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Tardía fama (Arthur Schnitzler)

Arthur Schnitzler no deja de sorprenderme -después de haber leído el otro día Morir– para bien. Con Tardía fama podemos apreciar de nuevo lo maravilloso que supone, a veces, entregarse a la lectura durante un par de horas. El título, Tardía fama, es engañoso. En manos de cualquier otro escritor la historia hubiera ido por otros derroteros más complacientes y entonces sí que se hubiera dado la tardía fama del título. Con Schnitzler esto no sucede. Apenas requiere el autor cien páginas para mostrar en toda su complejidad lo que un escritor expone, arriesga y deja en el camino cuando se decide a escribir. Una escritura que a veces va acompañada de la publicación y otras no. Y luego en el caso de ver publicada la obra, otra cosa es que ésta obtenga el reconocimiento de crítica y público del que el autor se siente acreedor, e incluso que sus lectores sean los que él desea. Ante la labor creadora surge el ego del autor como algo irremediable, así Saxberger que en su juventud fue poeta, publicó y fue olvidado y labora ahora en la administración, sufrirá la entrada en su vida de un joven poeta que lo venera a él y a su obra, como si esto fuera algo indisoluble, y quiere que Saxberger entre a formar parte de su círculo de escritores. Saxberger no desoye los cantos de sirena, no aparta las caricias de la veneración, ni hace ascos al almíbar de los elogios, y se siente renovado, parte de algo -aunque llegue a ser en el ojo del huracán-, incluso deja de ser invisible para las mujeres, que le harán sentirse corpóreo, una vez acariciado e incluso objeto del deseo femenino. Schnitzler demuestra con maestría lo inestables, correosos y hueros que son conceptos como la fama, el éxito, la veneración, pues al final no son otra cosa que pompas de jabón, gráciles sí, que estallan prontamente, para dejar al autor con un palmo de narices, siempre defendiéndose éste de los demás escritores -rivales en potencia- , de la crítica implacable, del público que lo ignora, y de aquellos que pasan de la veneración a la indiferencia en décimas de segundo. Una fama que sería una sed que nunca se apagara, tal que Saxberger acabaría añorando su vida gris, monótona y aburrida, sin sobresaltos, una medianía dilatada, sin tener que andar en todo momento buscando el reconocimiento, el aplauso -los me gusta o likes actuales- la palmada, la recensión en la prensa escrita, un anhelo, una necesidad más bien imperiosa de anonimato, de ser uno más, fuera ya de los vanidosos círculos literarios, asumiendo que las musas, otrora lozanas, ahora aquejadas de demencia senil no tienen nada que ofrecerle.
Si a menudo constato cuando cojo un libro en préstamo en la biblioteca la paradoja de quien entiende los libros más que como un objeto de culto como un basural, objeto a roturar o pintarrajear con todo tipo de anotaciones o rayaduras a bolígrafo, en esta ocasión me sorprendo al leer una nota a pie de página escrita a lápiz por un lector, que fija su atención sobre un párrafo donde Schnitzler ironiza sobre Goethe.

Acantilado. 2016. 104 páginas. Traducción de Adan Kovacsics

Arthur Schnitzler en Devaneos | Morir

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