Archivo del Autor: Francisco H. González

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La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona (Alfons Cervera)

Sospecho que el pasado solo podrá ser enterrado cuando se conozca la verdad respecto al mismo

Hugh Tomas

La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona de Alfons Cervera (Gestalgar, Valencia, 1947) es la guerra sin cuartel que la literatura a veces mantiene contra la desmemoria, contra esa distancia que cubre todo con el oprobio del silencio y el olvido.

En julio de 1965 Los Beatles llegaron a España para tocar en la Monumental barcelonesa. Ese día dos jóvenes salieron de Los Yesares en coche con la idea de presenciar el concierto. A su llegada a la ciudad, la policía los interceptó y los llevó a los calabozos en donde tuvieron barra libre de zumo de porra hasta quedar ahítos, sospechosos de ser terroristas, anarquistas, comunistas o simplemente por llevar el pelo largo, a saber. El responsable de la tortura, antaño laureado, verá como sus sádicos métodos no son válidos (esto es un decir porque en 1982 el Estado seguía asesinando gente impunemente) ya bajo una democracia y el futuro lo arrumbará, toda vez que el daño, mucho daño, y mucho dolor ya estuviera hecho y asimilado por sus víctimas.

Alfons simultanea la barbarie en el calabozo, que me recuerda a las primeras páginas de Twist de Harkaitz Cano, con la voz de un narrador amigo de los detenidos que mediante continuas digresiones y a salto de mata irá refiriendo su pasado, el de una España negra, que no se consumió a sí misma con la guerra civil sino que siguió en su vena más goyesca durante la posguerra a través de la represión –que tan bien recoge Susana Sánchez Arins en su magnífico Dicen-, el exilio, las depuraciones y otras tácticas siempre eficaces de amedrentamiento colectivo.

El texto se pasea por el presente y el narrador no sabe qué responder cuando un joven francés le pregunte por El Valle de los Caídos, monumento de la ignominia que rinde homenaje a un dictador y que después de cuarenta años de democracia sigue ahí dando guerra gracias al miedo de ultratumba capitalizado pero no amortizado, y al que José María Pérez Álvarez le dedicaba unas páginas estupendas en El arte del puzle, ambientadas en la inauguración del mismo en 1959 con el anual Desfile de la Victoria.

Alfons en su muy recomendable y combativa novela se va por las ramas de una biografía ligada a la oximorónica memoria colectiva pero una y otra vez vuelve machaconamente -atenazando al lector- al calabozo la tortura el miedo la náusea el vómito la mierda las ratas muertas el porvenir astillado el crujir de huesos la alborada desángrandose tras los párpados amoragados… para que ese pasado que como dijo Faulkner nunca muere, siga estando siempre presente resistiendo a duras penas al blanqueador de la amnesia. Hay ese empeño. Esa constante.

Piel de Zapa. 2018. 176 páginas

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El teatro de la crueldad. Ciencia, poesía y metafísica (Antonin Artaud)

El teatro de la crueldad de Antonin Artaud (1896-1948) editado por La Pajarita de Papel, con traducción de Rodolfo Cortizo (fundador y director de la compañía de teatro La Pajarita de Papel y director de la sala de teatro La Puerta Estrecha) recoge una serie de ensayos breves (hay también cuadros (como autorretratos), poesías, y fotografías de autor sobre el escenario, tanto en en el teatro como en el cine) sobre el teatro, con títulos como El teatro de la crueldad, El teatro de Serafín, La puesta en escena, Manifiesto para un teatro abortado, La evolución del “ornamento”, El arte del teatro es ante todo ritual y mágico, El teatro y la ciencia, El arte del teatro y la psicología y la poesía, Alienar al actor, Teatro Alfred Jarry….

Artaud cree que el teatro está en franco retroceso que se ha apartado mucho de lo que debería ser, y en estos escritos elaborados en los años treinta y cuarenta del siglo pasado propone un teatro ideal, ofreciendo una serie de ideas que lo acerquen al mismo, con una idea del teatro o del arte del teatro rayana en lo místico, en donde el teatro serviría no tanto como un pasatiempo con el que entretener a los espectadores, sino como un espectáculo (que debería rehuir a su vez de la espectacularidad, exaltando aquello que provocan las acciones) que buscase su participación activa, en un encuentro entre el actor y el espectador en el que a través de las acciones del actor (entendidas como un fuego devorador que lleva a las acciones, las situaciones y las imágenes a ese grado de incandescencia implacable que se identifica con la crueldad) se lograsen iluminar las zonas oscuras de la conciencia de los espectadores, los cuales yendo al teatro a evadirse de sí mismos, paradójicamente conectasen con lo puesto en escena de tal manera que lo visto afectara a lo más profundo de su ser (quisiera escribir una obra de teatro que incomode a los seres humanos, que sea como una puerta abierta y que los lleve donde ellos jamás querría en llegar, directamente a una puerta que los enfrente con la realidad) y esto se conseguiría no a través de un espectáculo que se repetiría día a día sin variación alguna, sino con una obra que solo se ofrecería una vez, tal que resultara una experiencia de tal calado, como lo son esas experiencias vitales que acaban marcando a los individuos precisamente por su naturaleza puntual, episódica.

Surge también la oposición entre lo instintivo y lo racional, entre el uso de la palabra, la razón, la lógica y aquello que brota de una manera impensada, natural, salvaje incluso (las acciones, casi siempre impulsivas, se anteponen a las palabras liberando así el inconsciente en contra de la razón y la lógica), tal que representar un texto escrito sería una degradación, pues lo propio sería representarlo en el acto sin que el texto fuese una mediación. Luego Artaud se corrige, pues sabe que el teatro sin un texto que lo respalde es difícil de sostener y de ofrecer a un público y entonces apela a la gravedad en el texto (no es cuestión de su primer el lenguaje hablado coma sino de dar a las palabras la importancia que tienen en los sueños), a que junto con las imágenes y las abstracciones que de su visión surjan se logre el efecto por el esperado, que es del iluminar esos puntos ciegos de la conciencia que logran una vez iluminados conectarnos con nuestra esencia.

Reivindica Artaud y así queda claro después de leer sus ensayos, su oficio actoral: cuando vivo no me siento vivir. Pero cuando acciono es donde me siento existir. El arte del teatro que para él no dejará de ser el espectáculo del ritual y la magia, que atienden a una necesidad espiritual.

La Pajarita de Papel Ediciones. 2019. 115 páginas. Traducción de Rodolfo Cortizo

Lecturas periféricas | La pasión de Antonin Artaud (Antonio Rodríguez Vela)