Archivo de la categoría: Crítica

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El asedio (Arturo Pérez-Reverte, 2010)

Nos encontramos en el año 1811, en la ciudad de Cádiz, sitiada por los franceses. Un asedio que duraría 30 meses y 20 días, Ciudad donde se reunirán las Cortes a fin de aprobar la Constitución, una ciudad donde un asesino anda suelto, despachando con ensañamiento a jóvenes mujeres.

Arturo Pérez-Reverte (APR), no sustenta la historia en uno o dos personajes, sino que la historia es coral, con media docena de historias que se presentan de forma simultánea. No son los personajes actores independientes dado que con mayor o menor relación todas sus existencias acabarán entrecuzándose en un determinado momento.

Tras la pista del asesino anda Rogelio Tizón, Comisario de Barrios, Vagos y Transeuntes, ayudado en sus pesquisas por el Profesor Barrull compañero de tablero de ajedrez, quien le dará cuerda para llevar a cabo una investigación muy poco ortodoxa. Al lado de Tizón su ayudante Cadalso que no da una a derechas.

A ese componente de intriga y persecución del asesino se suma la historia de amor, entre Lolita Palma, de tradición marinera quien sigue confiando su fortuna en el comercio, y el marinero Pepe Lobo, quien tendrá sus más y sus menos con el Capitán de Ingenieros Lorenzo Virués, acompañado este del salinero Felipe Mojarra, que le ayudará en su tarea de fijar las posiciones francesas en el mapa.

En la ciudad de Cádiz hay espías que trabajan para los franceses como el taxidermista Gregorio Fumagal encargado de hacer llegar las noticias a los franceses merced a sus palomas mensajeras, una información precisa y detallada del impacto que las bombas hacen sobre la ciudad, información que le permitirá al Capitán artillero Desfosseux, que desdeña toda clase de ascenso, ir afinando su puntería en pos de su objetivo que no es otro que alcanzar la ciudad desde la Cabezuela, pudiendo si es posible hacer llegar un buen pepinazo al edificio donde se reúnen las Cortes. Lo que mantiene en vilo nuestro interés por la historia es saber quien está detrás de las muertes, para lo cual APR pergeña una suerte de teoría que mezcla la ciencia con lo fantástico, la lecturas obsesivas de un libro, una determinación tal que consumirá a Tizón, pero además de esta historia mayor hay otras aventuras, de menor calado que hacen entretenido el libro como las andanzas de Mojarra y los suyos en pos de hacerse con una embarcación francesa, las batallas marítimas del corsario Pepe Lobo a bordo de su Culebra, las excursiones de Mojarra junto a Virués y el empeño de Desfosseux por seguir haciendo mayor la distancia, medidas en toesas, de sus impactos.

Sabemos que a APR le gusta el mar y todo lo que tenga que ven con él, como acreditó en Cabo Trafalgar o La Carta esférica y buena parte del libro se dedica a esta cuestión en detrimento de otras. Es ahí donde APR se siente cómodo y despega todo su fuego de metralla, en unas páginas donde uno se ve en el mismísimo mar encima de la Culebra, sintiendo el olor a pólvora, deslumbrado por los fogonazos. Para ello APR emplea un lenguaje naútico que a quien suscribe le ha hecho tirar de diccionario una y otra vez, al hallarme ante párrafos como estos,
«sonido de viento en la jarcia y crujir de mástiles y obenques..cuando esta machetea la mareta».»su foque flamea un momento sobre el largo bauprés…» «la entena larga de la vela mayor..bajo el botalón de popa»» sin otra maniobra útil que la trinqueta…cubierta llena de cabuyería enredada….intentan ayustar brazas…ayudando a tirar de los palanquines que trincan las cureñas..tirado contra el trancanil de babor, y un largo etcétera.

Del mismo modo APR, habiendo reconocido que este no es un libro de historia, pudiendo tomarse por tanto alguna licencia en cuenta a fechas, nombres y sucesos sí que el autor se faja en presentarnos ese año de 1811 y 1812 con todo lujo de detalles, plasmando las costumbres, la mentalidad de la época tanto de la clase pudiente como de la misérrima, explayándose con las vestimentas tanto femeninas como masculinas, radiografiando la clase comerciante gaditana de comienzos del siglo XIX, llevándonos de paseo por Cádiz recorriendo sus calles, de casas encaladas, engalandas de geranios, lamidas por vientos y aromas gastrónomicos que uno percibe como si estuviera allí mismo (sin necesidad de recurrir a google earth).

Nada menos que 725 páginas tiene el Asedio. Páginas que he devorado con avidez, con entusiasmo y deleite, con unos personajes y diálogos que no dejan margen para el aburrimiento, gracias a las continuas aventuras que les suceden, ya sean lances de amor o navales.Unos personajes bien definidos, de una pieza, de los que perduran (no puedo desprenderme de la imagen mental del colmillo de oro brillando en la noche de Tizón), donde APR no desaprovecha la ocasión para homenajear a los marinos, a los militares de menor grado, al aguerrido policía, a quienes aspiran a salir de su pobreza jugándose la vida como Mojarra.

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Fin (David Monteagudo)

Fin supone el debút del escritor David Monteagudo (Viveiro, Lugo, 1962, quien dicho sea de paso curra en una fábrica), publicado en 2009 por la editorial catalana Acantilado. Llegué a él porque aparecía en uno de esos listados con los mejores libros del año 2009, en el suplemento cultural Babelia.

Una manera de medir el interés que la lectura de un libro nos suscita es el tiempo que tardamos en leerlo. A Fin he de darle una buena puntuación dado que sus 350 páginas las he devorado en 24 horas. Es esa clase de libro que te anima a seguir leyendo, que aprovechas el mínimo momento para abalanzarte sobre él e hincarle el diente, lo cual únicamente viene a decirnos que el libro engancha, como lo hacen los de Dan Brown, APR, Matilde Asensi, Noah Gordon, etc, pero nada apunta sobre la calidad literaria del mismo, ni si dentro de 10 años alguien se acordará de él, o será, como me temo, flor de un día).

En un comienzo parece que nos encontramos ante la versión escrita de la película Los amigos de Peter o Remake (de Roger Gual), donde los miembros de un grupo que en su día eran amigos, deciden reunirse 25 años después en un refugio en la montaña, para pasar juntos un fin de semana, un día y en un lugar concreto. Una propuesta por otra parte que tendría muy poco de original.

Sabemos que los malos rollos de entonces, las rencillas, aflorarán de nuevo, porque a pesar de acumular todos los presentes una mayor experiencia (hablamos de adultos que frisan la cincuentena), los roles de la adolescencia vuelven a repartirse sin alteración, las heridas no se han cerrado, el dolor sigue latente bullendo en los corazones, junto al rencor, el odio, los deseos de venganza y de redención. Costará muy poco entonces airear los trapos sucios, enzarzarse en discusiones de todo tipo, ya sean políticas o tocantes a la identidad sexual de los presentes, cobrarse sus pequeñas venganzas, en un ejercicio nulo de autocrítica.

Si esto fuera todo lo que el libro nos ofrece nos encontraríamos ante otro libro más corriente y moliente. Pero el caso es que hay más cosas, porque de los que formaban el grupo, uno no se ha presentado, el denominado entonces El Profeta, y cuando comiencen a suceder cosas raras todos creerán que éste anda detrás de todo, convirtiéndose en una amenaza, de la que hay que esclarecer si es real o imaginaria.

A fin de no desvelar más aspectos del libro no entraré más en el contenido del mismo, únicamente apuntar que ya por la mitad del libro a uno le parece estar viendo a los personajes de La Carretera. Los diálogos que mantienen los personajes se alimentan de lo coyuntural (algo sorprendente dado que ahora mismo según confiesa el autor del libro sólamente lee a los clásicos) y es curioso que aparezca mencionado Aznar (con aquella frase suya celebré «y quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí»), rememorar los paseos en bicicleta de Piraña y los suyos de la mítica serie Verano Azul, o frases que forman ya parte del pueblo como la de Cruz y Raya «Si hay que ir se va«. No faltan tampoco charlas que versan sobre el odio radical a los extranjeros, musulmanes o no, sobre la identidad sexual de los personajes, acerca de como el paso del tiempo destroza los matrimonios y deja el paisaje lleno de parejas separadas y custodias compartidas y otros temas que son el pan nuestro de cada día (para el circo ya tenemos el fútbol).

En un momento dado alguien dice que en las películas de miedo cuando no saben cómo acabarlas resulta que todo ha sido un sueño y santas Pascuas. Fin corre el mismo riesgo. Al final creo que lo que David ofrece no es otra cosa que un relato donde el espectador al igual que el burro tras la zanahoria devora páginas para salir de dudas, con un Profeta (y en especial la historia que pudo haber generado su ira divina) convertido en un solvente Mcguffin, y que a mí al menos el final me ha dejado muy frío, si bien está claro que no podía ser de otra manera, habida cuenta del tinte apocalíptico en el que deriva.

Dejo un enlace que habla del libro que me ha parecido bien interesante.

Los confines (Andrés Trapiello, 2009)

Dicen que Chéjov daba a los jóvenes escritores este consejo: “No permitas que hable de lo que no conozco”. Parece que a algún crítico esta máxima le parece correcta. Si solo habláramos de lo que conocemos todo sería mucho más limitado y por supuesto aburrido, dado que es precisamente cuando uno imagina, y la inventiva se pone en marcha cuando somos capaces de crear situaciones e imaginar historias que nada tienen que ver con nuestra vida o pasado. Al igual que el que recorre el mundo, y los lectores con él, sin salir de las cuatro paredes de su cuarto y su único medio de transporte es el bolígrafo sobre un mar de papel en blanco. Así Trapiello escribe Los Confines poniendo como protagonistas a Max y a Claudia, dos hermanos que un buen día en la cama de un hotel en la ciudad de Constanza descubren que se aman, y que su vida tiene sentido solo si están juntos. Esto supone un problema porque este reconocimiento expreso de sus sentimientos llega a una altura de sus vidas, donde cada uno está ya casado y él tiene hijos, así que su afirmación amorosa, les creará no pocos problemas. El incesto así planteado tiene poco de morboso, precisamente porque el autor rehuye los pormenores sexuales y trata de darle a su amor una sustancia especial, una luz propia, una consistencia inenarrable y en nada comparado a otros amores, un amor generador de energía, centro de sus universos. Si el lector conecta con la intensidad de ese amor (lo de incestuoso viene a ser lo menos), la historia te puede envolver, sino te puede dejar bastante frío, sin que esto sea óbice para apreciar las virtudes de un libro bien escrito, ameno, dotado de una prosa rica, donde Trapiello escenifica bien unos personajes de clase bien, sean abogados, pediatras, o ingenieros, a quienes su bienestar social y posición acomodada no libra de sufrir el escarnio derivado de su conducta, no bien vista por apenas nadie de quienes les rodean. Salirse por la tangente y comenzar un nuevo mundo, parejo a un descubrimiento, quizá sea la única salida de sobrevivir, en los confines en ese límite que divide los territorios, esa línea de no retorno donde por unos instantes al menos pueden decir que rozaron la felicidad.

Los bosques de Upsala (Álvaro Colomer 2009)

Los bosques de Upsala portada libro Álvaro Colomer

Julio llega a su apartamento con forma de cruz después del curro y no halla a su mujer. Busca y rebusca, y al final tras desesperarse y tras toda suerte de devaneos mentales da con ella. Ha intentado suicidarse. Ahora le tocará lidiar con la situación, porque quien se suicida lo puede volver a intentar y cualquier protección es poca. Así que Julio debe comportarse como un hombre, lo que sea que esto signifique y afrontar todos sus miedos, muchos pergeñados en su más «tierna infancia«, que de tierna tuvo poco, al ver como una vecina le sonreía en su precipitación mientras decidía emular a Superman y abrazarse primero a las nubes y después a un buzón de correos en el que depositó su cuerpo sin franqueo.

El suicidio dice el autor, Álvaro Colomer que se cobra unas cuantas miles de vidas al año en España, y que a pesar de ello, es un tema que se solaya tanto en los medios de comunicación como en las familias que han tenido la desgracia de contar con un suicida en su unidad familiar. Así que Álvaro se enfrenta a la muerte con personajes llenos de vida y de gracejo, que se mofan de sí mismos, en especial Julio, asumiendo sus taras frente al espejo, que guardan los sueños rotos bajo el felpudo, viendo como alguno se cumple, mientras el dolor inunda habitaciones y anega los corazones hastiados de vivir, que boquean pidiendo el final.

Todo esto y todo lo demás nos cuenta Colomer en su libro, una novela de doscientas páginas que he leído del tirón, llevándome el libro por todas las partes de la casa, sin pormenorizar en detalles escatológicos, porque caí preso en ese mundo de celulosa en esas jaulas alineadas de tinta negra, que me hizo sentir un montón de cosas, algo que no sucede frecuentemente con la lectura, habida cuenta de que como los kiwis del supermercado, a pesar de sus diferentes precios todos las lecturas me saben casi igual.

Me descubro ante Álvaro Colomer, de quien leí su libro tras verlo en la lista de los mejores libros de 2009 según Babelia.