De una excursión diurna por las aldeas de Ezcaray me quedan para el recuerdo imágenes como estas.
Meridianos de tierra me puso en la pista de Hasier Larretxea (Arraioz, 1982), que recién ha publicado El lenguaje de los bosques, expansión y confirmación de lo esbozado en el poemario anterior. Las constantes vitales se mantienen, el amor a la naturaleza y a los animales también.
Habla Hasier ya desde el título de libro de lenguaje, y del diálogo, pues aquí la naturaleza no es algo pasivo acreedor de la mirada arrebolada del viajero, del turista, de aquel para quien la naturaleza es únicamente digna de ser contemplada, fotografiada, retratada (aunque Hasier también dedica unas cuantas páginas en las que nos habla de cómo los bosques, o la naturaleza, les permite a distintos músicos, fotógrafos, pintores y artistas conceptuales exponer su mensaje empleando como materia prima el hábitat natural que articula su obra. O dos directores como Medem o Montxo Armendáriz que han rodado algunas películas en estos parajes, películas como Vacas, Tasio o Silencio roto en Saragüeta), sino que la naturaleza, estos bosques recogidos en esa geografía norteña que se extiende por Navarra, País Vasco, Huesca y llega hasta territorio francés, manifiestan la simbiosis perfecta entre el hombre y el árbol, entre la naturaleza animal del hombre y la vegetal y así el texto se va desgranando en estos términos, y se nos explica poniéndose Hasier en primer plano, cuales son sus raíces tanto paternas como maternas, esa raíz (tradiciones, recuerdos, afectos, donde el relato biográfico se nutre de anécdotas familiares que abordan el contrabando en los duros años de la posguerra civil, y las duras condiciones de vida en los caseríos, donde sin el auxilio de divinidad alguna ni de apoyo institucional, poner un plato de comida encima de la mesa se lograba con mucho esfuerzo. Hasier refiere también un buen número de experiencias de su padre, siempre ligado éste al monte, al bosque, al tacto con los árboles y al negocio de la madera -Hasier habla sobre los distintos tipos de árboles y su aprovechamiento maderero o su utilidad para obrar como cortafuegos, la invasion de los pinos y de los eucaliptos en España en detrimento de otros árboles que tardan más en crecer como los robles o la necesidad de mantener los bosques saneados, dado que la despoblación rural afecta también a los bosques que acaban abandonados a su suerte-, desde que se comienza a curtir a los 17 años en la montaña convertido en algo parecido al Último superviviente) que nos fija al terreno, nos alimenta y sustancia, aquello que nos conforma y nos hace ser lo que somos, aquello, en definitiva, de dónde venimos.
Luego viene el tronco, el crecimiento personal, el no seguir el surco profundo del camino paterno -y la desilusión de Patxi, su padre, al constatar que ninguno de sus dos hijos seguirá su estela como aizkolari de éxito, aunque al menos uno de ellos proseguirá en el oficio de la madera- y tirar campo atraviesa por los dominios de la poesía, donde Hasier se buscará y encontrará a sí mismo, dejando finalmente Arraioz, su pueblo, en el Baztán, para mudarse a la villa de Madrid, lo que le permite analizar (aunque peque de cierto maniqueísmo) el contraste entre la vida urbana y la vida rural, donde la vida urbana es ruidosa, caótica, contaminante, demoledora, y la vida rural es apacible, calma, silenciosa, beatífica, balsámica.
A lo largo del texto Hasier expone algunos ejemplos sobre cómo la vida urbana puede también conciliarse con la vida natural, citando los proyectos en marcha para una ciudad bosque en China o los rascacielos vegetales de Milán, si bien leyendo otros textos como el ensayo de Paco Cerdà sobre la despoblación rural o Las vidas a la intemperie de Marc Badal, vemos que la vida rural parece una luz que titilase mientras el viento soplara a su alrededor cada vez más fuerte.
A pesar de lo anterior, en el texto se recogen ejemplos de jóvenes ilusionados y empecinados en mantener las tradiciones, en su ilusión por seguir disfrutando con los deportes rurales, como en el caso de los aizkolaris, o de los levantadores de piedras, afición compartida ahora por hombres y mujeres dispuestos en algunos casos, como se lee, a darse auténticas kilometradas cada día para poder hacer aquello que les gusta y poder seguir afianzados en el terruño. Hasier rememora a su vez aquellos oficios que van desapareciendo como lo referido a los almadieros, o el caso de una joven carbonera que mantiene vivo el oficio que le legó su padre.
El libro, que en algunos momentos acusa ciertas redundancias, lo leo como un emotivo y sincero homenaje de Hasier hacia Patxi, no solo ya por lo que supone el rol de un padre para un hijo, sino como esa figura paterna que trasciende hasta erigirse en metáfora de la vida salvaje, natural, libérrima, sincera y honesta, la cual es aquí vindicada, desde el sentimiento filial, desde su raíz hasta la copa, con palabras aventadas entre el humo del ayer y el aliento del porvenir.
El texto se acompaña de fotografías en blanco y negro de Paola Lozano Flores e ilustraciones de Zuri Negrín. Aquí puedes escuchar la banda sonora del libro.
Espasa. 2018. 358 páginas
Esta edición publicada el año pasado por Libros del Zorro Rojo con traducción de Esther Benítez e ilustraciones de Alex Cerveny recoge una selección de diez historias (de un total de cien) del Decamerón de Giovanni Boccaccio escrita entre 1349 y 1351 y considerada como el equivalente occidental de Las mil y una noches. Historias no centradas solo en el aspecto más difundido del Decamerón, la sexualidad, aunque de estas también hay. Si estamos acostumbrados a arrostrar actitudes y conductas misóginas, aquí curiosamente, al autor, a Boccaccio en su día se le acusó de filoginia, también de inmoralidad y de incentivar los vicios humanos. El Decamerón fue incluido en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia católica en 1559 y puesto de nuevo en circulación 15 años después con una versión expurgada, ante el clamor de sus admiradores.
Boccaccio se demuestra un buen conocedor de la naturaleza humana en su vis más licenciosa y mundana, así las historias muestran el adulterio, y las relaciones sexuales como algo muy natural, incluso objeto de broma como ese hombre que cree estar embarazado así se lo hacen saber unos bromistas porque su mujer se sube sobre él por las noches y lo cabalga, o esas monjas que valiéndose de un mudo, lo exprimen cual limón a fin de determinar si eso tan dulce que dicen que es el sexo es tal como lo cuentan. Además del sexo hay otras pulsiones muy humanas como la codicia, la hipocresía del clero (donde se critica más a la persona que a la institución) la avaricia, o bien la liberalidad y la prodigalidad extrema como la que se refiere en la última historia donde encontramos al hombre más dadivoso de la tierra capaz incluso de dar su vida si así lograse satisfacer los deseos de uno de sus enemigos que quiere ocupar su lugar.
Estas historias aquí contadas, muy placenteras de leer -cuentan con unas estupendas ilustraciones, las cuales maridan muy bien con el texto- creo que ganan si son leídas en voz alta, en grupo al lar de la lumbre, pues así nacieron y este fue su objeto, así corrieron de casa en casa, de boca en boca y así han llegado hasta nuestro días, casi siete siglos después.
Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) es un escritor que aparece con frecuencia en estos devaneos literarios míos. Ya sea con relatos estupendos como Los caballos azules, con ensayos pictóricos como La luz es más antigua que el amor, o con novelas como La noche feroz, Niños en el tiempo o El Sistema.
Quien siga la pista a Salmón sabrá la capacidad del autor para reinventarse y ofrecer a sus lectores sorpresas renovadas. Aquí traigo su última novela, publicada el mes pasado, Homo Lubitz, novela de gran f(r)actura (para decirlo en términos fílmicos), muy lograda y consistente. Lubitz quizás les suene, pues fue quien estrelló en los Alpes franceses el avión que pilotaba el 24 de marzo de 2015, causando más de cien muertes.
Podía haber sido el texto un ensayo sobre el devenir humano, el contraste entre el inextricable mundo oriental (para nosotros) y occidental, el nihilismo, la capacidad aniquiladora de la tecnología, esa China convertida en un palimpsesto transparente y en carne viva, la necesidad de recorrer el tronco existencial hasta llegar a la raíz, al origen troglodítico, pero Salmón opta aquí por el formato novela, para reflexionar sobre estos temas y sitúa su historia en un futuro no muy lejano, que se principia en China, donde un ejecutivo exitoso, un tal O´Hara, recibe un buen pellizco merced a una operación que parece exitosa y deviene un fracaso, relativo en todo caso: una purga humana que atiende a un reajuste, a un saneamiento, el que la técnica presta a la eugenesia.
El eje o centro de la novela es un millonario, Control, ente panóptico que como su nombre indica no deja nada fuera de su alcance. Control y O´Hara se complementan. Son tipos curiosos, el tiempo y el dinero juegan a su favor, para ponerlos en pos de un sueño, de una ilusión, de un objetivo que los convierta en diana de sí mismos.
Maneja Salmón distintos escenarios en la novela, que me ha resultado muy dinámica y entretenida, y pienso en cómo sería este libro llevado al cine y la idea me resulta difícil de materializar, porque el gran logro de esta novela, y de todas las de Salmón es el uso que este hace del lenguaje y su manejo de la sintaxis, lo que supone que más allá de cual sea el argumento de la novela, la llama del interés nunca se apaga.
Si en su anterior novela Salmón ya planteaba una realidad distópica, aquí de nuevo hay elementos futuristas pero no fantásticos, pues en todo caso lo que se plantea es una realidad factible, y lo que hay a fin de cuentas es algo tan ancestral como el empeño de un Odiseo inmortal que no quiere tanto regresar a Ítaca como conocer cual es su Ítaca, y en el caso de O´Hara desentrañar su fijación por los accidentes, por esos hechos que hacen que la realidad despierte de su letargo, que fijan mojones en el espacio y en el tiempo, accidentes que a O´Hara lo hermanan y le permiten sintonizar y contactar con David Cronenberg, personaje de la novela, pues dirige este en el futuro una película sobre el avión siniestrado, El cielo desplomado, que recibirá muchos palos porque los espectadores no están dispuestos a soportar ciertas cosas. Los que hayan visto Crash sabrán de la fascinación de los personajes de la película de Cronenberg por los accidentes (de tráfico).
Creo que al igual que Rafael Argullol o Andrés Ibáñez, Ricardo Menéndez Salmón tiene muchas cosas que contarnos y una forma de narrar, un estilo, que hacen que su lectura no vaya solo en horizontal sino también en vertical (leí hace más de diez años lo de «derviche girostático» y todavía lo recuerdo), tal que va dejando una simiente que veremos si la posteridad es capaz de fecundar.
Seix Barral. 2018. 270 páginas.