Archivo de la categoría: Candaya

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El orden del Aleph (Gustavo Faverón Patriau)

Gustavo Faverón Patriu
El orden del Aleph
Candaya
2021
351 páginas

Sin haber abundado mucho como lector en la obra de Borges me veo leyendo El orden del Aleph, de Gustavo Faverón Patriau (autor de la soberbia Vivir abajo). El relato del Aleph apenas suma quince páginas, alrededor de 4736 palabras. La exégesis de Faverón son más de trescientas. A pesar de su mínima extensión el Aleph esconde un universo.

Si hay autores a los que se puede leer virgen, sin lecturas previas, otros como Borges, nos exigen haber leído muchísimo y bien antes. Así uno podrá sacar el mayor aprovechamiento a todas las referencias y lecturas previas que maneja el autor en su escritura, resultado del sincretismo, la síntesis, la destilación. Un incesante juego de espejos y replicas, de mensajes cifrados a la espera de ser descodificados.

Desmenuzar el Aleph veo que exige una labor arqueológica. Un texto que pueda adoptar la forma de un puzzle, de un palimpsesto, de un cuadro en el que el autor va dando sucesivas capas.

El ensayo de Faverón tiene esta encomienda: ver qué es el Aleph, ofrecer una interpretación (esperanzadora) a su final, reflexionar antes acerca de lo abyecto, lo inmirable (en el relato los personajes Beatriz y Carlos Argentino, pasan de ser hermanos a primos, evitando así caer en lo abyecto: el incesto); el contexto: 1945. Al holocausto judío se suma el arrojamiento de las dos bombas atómicas en Nagasaki e Hiroshima. Momento de la historia en la que parece que esta llega a su final para sucederle el Apocalipsis.

Leí en su día el Aleph con escaso aprovechamiento. Lo he leído ahora un par de veces, una antes (así lo recomienda Gustavo) de empezar el ensayo y otra después (motu propio). Nada que ver. Prueben a hacerlo. La segunda lectura ha sido plena, multidimensional, muy enriquecedora, y esto es así porque en este ensayo Faverón nos lleva de la mano por un viaje que resulta fascinante y emocionante. Y no resulta fácil tratándose de un ensayo. Quizás porque en las alforjas llevamos mapas, cuadros, comics, libros (La Biblia, Anatomía de la melancolía, La Divina Comedia, Las mil y una noches (libro que juega un papel crucial en el Aleph, tanto como Richard Burton, autor de Anatomía de la melancolía, que permite a Faveron exponer el antisemitismo de Burton), un aliento aventurero con el que viajamos por todo el orbe, condensando tiempo y espacio.

Escritura que busca sentido al Aleph, en una brillante lección de anatomía (el relato es el cuerpo a diseccionar, pero aquí y es lo valioso del ensayo no se incide en lo evidente si no que se busca lo que no se ve, lo en apariencia inencontrable) para que asumamos el relato borgeano en todo su esplendor, tal que toda esa potencialidad que el texto inagotable contiene (rayana en lo infinito) rinda al máximo al ser leído.

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Mira que eres (Luis Rodríguez)

Cada libro de Luis Rodríguez es un acontecimiento. Al menos para mí. He leído todo lo que ha publicado. Mira que eres, su última novela publicada en Candaya, como las anteriores es un libro extraño y por ende (no siempre se cumple) fascinante.

Si La soledad del cometa o novienvre eran novelas al uso, que de usuales no tenían nada, en 8.38 la narración convergía con el ensayo. En esta tierra de nadie y por tanto de todos es en la que Luis libra ahora su particular batalla. La clave consiste en captar la atención del lector primero y mantenerla después. Cumple ambos propósitos, porque leer con desgana no es aquí una opción.

La novela consta de un preámbulo y tres partes. No sé si están interconectadas. Si el personaje de las historias es el mismo o no, porque las novelas de Luis es como entrar en un habitación a oscuras y tratar de hallar la salida. Llega un punto en que no sabes si subes o bajas, si avanzas o retrocedes. El cerebro buscando sus límites. Tú tratando de hacer pie. La excitación propiciada por la adrenalina.

El preámbulo es la biografía de alguien. Su vida narrada a través de una carta que escribe a alguien. No se sabe el género del narrador, creo. Dirigida a quién ¿Al lector?. La escritura además de una herida es también una sombra.

La primera parte son 60 fragmentos. Mezcla de sentencias, aforismos, relatos. Alguien dice: Aspiro a vivir en la duda. Duda que a la que te descuidas es angustia. El pasado siempre es una gesta, una historia en la que el que habla es el protagonista de la obra que reinterpreta, nunca un segundón, la ejecución de un guion que siempre le hace quedar bien, emerger, obtener notoriedad, ser visto, escuchado activamente. Es lo que queremos o buscamos todos, ¿no?

¿Elevar el silencio a partitura musical?. Son estas frases, y otras muchas de este pelo, las que te cogen de las solapas de la bata a cuadros de andar por casa y te impiden dedicarte a otros menesteres domésticos.

Leer es conversar. Leo y me parece mantener una conversación con Luis. Quizás sea porque el autor sigue unos derroteros en su leer que yo también he seguido en parte: Faulkner, DeLillo, Savinio, Cervantes, Flaubert, Séneca, Montaigne, Borges, Proust

Hablaba de ensayo en cuanto que la escritura se formula aquí continuamente preguntas, en cuanto a qué contar, a qué publico va dirigido, a cómo comenzar un relato, a la importancia -o no- de los comienzos, cuál es el efecto de la lectura en el lector, cómo definir un personaje, cómo salirse de los márgenes de la plantilla mental en la que encarcelamos las percepciones que tenemos de los demás.

Preguntarse para qué se escribe.

Escribo para mirar lo que no veo.

Aquí los personajes son sesudos. No pierden el tiempo en chorradas. Van al grano, a la almendra. Cerebros o magines encantados de los que brotan historias de todo tipo. Puede ser un robo o una historia bélica como el final de miles de polacos asesinados por los rusos y endilgados a los alemanes.

Tenemos a Antonio, el mesero, que lee a Hume y argumenta. Como colofón: Lo que no se puede decir termina por no pensarse. La cobardía, la pasividad invitan a no actuar, a no pensar, al repliegue, al silencio, a la presencia vacía. Así es.

No faltan las curiosidades científicas como la autotisis. Y el suicidio siempre rondando como una mosca cojonera. Novela abortada en la primera frase. Pero semilla ya implantada, como ese chip de los negacionistas, en el cerebro del lector.

En la segunda parte, alguien camina, suya es la vida lenta. Aquí tenemos una biografía lectora. Quizás la del autor. Aparecen nuevos personajes: Doval, Trigorin… La interpretación teatral es otra forma de alterar la personalidad, mudarla o transmutarla. Al menos en apariencia.
Más historias. Años atrás aquella educación a golpe de correa. El padre sacándose el cinturón del pantalón con gesto furibundo. Interpretar aquel papel. El que podía. Otros lloraban, impotentes. Esos años de correctivos y palizas.

No falta el punto absurdo. La vida con la cara lavada. Como este deseo o meta: Un negocio estúpido, sin clientes.

Gaspar no guarda ningún libro. Así acrecienta su interés en la lectura.

No es un mal proceder para deshacerme de mil y pico libros que tengo por ahí en cajas.

Hay momentos mágicos. Como este. Quien relata hace partícipe al lector, le cuenta las palabras que visitó. Como si esos viajes al diccionario también fueran algo reseñable, biografiable. Pienso en esta novela, en su lectura, como si me hallara en un wunderkammer. Ahí la curiosidad, el asombro.

La tercera parte, solo es una frase. ¿El comienzo de otra novela?

Leo, en alguna parte del libro: Somos los que miramos.

Escribir es mirar con el lenguaje, pienso, sentado en el orejero del pensamiento, abundo.

Como en las anteriores novelas hay un tema recurrente: la identidad. Su supresión: el suicidio. Su dilución: ser otro; la identidad: un espejo en el que se mira el mundo.

¿Somos lo que proyectamos?

Mira que eres. Este es el punto de partida desde el título. Tomar conciencia de la mirada y del ser. Lo hemos oído seguramente de boca de nuestras madres alguna vez, Mira que eres, seguramente acompañado de un cabeceo, y no sabemos si ese ser así (al menos para los demás) será nuestra salvación o nuestra condena o la mezcla de ambas.

Leo: Esto no es una novela, es la contemplación de un rescoldo.

Residuo, pues, reutilizable hasta el infinito.

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El antropoide (Fernando Parra Nogueras)

El antropoide
Fernando Parra Nogueras
Candaya
Año de publicación: 2021
285 páginas

La naturaleza humana busca ser urbanizada, civilizada, culturizada, a fin de acallar la voz interior que ruge y clama y languidece ante el imperio de la razón y la compostura. La voz, o baladro, del antropoide, necesaria sofocar. Antropoide: término que Fernando Parra Nogueras (Tarragona, 1978) registra en el comienzo de su novela, acogedor vestíbulo, recurriendo a Francisco Umbral. Las palabras umbralianas nos ponen en el camino, apuntan una dirección y lo más importante: un sentido (doble).

¿Hablamos de un doppelgänger, o más bien de un ser horliano? ¿no hay por estos lares asomos suicidas, como en el ente maupassantiano, o más bien es el talante del protagonista el comportamiento propio de Jekyll y Hyde: dos naturalezas que conviven, no exento el conflicto, en un mismo cuerpo?

El protagonista de la novela, Eduardo, trata de templar su antropoide, redimirlo a través de la literatura y la cultura que atesora. Pero la pulsión sexual es como lava volcánica que busca aflorar una y otra vez, con virulencia, arrasando (y fertilizando) todo a su paso, sin miramientos. Eduardo, no obstante, se resiste, trata de mantener su antropoide a raya, pero la inercia y empuje de su monstruo es superior a sus fuerzas, a todo parapeto moral que quiera opugnar al mismo.

Eduardo reparte su tiempo entre el hogar -en el que vive situaciones hilarantes a costa de sus vecinos. A pesar de vivir en una urbanización, las paredes son de papel y acaba hasta las narices de la pelotita del padel, de los escarceos sexuales amatorios, pared mediante, que sufre y al mismo tiempo le facultan para cabalgar a lomos de su deseo vertical que maneja con mano diestra hasta el clímax liberador, viscoso, pringoso. Pero el antropoide pide la palabra: heces, redes rotas…- y los dominios laborales, en los que Eduardo se ve ninguneado. Enchufado por su tío en un diario vive una vida muelle, algo que siempre resulta agradable y los cargos de conciencia son leves apuntes en el debe, insignificantes, en el Libro de Cuentas de la Vida. Rencillas en el laburo no faltan, algo que va más allá de ponerse las zancadillas o pisar al de al lado (o al de abajo) para medrar, tampoco las reflexiones acerca de los bestseller y la ninguneada literatura de calidad.
Eduardo se ve maquillando clasificados, elevando el burdo tono de estos anuncios, hasta darles cierto empaque, lo cual atenta precisamente contra la roma naturaleza de aquellos mensajes que pretenden entrar por los ojos o por cualquier orificio de los potenciales clientes con la urgencia de un puñal.

Los gradientes del amor van desde los arreboles románticos en los que cae Eduardo de la mano (inasible pero asible, merced a un destino dadivoso) de Cloe, pasando por los arrebatos convertidos en desahogos con otros hombres, en espacios (aparcamientos, subterráneos, baños, saunas, las ramificaciones del cruising) donde apaciguar el apremio del deseo, y hollando postreramente las promiscuas tierras pomeranas, fruto dulce del amor libre, abierto, intercambiable, tan líquido como lo es el del placer licuante, insatisfactorio, se ve, cuando el culmen son lágrimas.

Fernando se esmera en darle brillo a su prosa y logra un acertado equilibrio entre lo vulgar y lo refinado: los clasificados, pasados por el cedazo de la literatura son una metáfora perfecta de lo que es la novela. Dejó dicho el Maestro: ¿En qué momento uno se convierte en escritor? Posiblemente en el momento en que traspasa la frontera que separa una frase vulgar de una literaria.

Fernando quiere hacer literatura, va en pos de ella, una sombra siempre correosa, pero su esfuerzo y empeño con la urdimbre de las palabras es ese, huir de las frases vulgares en su escritura, no en su contenido, pues literaturiza lo vulgar, la sordidez, el patetismo de una naturaleza que creyendo encumbrarse va a ras de suelo, deshollándose, purulenta, y para este noble quehacer hay multitud de referencias literarias, palabras que como “ajorca” me remiten al Cantar de Cantares, apuntes mitológicos: las Erinias, Sísifo, Perséfone, un lenguaje dúctil y proteico ceñido a las circunstancias de los personajes, con muchos apuntes irónicos y paródicos hacia nuestra realidad que cifran bien la aguda capacidad de observación del autor. La deriva de la novela ofrece también una puerta abierta a la metaliteratura.

Una novela, en definitiva, que como las clásicas tragedias griegas brinda una posibilidad de redención al lector, su particular purga, el espejo en el que mirarse y reconocer sus bajezas y también sus noblezas, aquel brillo tremolante en el filo de las pupilas en el que anida el antropoide, quien fuera un invasor, sino hubiera ya colonizado (o alcanzado un pacto simbiótico) nuestra naturaleza, ya cruzado el limes.

Cuántas cosas hemos visto desaparecer (Miguel Serrano Larraz)

Cuántas cosas hemos visto desaparecer (Miguel Serrano Larraz)

Cuántas cosas hemos visto desaparecer
Miguel Serrano Larraz
Editorial Candaya
Año de publicación: 2020

Miguel Serrano Larraz (Zaragoza, 1977) sigue explorando el pasado. Así lo hizo en la novela Órbita y en los relatos de Réplica. Cuántas cosas hemos visto desaparecer, es un título muy gráfico, que cifra bien el espíritu de la novela, dado que la protagonista, Sonia, a sus cuarenta años, en la mitad del camino de su vida, más que ver el futuro como una oportunidad, incluso como una posible ganancia, se sitúa en el punto en que ya extinguida la niñez y la adolescencia, la edad adulta se asume como un páramo, desde el que contemplar todo aquello que se fue y jamás volverá. Un pasado que titila a través del recuerdo, y en especial, merced a la relación fija-discontinua que Sonia mantiene con Berta. Ambas se conocen de siempre, desde niñas, cuando pasaban los meses de verano en el pueblo de Ardés. Ese tiempo pasado es objeto de estudio y reflexión desde la vía de la melancolía y también desde un punto de vista científico, dado que Berta está convencida de que puede crear una máquina para viajar en el tiempo. Detrás de este artilugio a crear, lo que se esconde es la fantasía humana que consiste, quizás no tanto en viajar por distintas épocas, sino en la posibilidad de ir explorando los distintos caminos que se nos cierran a medida que decidimos tener hijos o no, elegir una pareja u otra, una profesión u otra. Esas decisiones son las que conforman nuestra vida, a la que luego queremos buscar un significado, un sentido para poder digerirla.

A Sonia, su situación actual, sin hijos ni pareja, le lleva a ocupar sus pensamientos para volver una y otra vez -y en ello tiene mucho que ver Berta- a su niñez y adolescencia, a su abuela Toña, que quiere desaparecer de sí misma, dejar de ser, pero seguir existiendo, a los amigos de la cuadrilla: Berta, Ariadna, Magno, el Francés, Herrero. Años en los que sufrir el zarpazo de la primera muerte cercana. Berta actúa como el contrapunto de Sonia, como si marcara una barrera, la frontera que Sonia no quiere cruzar y en la que se afinca Berta, terreno viscoso en el que Sonia no quiere adentrarse, pues sería como abortar una distancia de rescate que la ancla a la realidad, a su forma de ser, para bien o para mal. Por eso, las visitas de Berta, sus encuentros en el tiempo, la alteran y desequilibran, remueven algo en su interior, trae en aluvión cosas de su pasado conjunto, implica el deshielo de la memoria. Berta, contrapunto que valida aquello que escribiera Valle-Inclán, Nada es como es, sino como se recuerda, como tendrá ocasión de hacerle entender Berta, al poner en común ambas sus recuerdos y comprobar que cada cual fija la mirada y por tanto sus recuerdos en aspectos diferentes de una realidad siempre proteica.

A Sonia le gustan las novelas que al final la decepcionan un poco. Larraz deja su novela abierta, no sé si a la decepción, no lo creo, porque su tono mesurado, elegante, preciso, minucioso, logra evocar una memoria común para los que nacimos a mediados de los setenta (y no tanto por la descripción o lista epidérmica de juegos o artículos de aquella época, sino por la capacidad para desnudar y desanudar las emociones, afectos, temores, en esos precarios y voluptuosos años en los que se gesta la personalidad), aunque siempre propia, parcelada, independiente para cada uno, y si el futuro está por escribir y el ahora es para Sonia una tierra de nadie, el pasado siempre estará ahí mandando sms, cartas virtuales, guasap; un ruido de fondo, en definitiva, tan incesante como necesario.