En la sustanciosa novela El color y la herida, Rebeca García Nieto plantea cuestiones importantes que tienen que ver con la culpa, la vergüenza, el castigo o la violencia; ya sea como pueblo o como individuos particulares. Para ello erige un personaje de calado: Rüdiger Keller, un pintor alemán que en el ocaso de su existencia decide plasmar en un cuadro algo que lo lleva atormentando toda su vida y que tiene mucho que ver con su hermana Erika, epítome de la suma de desgracias del siglo XX. Una hermana con la que volverá a reencontrarse y cuyo pasado será ese hilo que le permitirá traer al presente el pasado, para convertirlo aunque duela, en objeto de estudio, en un lienzo.
Como se dice en el texto, en ruso pintar y escribir emplean el mismo término. Rebeca hace que los pensamientos de Keller estén filtrados también por ese vasto mundo pictórico que Keller tan bien conoce y que se irá desplegando en un sinfín de cuadros y autores enunciados, como andamiaje para sus ideas. Y no solo comparecen pintores, también escritores, porque Keller mantendrá una sostenida correspondencia con uno de sus profesores: Bayer. Epístolas que les permitirá explayarse sobre un autor en concreto: Nabokov. Y algo aquí clave: la facultad para el olvido, de la que se lamenta Bayer y que actúa como acicate para Keller; para querer saber y conocer, para activar la memoria y dejar constancia. De esta manera Keller elaborará, ya en sus postrimerías, una suerte de relato autobiográfico acerca de un episodio clave en su vida.
La novela es también un recorrido por el Berlín partido en dos bloques al acabar la segunda guerra mundial. Erika se quedó en la parte comunista y Keller marchó a la Occidental. Una herida que no parece que la reunificación haya sido capaz de suturar.
El asunto de la culpa tiene que ver aquí con la manera en la que el pueblo alemán asumió su pasado, su papel mientras millones de judíos eran asesinados. La respuesta oficial era que ellos nunca supieron nada de lo que sucedía. Fueron muchos los que luego acabada la guerra se suicidaron, no tanto por vergüenza, sino al verse derrotados, incapaz el III Reich de avanzar en su proyecto. Asimismo muchas mujeres alemanas sufrieron, acabada la guerra, en sus cuerpos (muchas de ellas apenas unas niñas), las vejaciones a las que fueron sometidas durante años por parte de los soldados rusos. ¿Era esta la manera en la que estas mujeres debían reparar el daño causado, por omisión, al pueblo judío?
Otra cuestión planteada es el papel que debe jugar el arte. Un arte que ha de comprometer, buscar los puntos ciegos, y no sé si herir la sensibilidad del espectador, del lector, o cuando menos removerlo. Así tratará Keller de poner fin a su existencia, con un cuadro que funciona en la novela como un lienzo en blanco, pues nos lo hemos de imaginar, dotar de cuerpo lo que solo son palabras.
Y dado que la novela se sitúa en el presente, la mirada se centra también sobre la vida de los inmigrantes, aquí ubicados en Berlín, en un barrio multiétnico, como en el que se instalará Keller: Neukölln; acerca de sus difíciles condiciones de vida y su lucha por la supervivencia. En el caso de Keller, injertado en el barrio, abrirá los ojos a una realidad para él desconocida. A fin de cuentas la vida de su hermana Erika no dista mucho de las Waha o Fátima que ve a diario en el barrio. Personas huyendo de guerras, de genocidios, de bombardeos, buscando, sencillamente, un lugar donde poder ejercer su derecho a tener una vida digna.
El color y la herida
Rebeca García Nieto
De Conatus
2025
312 páginas