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Manual para Armar un Sueño

Había leído Vanas repeticiones del olvido, obra dramática reunida 1992-2022, editada por Pepitas de Calabaza (editorial riojana que cumple 25 años), pero no había visto ninguna obra de La Zaranda, hasta ayer, que vi en el Teatro Bretón de Logroño, Manual para Armar un Sueño con texto de Eusebio Calonge.

En el sobrio escenario (apenas unas tablas, un espejo, una silla, y unas barras de metal) tres personajes. Primero uno solo. Parece encontrarse en el infierno, que es el olvido. Es un actor venido a menos y ya periclitado por el peso ineludible de las novedades, siempre acuciantes. Oye una voz que cree ser el eco, pero no. Es otro hombre que lo anda buscando. Desconfía y no sabe si la voz proviene de detrás de un espejo. Los dos hombres están condenados al olvido, cuando ante ellos aparece otro hombre con alas rojas, nada menos que un espíritu fáustico. Charlatán, sirena con cuyo canto trata de embelesarlos en su cháchara de números y cifras, de espectadores y posibles éxitos, del todo se vende si todos se venden. Cebando la vanidad del artista como se ceba a un pavo. Y resistirse aquí es medir su dignidad, apostar más por la obra en sí misma que por toda la faramalla que la rodea y que no tiene nada que ver con la obra.

Muy divertida resulta la escena en la que con los teclados tratan de enviar unas solicitudes, convertido todo este mundo digital en nuestro báratro de cada día.

Al fin y a la postre lo que nos queda son los sueños, la esperanza, y la imaginación. Esa es la divisa que correrá de mano en mano de generación en generación, siempre con las mismas preguntas, preguntándonos si esto que creemos vida es un sueño o no (ecos calderonianos), y si así lo fuera, habría que despertar entonces para seguir viviendo, resistiendo, siendo.

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Vanas repeticiones del olvido. Obra dramática reunida (1992-2022); Eusebio Calonge

Dice Eusebio Calonge en una entrevista que la escritura nace de un grito. Lamento entonado aquí por un corifeo de personajes marginales, que lejos de musitar el estribillo alegre de la autorrealización, el éxito o los sueños cumplidos, manifiestan el ruido fiero de la podredumbre, la miseria, el fracaso, entonada por difuntos, tullidos, prostitutas, ¿locos? (Han hecho que tus razones no parezcan más que los gritos de un loco), payasos venidos a menos, presos, condenados, contrahechos.
Seres condenados a la desdicha, el hambre, la sed, el desamparo, las encrucijadas, para quienes solo existe, no el pan candeal, fragante y tierno del paraíso, sino el carbón negro del purgatorio.
Vagabundos, errantes, enterrados en vida, perdidos sin norte, con bolsillos vacíos y un porvenir careado, si no apestoso. Artistas sin público, sin carpa, sin aserrín, no vistos por nadie, pululan, menudean como sombras o fantasmas o espectros que (paradójicamente) asustan de puro carnales como son.
Muros que los albergan o encierran. Soñadores fracasados, oxímoron, si pensamos que el sueño es el terreno del éxito y la realización personal. Esperanza, no en qué, sino en quien.
La marcha fúnebre de una famélica legión de fantasmas, espectros, animas insepultas, muertos en vida, embalsamados en vida.
Humor negro: una residencia de personas mayores como un campo de concentración..

Leo, por boca de Rampló:

Todavía hay para quienes las palabras
significan algo
.

Así es, palabras, las contenidas y reunidas en estas veinte obras teatrales, muy capaces de emocionar y remover al ser leídas, en el momento, y al ser reverberadas después. Así resuenan las palabras del pedófilo, cascarón vacío despojado del monstruo; las de la joven María que va camino de la muerte, a través del purgatorio del cáncer, y los poemas como válvula de escape, una escritura contra el dolor; las de Camuñas: «habría que defenderse de quienes nos arrastraron hasta aquí, de quienes nos envenenaron la sangre»; las de Marcial: «por eso no podemos ver al enemigo, porque tiene nuestro mismo rostro: el odio nos hace iguales».

«Un cadáver al que no dejan descansar porque lo necesitan como reliquia que venerar o como restos que profanar. Podre, hedor y descomposición llenando sus discursos vacíos, un cadáver que arrastran a su horizonte»

O las palabras del Maestro:

Ya está todo pagado… He pagado tantas veces… He pagado con mi vida a cambio de vuestro olvido como de vuestro silencio. A cambio de ser pisoteado…, aplastado contra la tierra… La tierra en mi boca, en mis ojos, cubriendo mis ojos, empapando mi sangre. Tanta sangre debajo de la tierra. Sangre de todos los que no tienen nombre, un surtidor que nadie escucha. ¿Quién escucha al que grita desde la historia?

Obras de Eusebio Calonge reunidas por obra de Pepitas Calabaza, y la mayoría interpretadas por la compañía teatral La Zaranda.
Dicen que para leer una obra teatral es menester realizar una lectura escénica. No sé si he sido capaz de haberla llevado a cabo o no, pero si sé que estas obras (cuya lectura me ha tenido ocupado, entretenido y emocionado durante todas las navidades) me traen en mientes una canción de Sabina, aquella del rosario de cuentas infelices que calla más de lo que dice, pero dice la verdad.
Aquí hay mucha verdad y mucho arte. El del artista capaz de servir de transmisor entre la soledad de un ser humano y el infinito.

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