Archivo del Autor: Francisco Hermoso de Mendoza

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Bajo la alfombra (Ángeles Mora)

Unas cuantas horas de lectura y relecturas gozosas me ha brindado este poemario de Ángeles Mora (Rute, 1952) que lleva el título de Bajo la alfombra.

Poemario dividido en tres partes; De poética, Para seguir viviendo y una tercera parte desdoblada en otras dos, Caminos de vuelta y Luz que no llega.

La lectura es el recorrido del itinerario vital de la autora. La niñez en tiempos de escasez que enseñan que la esperanza es esa mentira zigzagueante que sabe a vino y almendras…; el acicate del deseo, a los trece años, el agua ardiente de la vida; la consumación de ese deseo En el fondo angosto/ de la gruta escondida/ se enciende al fin/ la luz que dormía/ esperando/ quien la alzara; la ruleta rusa de los celos, El pulso agazapado/ de lo que, al fin, vives conmigo/ pero sin mí.; la necesidad del otro, esa sed, algo tan inasible como la plata de la luna en el agua; Del amor a la compañía mutua y por tanto al amor, Nunca estuvimos solos/ tú y yo. No sé si eso es amor.

Y alrededor o dentro de nosotros, el silencio, la certeza de que El tiempo/ pasa y lo he perdido. Cada amanecer, cada nuevo despertar es una oferta envenenada, El despertar de nuevo / el horizonte aprieta una vez más/ sus dientes rojos sobre nuestros deseos.

Luego, vivir (Vivir/ tiene un rumor de fondo/ sordo como el silencio), es decir, ir recolectando pérdidas, ausencias, amueblando la soledad, también construir tus propias ruinas, Quiero solo/ dejar palabras de mi cuerpo/ en la memoria./ Pero no puedo. y a pesar de todo prohibirle el paso a la nostalgia.

Al concluir el poemario llega la savia nueva, la vida ajena a borbotones y entonces todo cambia.

Me parece que aprendo de nuevo/ lo que tus ojos me preguntan./ Cuando ya no pensaba hablar/ los necesito. /Ellos saben decirme lo que yo no me dije/ cuando los miro.

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La radiante edad (Antonio Báez)

La radiante edad
Antonio Báez
Talentura
2021
184 páginas

La escritura, como las sombras chinescas, permite crear imágenes con las manos de la imaginación, ya sea combinando aquí lo autobiográfico con la ficción, en pos de testimoniar los años de la juventud del autor, yendo hasta su infancia para retratar a sus progenitores, y sus circunstancias a superar, como la emigración laboral paterna en Suiza, la vida en una portería, después de haber abandonado el campo; las familias tan extensas en las que hay primos que no llegan a conocerse, los tíos paternos descritos con aires de película del oeste, cuando el horizonte vital de aquellos hombretones tenía hechuras de western.

La educación sentimental aquí no es tal, porque ya nos advierte el autor de que la vida no es escuela de nada. En todo caso en las manos un Manual de pérdidas, pérdidas de todo tipo, como la muerte del hermano mediano del autor.
La vida entonces va yendo y en la distancia, la que faculta la escritura, corregimos los recuerdos, los creamos, inventamos un pasado, o lo mostramos tan a las claras, de una forma tan desenfadada que no parece real.

El texto no elude la malhadada realidad, bebe en ella, en el asesinato de Miguel Ángel Blanco (sin nombrarlo), los crímenes yihadistas en Las Ramblas, las dos niñas asesinadas y descuartizadas por su padre, impasible. Tampoco descuida el texto aquello que guarda relación, no tanto con la creación literaria, sino con los egos y envidias autorales devenidas tras la publicación, como ese mirlo blanco, siempre inalcanzable y objeto de todas las envidias.

Lo autobiográfico nos expone el paso por el instituto del autor, como docente de lenguas clásicas, pero apenas hay latinajos, a no ser algún sine die, o algún mito griego como Laocoonte, Eneas o las Erinias; sus correrías por Granada, el ambiente en un piso de estudiantes, la querencia por mujeres descuidadas, sus enfermedades o aprensiones urológicas, etc.

El autor crea un entramado que requiere una lectura atenta, que recompensa al lector, pues el texto es compacto, sin párrafos ni marcas que nos adviertan quién habla, ni cuando el espacio y el tiempo han cambiado, ni dónde la realidad deja de hacer pie para sumergirse en la fantasía, o bien abrazar la ficción. Novela dotada entonces de un ritmo vertiginoso, subyugante.

La radiante edad es una puesta en práctica del zoótropo, una película de palabras, con final abierto, porque la vida sigue, suma (aunque haya que echarle arrestos) y se consuma, y espero que Antonio siga ahí fajado sobre el papel, con su luminosa prosa, dando cuenta de ella.

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El ausente. Cien autorretratos (José Ángel Cilleruelo)

Cien autorretratos, hectoedro proteico. La palabra más repetida es ¿solo? secundada por intemperie, grieta, cautivo, luz, ausencia, diccionario. Habla la voz de la conciencia, busca reconocerse en el lenguaje, los sonidos, la mirada, el tacto, el sentir, la genealogía, el pasado, espejo que devuelve imágenes de eso que es el ¿yo? Escribió Joseph Brodsky, El buen estilo en prosa es siempre rehén de la precisión, rapidez e intensidad lacónica de la dicción poética. Hija del epitafio y del epigrama, concebida al parecer como un atajo hacia cualquier tema concebible, la poesía impone una gran disciplina a la prosa. Así, Cilleruelo.

Enlaces | El origen

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El alma de Valle Inclán

Siempre que El Brujo viene a Logroño, si me es posible, acudo al Bretón. Ayer vino con su obra El alma de Valle Inclán bajo el brazo.

Obra que cuenta con una escenografía escueta: media docena de sillas y unas bombillas. Acompañado musicalmente por el maestro Javier Alejano (al mando del violín, pandero y acordeón). No le hace falta más al Brujo cuando lo que prima es la imaginación.

Aquí rinde El Brujo homenaje a Valle-Inclán, el de las luengas barbas. De toda su producción literaria, echa mano de una obra, Divinas palabras.

El Brujo es muy dado a la digresión (la obra duraba aproximadamente una hora y cuarenta minutos y se fue, para fortuna del espectador, a las dos horas y cuarto), y su hilo del pensamiento va y viene, y no quiere hablar de política, pero ahí se mentan Pedro Sánchez, Rajoy, Aznar, Aragonés, Irene Montero, Franco, y no quiere hablar de religión, pero ahí aparece Nathy Peluso y la que se ha montado en la catedral de Toledo, a cuenta de un videoclip rodado en su interior. Y todo esto atiende a un fin, ver cómo las cosas no han cambiado tanto, por eso creo que El brujo mete tantas cuñas de actualidad, y las relaciona con los textos pretéritos, aquí con las acotaciones a la obra Las divinas palabras, buscando ecos, resonancias, similitudes, rascando la superficie, invitando a la reflexión, auspiciada la casi desnuda puerta en escena por un humor apabullante, irreverente, opulento, proteico, que subyuga.

El Brujo encandila con su voz y su pensamiento, con su talento y su ingenio, con su naturaleza de artista, su imaginación desatada en el manejo sagaz de las luces y las sombras, lo divino y lo demoníaco, o lo humano y lo divino; apóstol siempre el insobornable El Brujo, de la libertad de pensamiento y espiritual, sino es acaso ésta la auténtica libertad. Así, sus textos lograron purificar, creo, con el crisol del esperpento, el almario de ayer noche.

Cada nueva obra de El Brujo es un auténtico gozo, un privilegio para el espectador.