Archivo del Autor: Francisco H. González

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Los Once (Pierre Michon)

Encima de la mesa, o mejor, sobre el lienzo, once figuras, once personajes (Robespierre, Collot, Lindet…), una especie de última cena laica, el alma colectiva de la Revolución Francesa de 1789, punto de inflexión a partir del cual la soberanía de la nación recaerá en el pueblo, tiempo de Ilustración, Terror y Guillotina, de la razón letal; Michon se saca de la chistera el cuadro Los Once (novela publicada en 2010 con traducción de María Teresa Gallego Urrutia), lo sitúa en el Louvre, ante los ojos de un espectador y de su explicador, que le irá dando cuenta de la historia del cuadro, de su autor, Corentin, de aquellos años de esperanza y terror, los años previos del tráfico de esclavos, el yugo blanco, la construcción de canales, esclusas, la madera de ébano que convertirá, como en la alquimia, el sudor ajeno en oro y riquezas inconmensurables, Michon no da puntada o pincelada sin hilo o pincel fino, como gran detallista que es y la narración engancha, embriaga, te subsume en ese momento histórico, algo parecido a lo que lograba Vuillard en su 14 de julio, solo que aquí la cámara no está entre la gente, a la altura de la cintura, más bien aquí sería una cámara a vista de dron, capaz de plegar el tiempo histórico (por ahí aparece Michelet, autor de la Historia de la Revolución Francesa) y el espacio, en 137 páginas maravillosas.

Pierre Michon en Devaneos

El origen del mundo
Llega el rey cuando quiere
Mitologías de invierno. El emperador de Occidente
Cuerpos del rey

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La tarde de un escritor (Peter Handke)

La tarde de un escritor de Peter Handke, con traducción de Isabel García-Wetzler, publicada en 1987 comparte el mismo título que el relato de F. Scott Fitgerald, al que Handke dedica su novela.

Lo precioso de la literatura es la ficción, la transformación, decía Handke en una entrevista. En La tarde de un escritor el austriaco sitúa a su personaje, un escritor que ha perdido la facultad del habla pero no de la escucha y aún capaz de segregar o excretar textos, rehén de las musas a las que espera (siempre la espera) en su escritorio hasta que decida airearse esa tarde, salir de su guarida, callejear, deambular, registrando, describiendo entonces la naturaleza que le rodea: cielos, estrellas, plantas, flores y cálices, árboles, nieve, hielo, jardines… situarse en la órbita de otras personas para sentir algo parecido al calor, al abrigo en la compañía, aunque buscando siempre la periferia, las afueras, en las que se encuentra más cómodo, lejos del centro, de la boca hambrienta del lobo.

Sorteará el reconocimiento adulador tanto como la inquina de jóvenes para quienes se erige como un malvado, como escritor que es, autor de textos que los jóvenes se ven obligados a leer en contra de su voluntad, siempre a la búsqueda de sentido y significado, una pretensión que todo texto pareciera siempre atesorar, pero que aquí está velado, aunque subyacen el sentido del deambuleo, la búsqueda, la lentitud, el apartamiento: los mimbres handkeanos, la transformación de una realidad prosaica que coge vuelo y brilla en manos del autor, quien nos muestra a pecho descubierto la herida ambulante del escritor, su zozobra, su contrato con la realidad y la imaginación, su compromiso, la carga sisifeana, como le hace ver un traductor antes escritor, ya liberado, fuera de los focos, alejado éste de la cuerda floja, del vértigo de las alturas, del envanecimiento hueco, eximido de la obligación de escribir, de traducir sus pensamientos, en manos ahora de otros textos ajenos, seguros, pisando tierra firme, nada atribulado, pero al contrario que nuestro escritor, tampoco maravillado ni próximo al paroxismo como nos deja aquel al final de su tarde lubricante.

Peter Handke en Devaneos | Una vez más para Tucídides | Ensayo sobre el lugar silencioso

www.devaneos.com

Cuerpos del rey (Pierre Michon)

Hace algo más de seis años leí El origen del mundo de Pierre Michon. No lo disfruté y después de haber leído y disfrutado sin tasa de otros libros de Michon como Llega el rey cuando quiere o Mitologías de invierno. El emperador de Occidente, me impondré una relectura.

El presente libro publicado en 2006, con la traducción, siempre sobresaliente, de María Teresa Gallego Urrutia, agrupa Cuerpos del rey y Tres autores. Los tres autores son Faulkner , Balzac y Cingria, del que si no me equivoco no se ha traducido nada al castellano.

Las semblanzas de Michon me recuerdan a las que hacía Javier Marías en Vidas escritas. El meollo son las palabras que Michon dedica a Faulkner, su padre tutelar, aquel que le sitúa en el camino de la escritura, el padre del texto, tal que sin Faulkner quizás no hubiera existido el Michon escritor.

La escritura viene a ser una especie de magia, de alquimia, si se quiere, en la que alguien normal es capaz de alumbrar un texto escrito inmortal, imperecedero, mítico, hete ahí los dos cuerpos del rey. Pensemos en Shakespeare, Cervantes, Proust, Joyce, Balzac, Flaubert, Beckett… incluso del propio Michon si la inmortalidad lo pusiera en nómina.

Puedo transcribir aquí un buen número de párrafos, los múltiples hallazgos con los que uno se va topando a medida que holla el texto, pero es mejor no desvelar nada, sí apuntar que Michon consigue con su escritura, marcada por una brevedad insondable, una especie de salmodia y encantamiento en el lector cómplice con estos ensayos deliciosos.

Al igual que Michon dice de Faulkner que sus textos, sus preguntas, son su vida misma, a veces, las menos, ante un autor uno encuentra las respuestas a muchas preguntas, un lenguaje en el universo michoniano que es amparo y liberación.

Cuerpos del rey. Pierre Michon. 2006. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia. 160 páginas.