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El mar alrededor (Keri Hulme)

Keri Hulme (Christchurch, 1947) obtuvo el Man Booker Prize en 1985, por El mar alrededor, su primera y única novela, que comenzó siendo un relato corto titulado Simon Peter´s Shell, que la autora escribía cada noche después de trabajar en las plantaciones de tabaco de Motueka. Ese relato fue creciendo en extensión con el paso de los años y tal como nos informa Keri lo fue gracias a la Beca Robert Burns, al Fondo Fiduciario Maorí o la beca ICI de 1982, que le permitió la última reescritura. Finalmente el relato, ya libro, pudo ver la luz, gracias a unas editoriales amables con sus excentricidades, según la autora. Keri se dedica hoy a la pintura, a la pesca y a la escritura, dado que sigue escribiendo relatos.

Cuando se habla de tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro, pienso en esta clase de libro, un libro portentoso, desgarrador, cuyo empeño totalizador sea abarcar una vida (aquí son al menos tres) desde múltiples puntos de vista, y conectar, sobre el papel, las existencias humanas con la naturaleza circundante, tal que todo latiera con un mismo corazón.

Cuando Hulme habla de excentricidades lo hace sabiendo que su novela no es plana, que no es una novela al uso, que sus casi setecientas páginas exigen un esfuerzo, que la convierten en un tour de force lector. Automática editorial la edita en España tres décadas después de su publicación. En la narración se irán intercalando las distintas voces narradoras, la tercera y la primera persona, con otras voces y yoes (como el yo diarístico) que también reclaman su presencia en el relato, con un buen número de palabras y expresiones maoríes (recogidas y traducidas al final de la novela) o distintas palabras que se forman juntando o modificando otras, al estilo de la obra joyceana. Alabar la traducción de Enrique Maldonado Roldán, porque un libro como el presente tan complejo y desafiante se las trae.

Más allá de estas cuestiones estilísticas lo más importante de la novela es su trama. La protagonista es Kerewin Holmes, mujer solitaria que pasa su tiempo en una torre alejada de todo y de todos en la costa neozelandesa. Allí un buen día llega un niño, como caído del cielo, un tal Simon. El niño no habla y es más listo que los ratones coloraos. Hulme demuestra su maestría en la escritura al introducirse como lo hace en la cabeza de un niño. Poco después aparece en escena el padre del niño, Joe, buscando a su hijo, el cual está acostumbrado a hacer pellas en el cole, colarse y hurtar en casas ajenas y dar un sinfín de disgustos a su progenitor. Luego sabemos que Simon es adoptado, que naufragó en la costa, que Joe lo acogió, llenando así el vacío que le había dejado la muerte de su esposa e hijo.

Simon es extraño y esa extrañeza impregna la narración. Holmes también tiene lo suyo, se ha mantenido eremíticamente virgen hasta ahora y algo le pasó con su familia que la mantiene enro(s)cada en su soledad. Joe ve en Holmes una madre para Simon, una ayuda, pues al niño no sabe cómo domeñarlo, tras comprobar que las palizas que proporciona a su vástago surten nulo efecto, más allá de alimentar la rabia infantil. A medida que la narración se abre y despliega vemos cómo tanto Holmes, Simon y Joe arrastran cada cual su propia cruz, cómo se necesitan pero sin ser capaces de dar el paso, mientras la violencia se desata y vence al amor, con terribles consecuencias, sin que su paso vacacional por una caseta en la costa, en un lugar inhóspito, frío y austero, logre de ellos tres hacer una familia.

La narración se toma sus páginas, porque todo el desbaratamiento emocional, el tocar fondo, el apurar la desgracia hasta las heces, tiene su razón de ser, pues es el camino de la redención que precisan tanto Joe como Holmes, uno liberándose del fardo que siempre ha arrastrado y arrostrado, a saber, la necesidad de erradicar la violencia de su naturaleza. La absolución no le viene de la mano de un cura sino ante la presencia de un kaumatua, un anciano respetado, que ilumina algo en su interior al tiempo que lo sana, cuida y cura, ofreciéndole una esperanza, desclavándolo de su cruz. Holmes precisa a su vez amorrarse a la enfermedad, desmontar su yo, hasta que una vez tenga todas sus piezas a la vista, volverlas a montar de nuevo, y darse otra oportunidad; Simon viene de un infierno y busca amparo, compañía, amor, afecto y anhela a Joe tanto como a Holmes. La narración irá imantando las tres partes, antes separadas, en pos de la conjunción final.

La novela se ve recorrida de principio a fin por un aliento espiritual, poético y etílico (todos beben más de la cuenta) que propicia esa mezcolanza de realidad y ensoñación, sueño y vigilia; el empeño de Holmes por volver a las raíces o al menos de preservarlas, en la pugna de los maoríes por no diluirse en lo europeo y ese canto ecológico, quizás ya fúnebre, de opugnar la naturaleza al progreso, que horada, erosiona, desmantela, contamina y en definitiva aniquila y arrambla con todo.

Keri Holmes solo ha escrito una novela, pero qué pedazo de novela.


Automática editorial. Traducción de Enrique Maldonado Roldán. 695 páginas