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mi pequeña guerra (Louis Paul Boon)

Mi pequeña guerra (Louis Paul Boon)

¿QUÉ SENTIDO TIENE TODO?. Así finaliza Mi pequeña guerra, libro de Louis Paul Boon, publicado por De Conatus, en su colección Memoria de la humanidad, que recoge 33 crónicas escritas para el Zondagspot y publicadas como libro en 1947 y reeditadas en 1960, con la última versión del autor. La que publica De Conatus es la de 1947, más genuina, más impulsiva.

Boon quería dar patadas a la gente hasta que tuviera conciencia. Para ello emplea la literatura, aunque él no quiere hacer literatura, pero la hace. Es más que una cámara fotográfica registrando los años convulsos de los años cuarenta durante la segunda guerra mundial. Boon no quiere hacer literatura, le duele ser poeta, pero hace literatura y es poeta, y revienta si no escribe, y trata de aproximarse en estas crónicas a la locura colectiva que es la guerra, él, que nació en 1912, antes de la primera guerra mundial y que vive y sufre y experimenta la segunda, en Alost, pueblo situado a pocos kilómetros de Bruselas, en manos de los alemanes que los ocupan, cayendo prisionero en la defensa del Canal Alberto, yendo a parar al campo de concentración de Fallingbostel, para meses después volver a su pueblo en el marco de la Flamenpolitik.

Boon emplea el lenguaje como arma, insolencia plasmada en una sintaxis que reduce todo a minúsculas, como la guerra hace todo añicos, empleando a ratos un lenguaje malsonante, bajo el que fluye el humor, la vida, la humanidad analizada desde múltiples puntos de vista, porque aquí no hay grandes acontecimientos bélicos, ni héroes de guerra, sino el día a día cotidiano de la gente belga que sufre la ocupación alemana, que sobrevive como puede, como hijos de la guerra que avivan el seso y despiertan viendo cómo se les pasa la vida y como les viene la muerte tan atronando, inmersos en bombardeos continuos, apiñados en los improvisados refugios, respirando un aliento común, dejando la moral en suspenso, pues en su afán por sobrevivir con el hambre haciéndolos trizas, el sexo se convierte en una divisa, sin importar la edad, sin importar quien es el otro, si bueno o malo, si alemán o canadiense, acuciados por una deriva presentista dado que el futuro se confunde y enturbia al levantar la mirada con la niebla y el frío. Presentes las envidias, las traiciones, las delaciones, los cambios de bando en función de quién gobierne, los ajusticiamientos, el sálvese quien pueda, los rencores, las rencillas, todo eso es la masa que fermenta en el (escaso) pan suyo de cada día.

Las crónicas siguen un orden cronológico: invasión, derrota, cautiverio, supervivencia, desembarco de los aliados, retirada de los alemanes, los primeros meses de las posguerra, crónicas que concluyen con párrafos en cursiva, que apostillan y dialogan con el texto anterior.

Todo esto vivió y sufrió Boon y así quedó dicho, de manera primorosa, con una -válgame el oxímoron- visceralidad atenuada, en mi pequeña guerra, la suya, la nuestra, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.