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Un episodio en la vida del pintor viajero (César Aira)

Si el problema de la novela es qué debe dejar dentro y fuera de la misma el escritor, o dónde debe ponerle punto y final, con una biografía sucede otro tanto. César Aira acomete en Un episodio en la vida del pintor viajero las andanzas por Sudamérica del pintor fisonomista de la naturaleza, el alemán Johan Moritz Rugendas (1802-1858). Aira tiene a disposición los miles de cuadros que pintaría en vida Rugendas, así como una profusa producción epistolar con la que según Aira se podría seguir casi minuto a minuto el día a día de este pintor portátil.

La biografía, apenas cien páginas, es una selección de sus momentos cumbres, o de uno por encima de todos, que acontece cuando una noche de tormenta Rugendas recibe en su cuerpo dos rayos, que sin matarlo lo dejan ya tocado de por vida, deviniendo un ecce homo de hombros para arriba. A partir de ese momento lo ven como a un monstruo (monstruosidad por otra parte muy difícil de transmitir a su querida hermana por carta), lo que no impide que su fiel escudero Robert Krause lo siga tratando con respeto y sumo cariño, y en el empeño de Rugendas a partir de ese momento hay algo quijotesco, insuflada la narración de un aliento épico, no exento de humor, que incita a la carcajada a la que cuesta sustraerse imaginando a Rugendas cubierta su cabeza con una media negra, registrando un malón, a tiro de flecha de los indios, asumiendo que su vida no vale nada y que su único fin y sentido es pintarlo todo, registrar lo que el ahora pone a disposición de sus pupilas, alteradas por la morfina, por unas conexiones sinápticas que le producen alucinaciones, acercándose a los indios tanto como para situarse en el vórtice del malón, sabedor de que él bien puede morir, pero que el arte (quizás el suyo también) es eterno.

Al final del libro dejamos a Rugendas acompañado de los indios, jugándose el tipo. Rugendas murió en 1858 en Weilheim an der Teck en Alemania, por lo tanto logró regresar a su tierra a morir, tras un periplo apasionante de muchos años por tierras sudamericanas, andanzas que Aira recoge y pone a nuestra disposición en esta particular biografía con plasticidad y luminosidad, con una reconstrucción de los hechos, donde lo importante no es coger el todo por los cuernos, pues como dijo Bolaño, el Todo es imposible y el conocimiento es una forma de clasificar fragmentos, sino armar una historia con fragmentos como hace Aira, dejándose llevar a lomos del impulso magnético e irrefrenable que es siempre la imaginación.

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