de Casanova y Ché Guevara. Híbrido de hombre de letras y acción. A los veintipocos, en 1972, decide que cuando vea una masa de agua se introducirá en ella. El libro se estructura en capítulos tales como Mares, Ríos, Estanques, Fuentes, Saunas, Baños… sobre los que se irán organizando, es un decir, porque el caos nunca deviene cosmos, los recuerdos de Limónov, en los que primará lo bélico y lo sexual, el semen y las balas.

No entra Limónov en planteamientos ideológicos, pero sí que aparece por ahí el partido bolchevique que fundó, lo vemos haciendo campaña de Diputado, relacionarse con mafiosos, matones y revolucionarios, con todos los bad boys de la guerra (el libro lo escribe Limónov en 2002), escribir desde la cárcel, aunque lo que parece que al autor ruso más le pone es portar un arma automática o montar en un tanque para sentirse titánicamente el puto amo del mundo.

Comprendí, además, que el género literario contemporáneo por excelencia era el biográfico. Así fue como vine a dar aquí. Mis libros son mi biografía, todos de la serie “Vidas ilustres de grandes personajes”, afirma Limónov para justificar estos textos, que se apoyan sobre los dos ejes en que descansa todo diario: el tiempo y el yo, según Tomás Sánchez. De hecho Limónov dice que el libro de las aguas podía haber sido el libro del tiempo, ambos líquidos, inasibles. Aquí no hay entradas diarias, o mensuales, sino referidas a años, pero la idea de fijar los lugares y recuerdos en el tiempo es la misma.

Afirma Limónov que sus colegas no entendieron su inclinación por lo heroico. Limónov es muy dado a la fanfarronada (se ve como el creador de una nueva escuela de periodismo de guerra y no desaprovecha la ocasión para una y otra vez hacer mención a sus libros publicados, verse como un escritor consagrado, etcétera) y me recuerda al personaje de aquella película mítica que soltaba baladronadas del pelo de “Me encanta el olor del Napalm por la mañana. Huele a victoria”. A Limónov la contemplación de las ciudades bombardeadas y en ruinas lo inflan también como a un zepelín rezumante de éter poético, pues ahí ve él la belleza, lo que explicaría que esa inclinación heroica y estética se materialice en ir recorriendo buena parte del globo terráqueo yendo a los avisperos bélicos para meterse directamente en el ánima del cañón. Escindida la retórica bélica, fluye en la narración el diario viajero de un alma errabunda y trotamunda que pone ante los ojos del lector parajes desconocidos, de belleza inusitada, pienso en la reserva del valle de los Tigres en Tayikistán, Pirigov, Dusambé, allá donde Europa se encuentra con Asia, en una mezcla magnética entre lo urbano -donde Limonov flaneará por las calles de ese mundo moderno, creado por Badeaulaire según Limónov, bañándose en fuentes ya sea en París, Roma, o Nueva York, buscando lo húmedo y el sumidero, donde se acumula la roña, lo sórdido, lo salvaje, aquello que Limónov busca a pecho descubierto con intensidad Kamikaze- y lo rural, por parajes esteparios, despoblados, donde el único abrigo y consuelo son el cielo, la tierra y sus frutos, las estrellas, y el runrún de los carros de combate, el sonido de las balas, las miradas extraviadas de los corderos sacrificables.

El recorrido, por ejemplo, por las fuentes de París sirve a su vez, para hilar lo biográfico con la Historia, ya saben las guillotinas, decapitaciones y demás virguerías “ilustradas», pero lo que prima aquí es el inventario de mujeres que entran y salen en la vida de Limónov, menores de edad y muy delgadas la mayoría, incluso dispuestas al sacrificio. Limónov no se corta un pelo y con la moral se forra los jirones de la entrepierna del pantalón, sin pararle mientes a nada.

No sé si Limónov es un personaje o no, pero después de leer su nutricia y refrescante autobiografía me acojo a la incerteza que tan bien cantó mi homónimo, ya saben: Io tutto, io niente, io stronzo e io ubriacone/ Io poeta, io buffone, io anarchico, io fascista/ Io ricco, io senza soldi, io radicale/ Io diverso ed io uguale, negro, ebreo, comunista/ Io frocio […], Io falso, io vero, io genio, io cretino/ Io solo qui alle quattro del mattino/ L’angoscia e un po’ di vino, voglia di bestemmiare/

Fulgencio Pimentel. 2019. Traducción y notas de Alfonso Martínez Galilea y Tania Mikhelson. 354 páginas.

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Leyden Ltd. (Luis Sagasti)

Leyden Ltd. es un artefacto narrativo de Luis Sagasti subyugante. Un proyecto narrativo inusual, consistente en hacer literatura desde los márgenes, o en este caso, desde los pies de página, para contarnos, con pequeños fragmentos indirectos, a través de esas notas a pie de página convertidas en el cuerpo del mensaje, la historia de Leyden Ltd, una sociedad secreta, oculta, a lo Pynchon, a lo Salinger, que paradójicamente cobrará relieve merced a su ocultación, a su afán de no querer dejar rastro. Entre las notas hay muchas referencias musicales, a los Beatles, a la histeria en sus conciertos, a ver al grupo siempre corriendo y así retratado, o a su disolución en Disneylandia el 29 de diciembre de 1974; a los grupos británicos que destrozaban los hoteles más allá de su territorio, el cual dentro, mantenían impoluto. El festival de Woodstock, una semana después de los crímenes de la familia Manson.
Referencias a la guerra del Vietnam, a los traumas de las guerras, al reguero incesante de suicidios entre los soldados. Para mantener un estado de alerta y disminuir la ansiedad, desde 1966 hasta 1969, las Fuerzas Armadas estadounidenses consumieron en Vietnam 225 millones de tabletas de estimulantes, en mayor medida Dexedrina.
La prostitución de alto nivel del creador de Playboy. El arte moderno ofrece también anécdotas curiosas, como una obra de arte que consiste en poner una bolsa de plástico sobre una mesa y va el personal de la limpieza del museo y la tira la basura. Notas que nos informan que el escándalo hoy en el arte moderno no viene tanto por el contenido de las obras, sino por su valor de mercado. Ser dueño de una obra de arte es tener la potestad de decidir quién puede contemplarla y quién no. Apuntes de corte naturalista. Que no haya ningún puente sobre el Amazonas, que la Gran muralla China no atraviese el curso de ningún río, que existan islas flotantes (la Isla de Basura o la Isla Plástico) hechas de basura. Referencias a Disneyland, un mundo aparte o a Fordlandia, flor (casi) de un día. El rumor, no desementido, de la pertenencia de Julian Assange a Leyden Ltd. Referencias filmicas: es el discernimiento lo que nos derrota. Soliloquio del coronel Kurtz en Apocalipsis Now. Y otras muchas notas de todo tipo. En Liechtenstein hay más empresas radicadas que habitantes. En 1854 el empresario circense P.T Barnum organiza el primer concurso de belleza femenina. Una protesta popular lo obligó a cancelarlo. La sumisión total puede ser una forma de libertad. Todos los ciudadanos del Vaticano nacieron en el extranjero. El único nacimiento registrado en el Vaticano es el de un gato que perteneció al papá León XII en 1825.
Referencias pictóricas: y oí que un grito interminable atravesaba la naturaleza. Eduard Munch. Recién en 1844 aparece la lluvia en una pintura occidental.
El texto incorpora algunos cuadros, en reducido tamaño y en blanco y negro, quedando así muy desvirtuados.
Notas sobre las redes sociales: para una mayor comprensión: Facebook es la continuación del Reader’s Digest por otros medios.
El ánimo modernista invocado parece obligado a concitar una imagen de Google Street. Aquí la de la Casa Blanca, que arroja un trozo de césped y la sombra de un árbol. El fulano que creó Leyden Ltd fue un tal Paul Wilkes de quien se filtran entre las notas jirones de sus diarios: si tan solo pudiera pensar en ella, sería completamente feliz. Pero no pienso en ella, sino en mí con ella. De nuevo yo, como un estorbo contra mi propia felicidad. Diario, octubre de 1997.

Todo este cúmulo de notas, al margen del texto principal, del libro que las genera y se nos hurta, dan lugar a un texto nuevo, proteico, de lectura muy sugerente, al abordar un sinfín de temas, algunos con la extensión de un aforismo. Hay aquí la necesidad de ejecutar una lectura muy activa, convertida en un gozoso e inteligente pasatiempo, en la que cada nota es un hilo del que tirar. Como en ese texto en el que se tachan ciertas palabras y son precisamente aquellas obliteraciones las que el lector busca con ahínco, saber qué ocultan, algo parecido sucede con las notas al pie de una novela tan real (proyectada sobre la mente del lector) como inexistente.

Eterna Cadencia. 2019. 112 páginas

Qué leer

Ahí van algunas sugerencias librescas de corta extensión para lidiar con la cuarentena.

El coronel no tiene quien le escriba (Gabriel García Márquez)
Entre culebras y extraños (Celso Castro)
La perra (Pila Quintana)
Los cachorros (Mario Vargas Llosa)
Para una tumba sin nombre (Juan Carlos Onetti)
Andanzas del impresor Zollinger (Pablo D’Ors)
El perseguidor (Julio Cortázar)
Sylvie (Gérard de Nerval)
Invierno (Elvira Valgañón)
Las retrasadas (Jeanne Benameur)
Caballo sea la noche (Alejandro Morellón)
La leyenda del Santo Bebedor (Joseph Roth)
Los extraños (Vicente Valero)
El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr Hyde (Robert Louis Stevenson)
Tardía fama (Arthur Schnitzler)
Mendel el de los libros (Stefan Zweig)
La soledad del cometa (Luis Rodríguez)
El Horla (Maupassant)
Bola de sebo (Maupassant)
Último día de un condenado a muerte (Victor Hugo)
Mi Carso (Scipio Slataper)
La isla (Giani Stuparich)
Verde agua (Marisa Madieri)
El copartícipe secreto (Joseph Contad)
La siesta de M. Andesmas (Marguerite Duras)
Los naufragios del Batavia: Anatomía de una masacre (Simon Leys)
Dicen (Susana Sánchez Arins)
Señora de rojo sobre fondo gris (Miguel Delibes)

El extraño caso del Dr. Jekyll  y Mr. Hyde

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (Robert Louis Stevenson)

Hay novelas breves que pasan a la historia por méritos propios. Cuando Robert Louis Stevenson publicó en 1886 a sus 35 años El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde y le fueron llegando comentarios a su obra, algunos de los cuales cuestionaban ciertas partes de la novela, por su falta de verosimilitud, o mejor, porque ciertas cosas que se decían no parecían propias de un rufián como Hyde, Stevenson se defendía aduciendo que si hubiera tenido un año para escribirla y no unos pocos meses y mucha estrechez económica, además del socavamiento de una maltrecha salud, la novela hubiera sido otra. Mejor no, muy probablemente.

Leída hoy, el lector ya va avisado, porque la novela de Stevenson y el binomio Jekyll y Hyde forman parte ya de nuestra cultura moderna. Hay adaptaciones cinematográficas para aburrir. Hace nada estaba viendo la sexta temporada de la serie Once upon a time y salían Jekyll y Hyde y aquello -junto a las horas confinado en el domicilio, y a que para un lector voraz y buen amigo esta novela sea su preferida- actuó como acicate para esta lectura. Lo interesante sería saber qué sentiría un lector cuando tuviera entre manos a finales del siglo XIX una novela como ésta, precursora -como se anuncia en la introducción a cargo de Manuel Garrido– de géneros como la novela de detectives y la ficción científica. En el plano psicológico parece que el entramado de Freud, sería a su vez, como algo creado ad hoc para explicar la novela de Stevenson. Henry James se preguntó al leerla si aquella era una obra de elevada intención filosófica o la más ingeniosa e irresponsable de las ficciones. Esta pregunta ya va a cuenta del lector de una obra que ha mantenido vivo su espíritu con el paso de los siglos, como se ve.

Stevenson genera suspense desde el comienzo y hasta casi el final no se desvela el pastel y esto redunda en favor de la tensión narrativa, generando una atmósfera enfermiza, un climax sostenido y muy bien dosificado que se acrecienta en su final, cuando queda finalmente claro qué relación existe entre Jekyll y Hyde, cuando el doctor trata de explicarse y entenderse por escrito, aduciendo razones psicológicas para desentrañar la disociación que experimenta, los dos polos personales que no se tocan, actuando uno como contrapeso del otro, pero sin la fuerza necesaria para que Hyde no se desmadre y se rinda a sus obscuras y letales pasiones, ante lo cual solo la muerte (doble) parezca resultarle a Jekyll una opción válida.

El halo fantástico de la novela de Stevenson aboca irremediablemente a otra novela anterior, Frankestein, publicada en 1818. En 1882 Maupassant había publicado, a su vez, un relato fascinante, titulado El Horla, donde también se daba una disociación, narración con la que Maupassant trataba de expiar sus fantasmas personales, los mismos que lo conducirían a la locura y la muerte.