Archivo de la categoría: Relatos

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La claridad (Marcelo Luján)

La claridad es un muy buen conjunto de relatos de Marcelo Luján que se alzó con el VI Premio Ribera del Duero en su última edición. Incluye cinco relatos: Treinta monedas de carne, Una mala luna, Espléndida noche, El vínculo, La chica de la banda de folk. Se decidió añadir de cara a su publicación otro relato más: Más oscuro que tu luz.

Todos los relatos presentan elementos escabrosos, terribles (que me traen ecos de otros relatos leídos de autoras como Vera Giaconi, Samantha Schweblin, Guadalupe Nettel, Andrea Jeftanovic…), secundados por decisiones que adoptamos y que resultan infaustas, fatales. Y lo curioso es que casi al comienzo de algunos de los relatos ya sabemos su final, su trágico desenlace o bien se nos anticipa lo funesto, pero esto no va en detrimento de la eficacia de todas estas narraciones cortas.

En Treinta monedas de carne una excursión en bicicleta de lo más inocente se convierte para dos jóvenes en una experiencia terrorífica, a medida que van dando pasos en la dirección equivocada, alentadas por todo tipo de pasiones y sentimientos perniciosos, como la envidia, los celos, la venganza…

Una mala luna explicita la relación entre dos hermanos que se irá malogrando cuando la hermana mayor se convierta en alguien dificil de domeñar, dispuesta a llevar sus experiencias al límite, una alma conflictiva que colisiona con todo aquel que tiene cerca; fallas tectónicas que no respetan ni siquiera a su madre. Esa clase de personas capaz de sacar del espejo nuestro vivo retrato. La vis menos agradable de cada cual.

Espléndida noche es un título con retranca, aunque bien cierto que se puede morir aunque haga una espléndida noche. De nuevo decisiones que se toman apresuradamente, azuzado por las circunstancias, y un destino fatal a la vuelta de la esquina, el que está reservado para un camionero. Un relato con elementos de intriga a cuenta de un personaje misterioso que comparte con el camionero la cabina durante unos kilómetros y le ofrece un pacto, con el diablo, y sin retorno.

El vínculo nos sitúa en el ojo del huracán incluso se menta el coronavirus. Otra vez el no actuar a tiempo, el no hacer la llamada oportuna, no hace sino ir embrollando las cosas, complicarlo todo, mediante malas decisiones, virales, contagiosas, letales.

La chica de la banda de folk nos lleva a la plaza de un pueblo en noche de concierto. Allá dos jóvenes. Uno de ellos le tiene echado el ojo a una joven rubia. De pronto la confesión de un secreto, una grieta en la relación de los dos jóvenes y sangre en las narinas, oscuridad, ladridos, incertidumbre, violencia, miedo, una aventura amorosa reducida a nada.

Más oscuro que la luz abre la puerta a lo sobrenatural. Es curioso el poso, el peso que tiene una ausencia materna, la estela invisible que ésta deja, los alfileres que clava de por siempre en el ánimo de los deudos.

Páginas de espuma. 2020. 176 páginas

Estamos en el borde

Estamos en el borde (Caroline Lamarche)

Estamos en el borde suma nueve relatos (Frufrú, Embuste; Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio y Cipriano; Ulises, Elad, Horacio, Tosco, Merlín, Rudi) de Caroline Lamarche, publicado por Editorial Tránsito (que publicó también la novela de Lamarche La memoria del aire), con traducción de Raquel Vicedo.

Se queja Caroline Lamarche en una entrevista de que en Francia los relatos son un género que no goza, a su pesar, de mucha aceptación entre la masa lectora, ni cuenta con el suficiente apoyo editorial. En España, a pesar de contar con excelentes cuentistas creo que sucede algo parecido. No obstante desde este rincón libresco sigo apostando por los relatos, máxime cuando son de calidad, como los aquí presentes.

La autora belga presta especial atención a los animales, todos ellos presentes con mayor o menor entidad en los relatos. Ligando ese espíritu animalista, naturalista, con el título del libro, lo que la autora explicita es una situación en la que la naturaleza se halla al borde, al borde de la extinción podemos pensar. Una situación agravada que afecta a la fauna, la flora… Ese discurso se concreta en los relatos yendo a lo particular, a lo minúsculo.
En Lino […] Cipriano, vemos cómo casualmente unos niños descubren un hormiguero y lo destrozan alegremente. La suerte de las hormigas a los críos les importa un bledo, pero para ellas ese ataque humano supone una brutal amenaza a su existencia y el desbaratamiento de décadas de desapercibidos trabajos.

En Frufrú se establecerá una relación especial entre un hombre que labora en un refugio y un ave que recoge con el ala rota. Abandonar el nido, de forma literal, supone algo necesario para ambos, pero siempre es doloroso, como se ve y siente.

La muerte de un caballo, en Embuste, es a su vez también metáfora de ese mundo del que hablamos antes, camino de la extinción, cuando los caminos y terrenos son borrados por las autovías/autopistas y los animales ven achicado su hábitat natural. Un mundo que pierde su inocencia, tanto como sucede en las relaciones cimentadas sobre las arenas movedizas de los secretos, las mentiras y la desconfianza.

El amor en los relatos adopta distintas manifestaciones, ya sea la confianza, o el verse cuidado o amparado en el otro, aunque a veces, como sucede en el relato Rudi, la muerte súbita de un hijo lactante, deja a una pareja echa trizas, asaeteados por la ausencia irreparable y un indeseado porvenir que nunca será tal.

En Ulises, la protagonista del relato confiesa que no pudo leer el famoso libro de Joyce, que lo arrojó al mar, que aquello aún es un estigma, un socavón en su carrera lectora. Esto nos da pie para pensar acerca de cómo considerar aquellos libros llamados clásicos, convertidos a veces en paredes verticales de puro hielo.

Horacio nos conduce a las tragedias griegas, a su encontronazo con la realidad, cuando deja de ser divertido y dramático lo visto sobre un escenario para devenir patético e incómodo sobre el asfalto presentista.

La muerte está presente en Elad. No como algo físico, sino como una pulsión, un sentimiento, una amenaza, como el resultado de la combinación de la plenitud y el vacío que nos depara la dependencia amorosa, como si de una planta carnívora se tratase que cuidamos y alimentamos a diario con mimo extremo.

Leyendo Tosco pensaba en lo que escribe Nietzsche en su Aurora acerca de la compasión, la bondad, la necesidad natural que sentimos por querer mejorar la vida de los demás. A quién ayudar, cómo hacerlo, cómo dar, cómo recibir. En qué situación queda el ayudado, y el ayudador. Esta situación experimenta el protagonista del relato, convertido en un demiurgo de andar por casa, ante la posibilidad de mejorar, o mejor, alterar, la vida de dos jóvenes okupas. Al final cada una seguirá su propio camino, y las interferencias ajenas no operan resultado alguno, más allá de saciar el sentimiento de la compasión (¿o es egoísmo, al permitirle vivir nuevas experiencias?) del presunto auxiliador.

Mi relato preferido es Merlín, ahí Lamarche aúna el espíritu humano con el de la naturaleza, cuando una mujer descubre en la casa para cuyo cuidado ha sido contratada dos presencias masculinas, inesperadas, que la ocupan (la casa, atendiendo a razones profesionales) confortan, al sintonizar la misma onda, al tiempo que (se) da cuenta de su soledad, de su anhelo de ser cuidada, de alcanzar corporeidad, de ser algo más que una conciencia.

Una voz la de Lamarche muy sugerente, dotada de una gran sensibilidad, que aflora en los pequeños detalles, en los apuntes que describen nuestra naturaleza humana (y así nuestros temores, afanes, deseos…) siempre en equilibrio, aunque cada vez más imposible, con la madre Naturaleza, a la que vamos dañando sin miramientos día a día.

Editorial Tránsito. 2020. 152 páginas. Traducción de Raquel Vicedo

Y hablando de bordes, afueras y fronteras vale mucho la pena leer el discurso de ingreso en la RAE de José Luis Sampedro, “Desde la frontera”.

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Cerebroleso (Julián Génisson)

En Berserker (de Pablo Hernando) Julián Génisson interpretaba a un escritor. Aquí (no hay decapitados) y ahora, entre manos, Cerebroleso, libro de relatos (editado por Libros Walden) que supone su debut literario. Berserker era una película original, raruna, a contracorriente. Algo parecido puedo decir de estos relatos.

Julián plantea situaciones poco comunes, como si sus personajes estuvieran grillados y su empeño o energía vital se concretara en pasar la yema de los dedos, de las manos o de los pies, tanto da, por lo absurdo, lo inexplicable, lo enfermizo. De hecho, su título, Cerebroleso, sin que aparezca en el diccionario de la RAE, podemos traducirlo como el que tiene el cerebro lesionado.
¿Explicaría esto las acciones que protagonizan los personajes de estos relatos; justificaría que un fulano vaya lanzando un azadón al aire, recibiendo un tajo tras otro hasta ser finado con el azadonazo letal; que una chica pida en su testamento, como última (y macabra) voluntad, que sus amigos se coman su cuerpo; que un recibimiento o regreso festivo al hogar, entre un alud de globos se convierta en un advenimiento terrorífico y asfixiante; que una reunión sirva para enterar a los invitados que el anfitrión solo puede, de un tiempo a esta parte, alimentarse de insectos; o aquel que recupera inesperadamente una amistad de la infancia para comprobar, como nos cantó Soledad, cómo hemos cambiado, ganándose su amigo un sueldo ofreciéndose en ruedas de reconocimiento, para luego explicitar su necesidad de tener siempre los pies desnudos; o pelos en la espalda que nos traen de cabeza y cifran la nada común elasticidad dorsal de un arquitecto que vive una situación de lo más extraña cuando un muerto aparece revistiendo un muñeco de nieve con la chorra despuntando el mapa níveo invitando a su vez al retoño del arquitecto a airear también su miembro?.

Estas zambras y otras muchas (el relato que remata el libro se titula Correo de rechazo; rechazo al que vemos le sucedería, en otra editorial, su publicación) son en las que se ocupa Génisson y con las que preocupa y desazona al lector, pues en mayor o menor medida cada relato es una vuelta de tuerca, un zumbido, un pitido, todo aquello que de alguna manera nos desasosiega, atemoriza, obsesiona, al aventurarnos por caminos inusuales, poco trillados, con el inconveniente siempre presente de salirse el autor con sus narraciones tanto del mapa que acabe rebasando un camino de no retorno que nos conduzca perplejos, abatidos y asqueados, al sumo desinterés lector.
No ha sido el caso.

Libros Walden. 2019. 183 páginas

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Los cuentos de Linnet Muir (Mavis Gallant)

La canadiense Mavis Gallant (1922-2014) influyó en la escritura de autoras como Margaret Atwood o Alice Munro. Los cuentos de Linnet Muir, editados por Eterna Cadencia y seleccionados (entre más de un centenar) y traducidos por Inés Garland, parecen contarnos su propia vida. No estoy acostumbrado a leer libros de autores canadienses, y el factor sorpresa en este caso ha redundado a su favor.

Gallant se sitúa en la infancia, adolescencia y entrada en la vida adulta; desde sus 12 hasta los 21 años. La protagonista, Linnet Muir, un trasunto de la autora, habla acerca de la relación con sus padres; relación distante, en la que los niños como ella tenían una escasa presencia en el ámbito familiar. Su padre muere cuando ella es joven (muerte que a la hija no se le comunica y que descubre pasado un tiempo), y de la madre logra emanciparse cumplido los dieciocho.

Gallant, nacida en 1922, vive duran el periodo de entreguerras, es testigo del crack del 29 (que también azotó a Canadá), y su narración finaliza mediada la Segunda Guerra Mundial. Gallant entrará en contacto tanto con los heridos en la guerra (los canadienses fueron obligados a alistarse formaron parte de la Triple Entente), que vuelven como mutilados o contrahechos, tanto como con los refugiados de otros países que buscan y encuentran asilo y auxilio en Canadá.

Muir vive en Montreal, espacio en el que «conviven» los francófonos católicos con los angloparlantes protestantes. Una convivencia que no es tal pues apenas se mezclan. Muir entiende muy pronto que la vida destinada a las mujeres de su época en Montreal no va con ella, que no es lo que quiere para sí, a pesar de lo cual contraerá matrimonio, muy joven, con un hombre que marcha al frente y que no volverá a ver. Muir busca su independencia, y eso pasa por ganar dinero, que logrará tempranamente ejerciendo el periodismo, para poder mantenerse por así por sí misma, en unos años en los que la mujer trabajadora era poco menos que una rareza, condenada como estaban las mujeres a las tareas domésticas, al cuidado y crianza de los hijos y a contentar a sus mariditos. Muir no quiere depender, primero de un padre y después de un marido, sino únicamente de ella misma y ahí se cifra todo su empeño y energía manumitidora.

Tras pasar unos años durante la adolescencia en Nueva York y regresar de nuevo a Montreal comprueba que aquello es un erial intelectual, sin teatros ni bibliotecas, donde el caudal cultural de la ciudad es un caño seco, y sus conciudadanos unos puritanos hipócritas; una sociedad, en suma, que no respondía como ella desearía a sus apetencias intelectuales ni a su ansia de libertad. Y lo que en estos relatos llega al lector y Gallant transmite muy bien es todo su sentir y también su pesar, en virtud de su aguda mirada, capaz de diseccionar en profundidad la naturaleza humana circundante, ya sea en el ámbito familiar o laboral.

Con 28 años Gallant se mudaría a Europa, a París, pero esa ya es otra historia.

Eterna Cadencia. 2020. 152 páginas