Recorrido por el Camero Viejo (Terroba, Jalón de Cameros, Ajamil, Rabanera, Vadillos, Velilla)

En un cuarto de hora en coche desde Logroño llegamos a Ribafrecha. Dejamos el coche abajo del pueblo junto al polideportivo. Ahí comienza una pista, un camino que nos conducirá hasta Puente Laidiez. Son dos kilómetros escasos, con el río siempre a nuestra izquierda, con escaso desnivel. En algún momento determinado iremos bajo la sombra de los árboles.
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De camino por la LR-250 y antes de Sigue leyendo

Canto yo y la montaña baila (Irene Solà)

Canto yo y la montaña baila (Irene Solà)

¿Cómo se consigue escribir así de bien? Ahí reside el misterio de la literatura. ¿Cómo lograr la emoción del lector de esta manera? ¿Cómo escribir una novela como Canto yo y la montaña baila (traducida del catalán por Concha Cardeñoso Sáenz de Miera) con menos de treinta años?.

Aquí baila la montaña y baila quien lee, baila y se solaza, se divierte y emociona con la prosa de Solà y sus historias de la montaña en el Pirineo Catalán. Nos ofrece un paisaje y un paisanaje atractivo, no porque lo sean a primera vista, sino porque a través de las palabras, las anécdotas, los recuerdos, se va armando un puzzle, una topografía que resulta arrebatadora, tanto por lo que se nos cuenta como por lo que se nos hurta. Piezas que se van armando, voces que quieren contar la realidad, los sueños, en un terreno que mezcla realidad y fantasía sin estridencias y nos hace mirar a través de los ojos de los animales para sentir su gozo y su pavor, que puebla el paisaje de fantasmas, brujas, mujeres de agua, que están ahí velando, apagando luces, haciendo compañía a los viejos y a los jóvenes, que tienen un momento en el que su realidad les pesa y oprime y el pueblo les cerca y quieren aire nuevo, salir, explorar, conocer, ver mundo, porque lo que viven les ofrece tanto como les niega y al pasar de las décadas, los jóvenes, ya adultos, regresan con sus hijos para comenzar la historia de nuevo, apaciguados entre montañas, al solaz del silencio, ante la armonía de las montañas, cansadas ellas de ir viendo pasar generaciones y generaciones y generaciones; montañas que también son protagonistas, que nos relatan su génesis y los finales y los consiguientes comienzos; hay una sensibilidad especial que toca cada página, cada ser vivo, animal o persona, que se manifiesta en cada acción y diálogo, que transmite vitalismo, alegría, humanidad, en esta novela tan luminosa, tan vívida, tan sentida, que se cierra de manera brillante, sin forzar nada, dejando que las palabras caigan en el oído preciso y permitan entonces al afligido desembalsar todos los metros cúbicos de arrepentimiento, culpa, pesar, dolor albergados durante años, porque ambos, el culpable y la víctima, aunque sea ésta indirecta, necesitan ese momento, esa ocasión, porque en el principio fue el verbo (y la palabra) y escritoras como Irene Solà (Malla, 1990) hacen un magnífico uso del mismo.

Anagrama
192 páginas
Traducción del catalán Concha Cardeñoso Sáenz de Miera
Año publicación: 2019

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Historias y relatos (Walter Benjamin)

Después de haber leído estas Historias y relatos de Walter Benjamin, con traducción de Gonzalo Hernández Ortega, me quedo con su labor ensayista, con libros como Iluminaciones, con sus ensayos sobre Badeaulaire, o con lo escrito en el Libro de los pasajes. Es precisamente cuando Benjamin exhibe su vena más ensayística cuando mejor es el relato, como cuando se explaya en cuanto al arte de la narración.
Los relatos son variados, abordan todo tipo de temáticas (el juego, el arte de los nudos, los carnavales…), se sitúan en diversas partes del globo terráqueo (Marsella, Ravello, Ibiza….), hay artistas, escultores, escritores, jugadores, enanos, fumadores de hachís…, todos ellos con muchas ganas de hablar y expresarse, de entregarse a la oralidad, a narrar sus peripecias. Los textos son cosmopolitas, eruditos. Algo que es de esperar en alguien tan viajado y leído como Walter Benjamin. Pero todo esto no funciona. La chispa no prende. Se pregunta uno de los personajes en un relato qué significado tiene todo eso que comprende la historia que le refieren. Eso mismo me pregunto yo al leer algunos de sus relatos e historias, cuando la clave quizás consista aquí precisamente en eso, en dejarse llevar, en poner el oído y escuchar, sorprenderse o simplemente bostezar, sin que el hilo de la narración logre atraparme con alguno de sus múltiples anzuelos, y a fe que Walter lo intenta y se aplica en cada historia y relato.

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Mapa de una ausencia (Andrea Bajani)

Mapa de una ausencia la podemos leer también como una Carta a una desconocida. La conversación imposible que mantiene un hijo con su madre, que como en el poema de Prado, bien le podría decir ésta última No olvides que esta obra ha terminado/ No olvides que le hablas a un teatro vacío.

Lorenzo recibe un telegrama en el que se le informa de que su madre ha muerto. Coge un avión y se traslada desde Italia, donde vive, a Rumanía, a Bucarest, en donde moraba su madre. Como le sucedía a Álex Chico en Los cuerpos partidos, en su investigación sobre la figura de su abuelo, Lorenzo no sacará apenas nada en claro sobre su madre, en su breve estancia bucarestina. Su madre para él seguirá siendo un fantasma, una sombra siempre correosa, inasible, desde que ya en su más tierna edad, su madre, Lula, cogía el avión para tomar distancia, no sólo física, tanto de Lorenzo como de su marido. Estancias cada vez más prolongadas que no dejaban que la herida de la ausencia cerrase en los que se quedaban. Ausencias alimentadas con el paso del tiempo, hasta llegar a un punto de no retorno, cuando se acaba rompiendo cualquier vínculo. No más cartas, postales, regalos, no más preguntas al teléfono, un silencio que es pura fibra, bajo la óptica del abandono.
Lorenzo, en Bucarest, conocerá a la gente que estuvo con su madre esos años, hasta el día de su muerte, la empresa que allá montó -la que justificaría tanto ir y venir- un huevo adelgazante que comercializaría por medio mundo.

La muerte materna, será el paréntesis que se cierra, seguido de un punto final, tras muchos años de distanciamiento, en los que en Lorenzo irá creciendo el resquemor. Su viaje a Bucarest no es un ajuste de cuentas, los números rojos en la cuenta del afecto vienen de muy atrás. Lorenzo, en Bucarest, recupera a su madre, es su único patrimonio afectivo, a través de los recuerdos que de ésta tiene, cuando jugaban juntos: las risas compartidas, las cosquillas, el cuerpo acogedor, la voz de su madre, su presencia menguante. Lorenzo oye cosas terribles sobre el final de su progenitora y uno piensa en esos barcos oxidados, arrumbados, en lagos que ahora son desiertos, vencidos por el óxido del tiempo y el abandono.

Hubo una vez, descubre Lorenzo, en el que su madre quiso volver. No lo hizo. Cortó así quizás su último cordón, el que le unía con su familia en Italia y también su cable a tierra consigo misma, convertida luego ya en un globo sin cordel, sometido a cualquier inclemencia capaz de someterla y destruirla.

Todo el texto va recorrido por un sentimiento que no tarda nada en empapar al lector, que no necesita ver desplegada, como viene siendo cada vez más frecuente, toda la morralla pornográfica sentimental con la que muchos escritores tratan de tomarle el pulso al dolor y la tragedia. No, Bajani opta por sugerir, evocar, y sin exhibicionismo alguno logra desarmarme con su escritura, armando un libro preciso, conciso, demoledor. Si Valero nos dejaba frente a una tumba en Los extraños, otro libro maravilloso, aquí Bajani nos deja en el Danubio, cruzando el río, en la otra orilla, ante un cartel, con un nombre, que pronunciado devuelve el eco de una voz ya extinguida.

Y digo yo que ante un resultado tan brillante, mucho tendrá que ver en todo esto, la traducción hecha por Carlos Gumpert.