Una vez más para Tucídides

Aurora (Friedrich Nietzsche)
168. Un modelo.- ¿Qué es lo que me gusta de Tucídides y hace que lo tenga en mayor estima que a Platón? Todo lo típico en el hombre y en los acontecimientos le inspira un placer grande y desinteresado; en cada tipo encuentra cierta cantidad de sentido común; lo que quiere descubrir es el buen sentido. Tiene más justicia práctica que Platón; no calumnia ni empequeñece a los hombres que no le agradan o que le han hecho daño en la vida. Por el contrario, agrega e introduce algo de grande en todas las cosas y en todas las personas, al no ver en ellas más que tipos. Lo mismo había de hacer la posteridad, a quien dedica su obra, con lo que no es típico. De este modo, la cultura del conocimiento desinteresado del mundo llega en él, en el pensador-hombre, a una eflorescencia maravillosa. Esa cultura tuvo su poeta en Sófocles, su hombre de Estado en Pericles, su médico en Hipócrates, su sabio naturalista en Demócrito; esa cultura merece ser bautizada con el nombre de sus maestros los sofistas; y desgraciadamente, desde el momento de su bautismo, empieza a volverse de repente pálida e incomprensible para nosotros, pues desde entonces sospechamos que esa cultura, combatida por Platón y por todas las escuelas socráticas, debía ser muy inmoral. La verdad es que en este caso, tan complicada y tan intrincada, que se nos resiste el desenredarla. ! Que el antiguo error entre (error veritate simplicior) siga su antiguo camino!

Aurora (Friedrich Nietzsche). José J. de Planeta, Editor. Traducción de Pedro González Blanco.

Derechos

Aurora
El derecho que reconocemos a los demás es una concesión del sentimiento de nuestro poder al sentimiento del poder ajeno. Cesan nuestros derechos cuando nuestro poder vacila y se quebranta profundamente, y, al revés, cuando nos tornamos mucho más poderosos, los derechos ajenos dejan de ser para nosotros lo que eran hasta entonces. El hombre justo necesita la sutil sensibilidad de una balanza para medir los grados de poder y de derecho, que, dada la liviandad de las cosas humanas, muy poco tiempo permanecen equilibrio y por lo común no hacen más que subir y bajar. Ser equitativo es difícil, por consiguiente, y requiere mucha experiencia, mucha buena voluntad y sobre todo mucha inteligencia.

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Apuesta al amanecer (Arthur Schnitzler)

En Relato soñado, la última novela que leí recientemente de Arthur Schnitzler, su protagonista era capaz de desbaratar su existencia en pos del deseo que experimentaba hacia una mujer a la que conocerá fugazmente en una fiesta de disfraces secreta en la que ella velará y se desvelará por él.

En Apuesta al amanecer, con traducción de Miguel Sáenz, al alférez Kasda le sucede algo parejo cuando se aviene a jugar a las cartas para conseguir mil florines que le permitan a su amigo Bogner (teniente expulsado del cuerpo) saldar una deuda que lo atenaza.

Es inevitable no pensar en la novela de Dostoievski, El jugador, si queremos ponernos en la piel de un jugador que siente una atracción irresistible que le ciega, nubla su entendimiento y le obliga a seguir jugando a pesar de perder todo lo que tiene y lo que no tiene, generando una deuda imposible de saldar que equivale, para situarnos, a su sueldo integro (pagas extras incluidas) de más de tres años.

Schnitzler siempre resulta solvente en el tratamiento introspectivo de sus personajes y describe aquí a la perfección la zozobra en la que se sume Kasda cuando apartado de la mesa de juego, al amanecer, tras una noche infausta, perdido el control de sí mismo, y ya con la cabeza fría, los bolsillos pelados y dueño de una deuda inasumible, rumie lo que se le avecina, con la sensación de que toda su vida se ha ido en un plis plas por el sumidero, condicionado su no porvenir por una forma de pensar que no concibe, por ejemplo, ser expulsado del cuerpo de oficiales y llevar una vida como civil. Hará Kasda entonces lo humano y lo divino para obtener tan necesitado auxilio, recurriendo a su tío, pero parece que la diosa Fortuna no estará ya más de su lado. Un rayo de luz, no obstante, se encarna en la figura de Leopoldine, antaño prostituta y ahora mujer de negocios que ha logrado su preciada libertad, el no depender de nadie, igual que… un hombre, dice, que acabará por darle a Kasda la puntilla a su pundonor, objeto éste del mercadeo carnal, al no haber calibrado en su día los afectos y efectos de una presunta noche de amor más.

Schnitzler nos aboca a un final trágico, en cierta manera inesperado, que cifra las consecuencias fatales y lo irremediable de dar un paso en falso frente a una mesa de juego, dominado todo el ser por una pulsión irrefrenable.

Arthur Schnitzler en Devaneos

Morir
Relato Soñado
El teniente Gustl
Tardía fama