Que fluya la poesía

Hoy es el día mundial de la poesía. Bien, pues ahí va una poesía, no de las que aparecen publicadas en los libros, sino de las que pululan por la red. Es obra de Ed. Expunctor.

Poema frío

Puedo escribir los versos más fríos esta noche,
versos de hielo sobre la escarcha del alma,
letras refrigeradas
desde el tuétano más íntimo
hasta el aliento más recóndito;
puedo construir un poema-congelador
high quality cinco estrellas
e inundar la noche de glaciales
y de estalactitas gélidas.

Pero entonces tú lo leerás
y empezará todo a derretirse:
las letras, los versos, el poema;
se inundará todo y enseguida
todo empezará a evaporarse:
las letras, los versos, el poema,
pues tu mirada todo lo incendia,
todo lo incinera,
y entonces el poema será entero fuego,
sustancia ardiente,
incandescente esencia.

Lecturas gratuitas ofrecidas por las editoriales

Como consecuencia del estado de alarma y la consiguiente obligación de vernos confinados en nuestros domicilios, algunas editoriales, a fin de aliviarnos esta pesarosa situación están poniendo en sus páginas web acceso gratuito a algunos de sus libros. En unos casos se trata de ebooks y en otros PDF. Se accede a los libros pinchando sobre la editorial. Hablamos de autores como Gonzalo Torné, Juan Pablo Villalobos, Alejandro Zambra, Marta Sanz, Julio Camba, Chéjov, Lidia Chukóvskaia

Errata Naturae

Anagrama

Reino de Cordelia

Si conocéis más iniciativas parecidas poner un comentario con el enlace directo a la descarga. Gracias.

A bordo del naufragio (Alberto Olmos)

A bordo del naufragio (Alberto Olmos)

La cosa va de naufragios. Otra variante del confinamiento.

El libro (finalista del Herralde en 1998) lo escribe un joven de 21 años, que en aquel entonces estudiaba periodismo en Madrid, proveniente de un pueblo, que detesta la Universidad, a sus compañeros, casi todo lo que le rodea. Su tabla de salvación en este naufragio son los libros, que lee a todas horas y que lleva siempre en su mochila (libros prestados de la biblioteca, pues no está la cosa para dispendios). Ese es su asidero. El cerebro del protagonista, en segunda persona, comienza a trabajar y va soltando perlas, describiendo el cuarto en el que vive (al estilo de El hombre que duerme de Perec), la gente de su clase, los profesores, su infancia, su blandura existencial, su patetismo, su flojera, la relación con sus abuelos, su no relación con su madre y su padre (del que dice que hay dos terminos que lo definen: calvo y cabrón), y una fijación visual por los culos y los senos. El autor debía tener en aquel entonces el cerebro anegado de semen de ahí que su pensamiento único fuera seminal (en el resto de sus obras no faltan tampoco ese alma voyeur, las violaciones mentales, los estupros no consumados). Olmos maneja con desparpajo el lenguaje. Hay páginas que pecan de reiterativas, otras que se aceleran y son un auténtico cachondeo. Consciente de su discurso, crítica su falta de coherencia, reducido más bien a una masturbación mental, donde nunca queda claro quienes son Los Otros (Perdidos, en 1998, todavía no se había estrenado).

El libro me ha gustado, porque lo he leído como si tuviera 21 años, y cambiando periodismo por empresariales, hay muchas cosas que ahí se cuentan que uno ha vivido y sufrido y ese discurso poco estructurado, que nace de la visceralidad, del encono, del desencanto y de otras muchas cosas, uno lo entiende.

Aflora la melancolía al leer un libro donde se manejan pesetas, donde aparece Dire Straits, Extremoduro, Carlos Boyero (al cual dicho sea de paso no soporta), Pessoa, Aleixandre, Kundera, Machado, Jaime Gil de Biedma, Nicholas Cage, Bogart, Rimbaud, Max Extrella y tantos otros.

Olmos describe la realidad a su manera, con sus herramientas, con la palabra escrita. Olmos luego escribiría columnas en los periódicos (no en blanco), publicaría libros (daría así su visión del mundo y de sus obsesiones con sus escritos) y no volvería a su pueblo (creo que sigue por los Madriles), quizá porque allí naufragó. Y lo más importante es que ese personaje que SE NOS VA, SE NOS VA, sigue todavía escribiendo y publicando, lo cual como Olmos en alguna entrevista afirma ya es algo prodigioso.

Anagrama. 1998. 176 páginas

9788415277408

Los náufragos del Batavia. Anatomía de una masacre (Simon Leys)

Desde que leí La felicidad de los pececillos de Simon Leys andaba con ganas de ponerme con Los náufragos del Batavia. Anatomía de una masacre, editado por Acantilado con traducción de José Ramón Monreal.
Es interesante lo que cuenta Leys, pues llevaba años dándole vueltas a un libro que quería escribir sobre el naufragio del Batavia y al final se cumplió lo que se temía, que alguien escribiera el libro que él quería escribir. Fue Mike Dash, con su Batavia’s Graveyard. Leys pudo entonces tirar a la papelera sus notas o bien publicarlas. Leys escribe. «Y ahora, al publicar las pocas páginas que siguen, mi único deseo es que ellas puedan inspiraros el deseo de leer su libro«.
Esto tiene truco, porque sin duda el libro de Dash será interesante, pero las notas de Leys lo son también en grado sumo, notas con formato de libro, que se leen en un periquete, y que sin ánimo de gravedad, resultan cundidas.
El naufragio, ocurrido en 1629 en las proximidades del continente Australiano, es la excusa perfecta para que aflore lo peor de la naturaleza humana, conduciendo a un puñado de hombres a la oscuridad, sin retorno. Leyendo Trafalgar de Galdós uno ve que el espíritu humano brilla (para devenir tiniebla) parecido en parejos trances.
Cuando los escasos supervivientes del naufragio llegan a la costa, Cornelisz impondrá el régimen del terror y de la barbarie desmedida. Una locura que se alimenta a sí misma y se manifiesta en toda clase de actos abyectos, tales como asesinatos, violaciones, ejecuciones gratuitas, provocando daño y dolor sin medida a cuantos le rodean.
Parece que el destino quiera que unos pocos supervivientes que serán confinados a una isla próxima con la idea de que mueran allá por inanición, encuentren en la naturaleza aquello que precisan para sobrevivir: agua dulce y alimento, ya sean aves, animales terrestres o peces.
Esto revierte la suerte de Corneslisz y recibe finalmente su merecido, la muerte, muy magra cosecha para todo el mal sembrado.
Leys demuestra en cada texto, ya sea en La felicidad de los pececillos o En la muerte de Napoleón, que no necesita un gran recorrido para narrar una historia, que su estilo se ciñe a lo concreto, preñada eso sí la amena narración (de corte ensayístico) de inteligentes reflexiones, para desentrañar la naturaleza humana, sus luces y sombras.

Acantilado. 88 páginas. 2001. Traducción de José Ramón Monreal

Simon Leys en Devaneos

La felicidad de los pececillos
La muerte de Napoleón