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Momentos humanos de la tercera guerra mundial

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Hablaba el otro día del libro de Landolfi, Cancroregina, donde dos zumbados, a bordo de una máquina, la Cancroregina del título, se lanzaban a una odisea espacial, donde uno de ellos moría y el otro quedaba flotando en ese líquido amniótico sideral, un poco a la deriva, física y mental.
El relato de DeLillo, Momentos humanos de la tercera guerra mundial -de su libro de relatos El ángel esmeralda– aborda un tema parecido. Dos hombres está en una nave, mientras en la tierra ha estallado una guerra, y uno de ellos, el tripulante más joven, parece empezar también una especie de desconexión, una desnaturalización, que en lugar de llevarlo al nihilismo y la destrucción, se acerca más a la del demiurgo que mirando a su retoño, en este caso la tierra, se siente satisfecho, en paz consigo mismo, a pesar de que su existencia tenga una naturaleza límbica y su mundo -todo aquello que su mirada subsume y le solaza- sea cuanto ve a través de la ventanilla de su nave. Demiurgo panóptico enclaustrado orbitando hacia la Nada. DeLillo emplea una jerga sideral que al leerla crea una sensación extraña, como de elevación, como si al leer, flotaras.

El hombre del salto (Don DeLillo 2007)

El hombre del salto Don Delillo portada libro

Esta novela la escribió DeLillo en 2007, seis años después de la caída de las Torres Gemelas. Tiempo tuvo el autor para procesar tal brutal acto, que marcaría un antes y un después, de forma notoria, y cuyos efectos vivimos el resto de los habitantes de este planeta hasta el momento presente.

La novela arranca con fuerza, a lo grande, de manera espectacular, con un avión chocando contra una de las Torres y siguiendo entonces la travesía de Keith para dejar el edificio, ileso, entre humo y cenizas. Esas cuatro primeras páginas son muy buenas.

Sabremos luego que Keith estaba casado con Lianne, que lo habían dejado, pero tras dejar la Torre, o lo que queda de ella, no volverá él a su morada solitaria, sino que se encaminará a la casa de su ex, quien conmocionada ante la magnitud de la tragedia, no tendrá otra opción que dejarlo pasar, consolarlo, abrazarlo, restituirle su espacio en el catre.

¿Una tragedia presente es capaz de enmendar un pasado truncado?. Sigue leyendo