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Atlas de islas remotas (Judith Schalansky)

Las islas siempre se nos presentan como algo mágico y misterioso, como confesaba Jordi Esteva en la atracción que sintió desde pequeño hacia Socotra, la isla de los genios. Si bien, como indica la autora de libro, Judith Schalansky, en el prefacio, el Paraíso es una isla, el Infierno también. Judith no viaja a ninguna de las cincuenta islas remotas que aquí se dan cita, sino que el suyo es un trabajo de documentación, donde plasmará con mapas y en menos de una página por isla, y con un tamaño de letra muy reducido, datos pintorescos e históricos que nos den cuenta de los distintos usos y fines a los que han sido destinados estas islas, muchas de ellas diminutas, de pocos kilómetros cuadrados de extensión, algunas poco más que un simple atolón, finas líneas de arena sobre el borde del mar y a riesgo inminente de desaparecer. Islas que han servido como centros penitenciarios, como estaciones meteorológicas, como bases militares y que han conocido ensayos nucleares y lo peorcito de la naturaleza humana, en forma de violaciones, asesinatos, reyertas, infanticidios, etc.

Judith llega a la conclusión de que todo está ya descubierto, desvelado, a pesar de que muchas de estas islas que aquí aparecen diseminadas por los océanos están ahora abandonadas, dado que la vida en ellas resulta imposible. El relato, viene a ser un ameno puñado de anécdotas, algunas muy interesantes como la historia de la Isla de la Decepción, cuyo nombre denota el estado de ánimo de unos navegantes, Magallanes y los suyos, que en esa isla de la Polinesia francesa no pudieron paliar ni el hambre ni la sed que acarreaban, y en su estado lo que experimentaron fue una decepción del tamaño de una isla, o bien el de la Isla Howland y la historia de Amelia Earhart, la segunda persona que cruzó volando el atlántico y que desapareció sobrevolando esta isla -mientras intentaba ser la primera en dar la vuelta al mundo en avión, siguiendo la línea del ecuador- sin poder aterrizar, al no poder divisarla desde las alturas, y ya sin combustible fue junto a Fred Noonan rumbo a la nada. Un texto que rompe con la imagen romántica de la isla paradisíaca, pues si a menudo aquello de pueblo pequeño infierno grande resulta a menudo cierto, en una isla de unos pocos kilómetros de largo y ancho, la convivencia puede devenir inhumana.