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La natura expuesta (Erri de Luca)

La última novela de Erri De Luca (Nápoles, 1950), La natura expuesta formula preguntas muy interesantes. ¿Por qué la ficción (cuando ésta recrea la realidad) nos resulta a los humanos más poderosa que la propia realidad?. Erri reflexiona sobre aquello que entendemos por caridad, fraternidad, empatía. ¿Por qué esa necesidad tan humana de reconocimiento, de figurar, de anhelar el éxito?.

A pesar de que el protagonista de la novela supera los sesenta años no deja de ser esta una novela de aprendizaje, al que se ve abocado un escultor cuando inesperadamente se ve ante la tesitura de tener que reconstruir una escultura que representa la crucifixión de Jesús. Escultura que fue modificada cuando el desnudo de Jesús fue velado, con algo que ocultaba su natura (su sexo). La idea de la diócesis es devolverla a su estado original, a su desnudez primigenia. Esto plantea también la pregunta de hasta dónde es capaz de forzar un artista su cuerpo, a fin de alcanzar la emoción que trata de representar sobre un lienzo, o en una escultura. El escultor querrá asemejarse a la naturaleza expuesta de Jesús a través de la circuncisión propia, un acercamiento parejo al que llevó a cabo el escultor original empleando su cuerpo como modelo.

La novela es también un viaje, cuando el protagonista se ve impelido a dejar su pueblo en la montaña, toda vez que sus actividades salen a la luz, merced a un escritor que revela su experiencia en un libro, tratando de agradecer un gesto que no anhelaba por parte de su artífice nada más que el silencio ajeno. Esa huida lo encamina hasta una iglesia donde asume el encargo antes descrito, y da pie para conocer a otros extranjeros que encuentran en Europa su lugar de residencia, pero no tanto amparo, pues como le echa en cara uno de sus compañeros de mesa en un bar, a los extranjeros ni los miran, ni les preguntan, una indiferencia voluntaria, que los hace invisibles, a su pesar.

Otro elemento de la novela es la montaña, orografía que De Luca conoce bien. El escultor experimenta en la montaña, acompañado de la mujer, un episodio muy vívido que confiere a la narración cierto aire de misterio y aventura.

Alimenta toda la narración también el espíritu religioso, mundano y próximo, cuando el escultor al tacto de la escultura logra sentir el dolor ajeno, donde la crucifixión de Jesús es uno de sus máximos exponentes, y en la resolución a los problemas que su cometido le surgen obtiene la ayuda de un rabino y de un árabe, los cuales desde sus respectivas religiones logran auxiliarlo, ayudarlo a comprender la fe, aunque el papel determinante lo tiene el otro, no alguien demoniaco como El Horla, sino ese hermano que se fue (me recuerda a El ojo castaño de nuestro amor), que anida dentro del escultor, como una conciencia y que a veces le corrige o habla por él, y que aquí lo pone en el camino correcto, ayudándolo a concluir con su cometido, tarea de la que no espera ninguna mención, ningún reconocimiento, porque el éxito consiste en culminarlo (aunque sea tremolando), para marchar, muy probablemente, con la música a otra parte.

Seix Barral. 2018. 192 páginas. Traducción de Carlos Gumpert.

Erri De Luca en Devaneos:

La parola contraria
Historia de Irene

Retratos (con flash) de Jaime Gil de Biedma

Retratos (con flash) de Jaime Gil de Bidema (Luis Antonio de Villena)

Luis Antonio de Villena (Madrid 1951) nos ofrece en Retratos (con flash) de Jaime Gil de Biedma, publicada en 2006, un viaje al fondo de la noche de la mano de Jaime Gil de Biedma (1929-1990), a quien Luis conoció en aquellas noches de farra y copas de los años 80 pobladas de noctívagos que apuraban los jóvenes cuerpos masculinos ajenos con fruición, como si les fuera la vida en ello o deseasen llevarse la vida por delante como dijera en uno de sus poemas. Vemos cómo Biedma parcela su existencia y sus amores, distinguiendo entre el alto amor que profesa a sus novios y la promiscuidad, para cualquier noche, la vida civil y la vida chaperil, con su inagotable afán de saquear las noches; de la misma manera que diferencia su trabajo como ejecutivo en una empresa, con su deriva nocturna donde desata su lado más alocado y salvaje.

En aquel Nueva York libérrimo, anterior al sida (y donde hoy sabemos que éste se incubó, suponen que traído de África), Jaime debió disfrutar mucho. José Olivio -que le acompañó algunas noches- me dijo que una de ellas le dejó por allí, en un lugar sexual y oscuro, andando a cuatro patas, y que Jaime se despidió de él, tranquilamente, desde su posición sin importancia de buscador de goces. (Ahí los coitos podían ser cinco o más en diez minutos.) El mundo gay es -y ha sido- muy diferente del heterosexual. Menos hipócrita, desde dentro. Y me atrevería a decir que, en no pocos aspectos, más claro, lo que también podría valer por más limpio.

No hay mucho material literario -salvo la presentación a Jaime Gil de Biedma llevada a cabo por Luis en 1976, a sus 25 primaveras, que cierra el libro, con su versión incluida en facsimil, donde Luis pone de relieve la poesía de Biedma, cuya toma de contacto supondrá una feliz singularidad, que tendrá como base la ironía, el gusto y la confesión- en la semblanza que Luis hace de Biedma, pues cuando este lo conoce y comienza a tratarlo más a fondo Biedma está ya en trance de no escribir más poesías, anhelando ser más poema que poeta, considerado como uno de los mejores poetas de la Generación de los 50 y lo que leemos tiene más que ver con su faceta humana, sus cacerías y correrías nocturnas, referida esta intimidad por Luis con mucho gusto y discreción, como la que deseaba Biedma respeto a su homosexualidad (al contrario por ejemplo de Juan Gil-Albert, que quería su homosexualidad pública y visible, pero sin ostentaciones de ningún género, tanto como hacia su enfermedad, pues hasta su muerte no se hizo público que su muerte la causó el sida.

Se pregunta Luis si se puede considerar como un amigo de Biedma a lo que Ana María Fox en el prólogo responde que sí.

Seix Barral en esta colección de Únicos pone a nuestra disposición libros muy interesantes como este de Luis u otros que recuerde como Papeles falsos de Luiselli o Perder teorías de Vila-Matas. Ahora mismo creo que este libro está descatalogado. Menos mal que las bibliotecas públicas puede salir en nuestro auxilio, como es el caso, y permitirme llevar a cabo una lectura muy deseada. Ya de paso, os animo a leer los ensayos de Jaime Gil de Biedma El pie de la letra.

Lecturas periféricas | Gil de Biedma i Andreu Jaume por Jordi Llovet

elviajeromaslento

El viajero más lento. El arte de no terminar nada (Enrique Vila-Matas)

Ando leyendo Guerra y Paz y al tener que acudir esta tarde a un rocódromo durante una hora larga, llevar a Tolstói bajo el brazo no me apetecía, así que me cogí El viajero más lento de Vila-Matas que iba leyendo a pequeños sorbos desde que lo compré el otro día en una feria del libro de ocasión. Tolstói es Dios, la literatura hecha oblea con la que comulgar, esto lo sabemos todos, pero leídas cien páginas andaba un poco saturado de tanto príncipe, princesa, conde, reuniones de salón y cadenas de favores y Vila-Matas, como siempre, es un soplo -o una ventolera- de aire fresco.

Así, mientras leía en un hangar sobre un mesa de madera, la gente iba y venía a las taquillas, sitas a mi espalda, sonaba la música con canciones de Manu Chao a todo trapo, los niños mostraban su capacidad pulmonar explicitando su enfado y sus buenas dotes para hacer la croqueta espasmódica, sin haber tenido maestro alguno, yo, ajeno a todo e impasible a lo Eastwood, iba avanzando, embebido, apresurándome despacio en la lectura de los distintos ensayos, gozando, soprendiéndome con la entrevista a Dalí (y las diferencias que éste marca, por ejemplo, entre el cine de Antonioni y Fellini), riéndome mucho con la falsa entrevista a Marlon Brando, porque comparto lo que se dice en el ensayo de Echenoz, de que un libro es objeto de placer, y en este caso, leer estos ensayos de Vila-Matas consiste para mí en no retenerlo todo, en quedarme con lo justo (de esta manera el libro deviene inagotable, porque a medida que vas leyendo muchos de los libros que se citan, cada lectura de los ensayos es diferente), a saber, con los libros aquí citados que quiero leer como Viaje al fondo de la noche, La vida instrucciones de uso, los Aforismos de Lichtenberg, los Diarios de Gombrowizc, El sueño de los héroes, Petersburgo, Una guerra perdida, Dos pájaros a nado, El tercer policía, Pálido fuego, La ocupación del suelo, Movimiento perpetuo, Cosmos, Lago, Los sinsabores del verdadero policía…, y en disfrutar de lo manifestado de otros libros que sí he leído como 53 días, Los detectives salvajes, Un hombre que duerme, Maupassant y yo, Bartleby el escribiente, o La saga/fuga de J. B..
Me sorprende la admiración que Vila-Matas siente hacia la novela de Torrente, la cual leí no hace mucho y disfruté lo que sí estaba escrito, a la que llegué a través de una reseña de Avilés a la novela del gallego. Me sorprende también ver ahí Mondoñedo y como no podía ser menos a Cunqueiro (del que disfruté mucho su ingeniosa El año del cometa), pues tengo la sensación de encontrarme como en casa.

Buena parte de lo enunciado en estos ensayos se ha ido desplegando luego en las novelas, artículos y ensayos que Vila-Matas ha ido escribiendo desde 1992. Al leer por ejemplo su libro más reciente, Impón tu suerte, ahí está de nuevo Perec, Bolaño, el arte inconcluso, la idea de fracasar, la tentación o el deseo de no hacerlo.

Cuando leo un libro a veces me pregunto cómo he llegado hasta él, y sé que muchas veces es porque en su día leí algo de Vila-Matas que se quedó por ahí rondando en mi cabeza, como si Vila-Matas fuera una gallina ponedora, en plan Hormiga Reina, capaz de poner millones de huevos al día en nuestros cerebros (esto se da un aire al alaizquierdacartaresquiana), que luego eclosionan y nos abocan a ciertas lecturas, sin que, pensamos, vengan a cuento (o a novela o a ensayo).

Vila-Matas podrá gustar o no como novelista, pero como divulgador de la literatura y de los escritores que la posibilitan (y a él le gustan) no tiene rival. Y que quieren que les diga, Guerra y Paz será la octava maravilla, pero leo el final de ensayos como El otro Frankfurt, y veo al hombre-libro de Argel levantarse de la silla, encender un cigarrillo y perderse por entre las sombras del atardecer de Bankfurt y me veo más ahí, que en los enrarecidos salones petersburgueses.

Eduardo Mendoza

Una comedia ligera (Eduardo Mendoza)

Es sumamente interesante lo que dice Constantino Bértolo sobre Una comedia ligera, en este artículo que finaliza así:

La novela de Mendoza es, a otra escala, un calco de esa misma obra: trama policíaca, enredos de vodevil, encuentros inesperados, gracias manidas, personajes arquetípicos. Un excelente ejemplo de autoironía literaria.
En mi opinión el interés de esta novela reside en que al mismo tiempo que encarna —en otro registro— una reproducción crítica del vodevil que escribe Prullás, ofrece, a su vez, una caricatura certera de eso que se viene llamando «nueva narrativa española» y que, como se ha comentado, representa el núcleo hegemónico de la novela española de las dos últimas décadas. De ahí que me parezca oportuno indicar algunos de los rasgos presentes en la novela de Mendoza: estructura policíaca, predominio del suspense, entramado virtuoso, ironía cómplice, conflicto en clave de misterio, argumento blando, personajes arquetípicos, mirada costumbrista, utilización de los clichés del cine, mezcla de géneros… y de este modo concluir que Una comedia ligera deviene juicio y maliciosa metáfora, personal sin duda pero con voluntad de objetiva, de ese paisaje narrativo del que nos hemos venido ocupando.

Mendoza logra durante casi 400 páginas mantener muy alto el tono de la narración y consigue contagiarme una especie de vitalismo e ilusión que se manifiestan y acrecientan a medida que voy consumando la lectura. Plantea el autor distintas situaciones y localizaciones, ya sea la Barcelona nocturna, plagada de diletantes y noctívagos ociosos en bares ya desaparecidos (como El Oro del Rhin al que hace mención Vila-Matas en El viajero más lento) y la Barcelona matinal, en la que la ciudad se despereza, con todos aquellos encargados de ponerla en marcha, tal que cuando unos se acuestan después de las farras y francachelas nocturnas a otros les toca ir a las fábricas, a las tahonas, a ganarse el jornal. Escenas que transcurren también en un pueblo de la costa en Masnou (a 17 kilómetros de Barcelona), donde la vida ambarina se arrastra demorándose, entre rayos de sol y pasatiempos varios, solazados por el clima benigno, el arrullo del mar, la exoneración de cualquier quehacer.

Con el rabillo del ojo Prullás distinguió a su hijos encaramados a un muerte de la acera opuesta, desde podían contemplar sin trabas el espectáculo. Esta visión lo sacó de su apatía. Dentro de muchos años, pensó, cuando la mayoría de nosotros ya hayamos muerto, guardarán todavía el recuerdo de estos años felices; tal vez esta remota posibilidad sea la única exculpación de la futilidad de nuestras vidas.

Mendoza demuestra su talento para los diálogos, chispeantes muchos de ellos (que me recuerdan a otro novelón, El gran momento de Mary Tribune de Hortelano), donde aflora el humor, la ironía, registrando con maestría las voces de la calle, la de los bajos fondos, pues la narración se debate y alimenta del contraste entre clases sociales, entre la burguesía en la que se mueve Prullás y los suyos y la precariedad y antesala de la miseria en la que vive la joven actriz de la que se enamora. No faltan los enredos sexuales y folletinescos, hay una obra teatral (estamos en los años cuarenta del siglo pasado, y muchos temen que el incipiente cine finiquite al teatro) pendiente de estreno, la realidad que se filtra a través de crónicas periodisticas (como el juicio a la familia Krupp por su colaboración y financiación de los nazis, que abordaba recientemente Vuillard en su novela El orden del día) un crimen, mucho suspense, la vida imitando al arte y viceversa, un lenguaje que se adapta como una media de seda a cada personaje, y un sentimiento (que a menudo surge al superar los cuarenta) de fin de ciclo, de que ya no queda más futuro que la nostalgia.

Publicada hace poco más de 20 años, en 1996, Una comedia ligera, como cualquier otra novela es siempre una botella lanzada al mar por el escritor, con un mensaje dentro, que a veces y sin saber bien cómo, acaba llegando a nuestras manos, a ese futuro lector del que habla Bértolo al comienzo de su artículo. Si sufren bloqueo lector, les animo a consultar alguna app en sus móviles que les entere de la biblioteca pública más próxima en la que poder tomarlo en préstamo y si esto no es posible, siempre queda la opción de rascarse (aquí sería una caricia placentera) el bolsillo y desembolsar algo más de nueve euros. Cada vez que leo a Mendoza (salvo cuando leí El año del diluvio) siempre me pregunto por qué no leo más a Mendoza.