Archivo del Autor: Francisco H. González

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Sofia Petrovna. Una ciudadana ejemplar (Lidia Chukóvskaia)

La novela de la escritora rusa Lidia Chukovskaia (1907-1996), Sofia Petrovna (con traducción de Marta Rebón) la calificaría como una denuncia muy sutil: delicado, agudo, perspicaz, si atendemos al DRAE.

Escrita a finales de 1939 y comienzos de 1940 (dos años después de que su marido, físico teórico muriera ejecutado tras ser purgado) Lidia vuelca sobre el papel, pues no se ve capaz de no hacerlo, suponiéndole a su vez su tabla de salvación, lo que ha sufrido, de primera mano, y su testimonio lo ficciona a través de su protagonista, la mecanógrafa Sofia Petrovna, para meternos de lleno en el horror del régimen estalinista, cuando aquel delirio, en 1937 era una realidad.
Con la mente puesta en el poema de Bretch, a menudo los ciudadanos van haciendo la vista gorda, o incluso mórbida, ante las detenciones ajenas, pensando que el Estado cumple con su deber y que es de justicia que los maleantes, los desafectos, los terroristas y toda gente de mal vayan a la cárcel, o incluso sufran situaciones peores, como destierros y ejecuciones.

Así Petrovna, afín al régimen y al ideario stalinista (con la devoción propia del que profesa una religión), con su hijo recibiendo las palmaditas de los mandamases, entiende, asume y defiende, cuando lee la prensa que los “enemigos del pueblo” sean detenidos.
El problema es que poco a poco, esa firmeza suya se irá disolviendo en la sinrazón y la arbitrariedad ajena cuando vea cómo doctores de su confianza, a los cuales ella no consideraría para nada enemigos del pueblo son detenidos, dentro de esa política de purgas y represión con la que los regímenes totalitarios negocian, ya no con la disidencia, sino con algo más prosaico como la tibieza por parte de la ciudadanía a la hora de manifestar ésta la adhesión incondicional al Régimen y a todas y cada una de las decisiones que adopte, por peregrinas o injustas que puedan parecer a nada que uno se tome la más mínima molestia de pararse a pensar un momento en ellas.

De repente Sofia verá como su hijo es encarcelado y pasa ella a situarse al otro lado, de la mano de los represaliados. Lo terrorífico del asunto es que a pesar de todo ella seguirá buscando los porqués, las razones del encierro de su hijo (sin saber dónde está o si está vivo o muerto), tratando de encontrarle algún sentido a lo que no es otra cosa que la banalidad del mal, a los encierros infundados, basados en un régimen de denuncias (cuatro millones de denuncias ciudadanas) donde todos parecen ser sospechosos y culpables de algo.
Tarda Sofia en caer del burro pero cuando lo hace paradójicamente pareciera que fuese un San Pablo que hubiera visto la luz, ante el pálpito de que todo fuera a arreglarse cuando se dice, se comenta, se rumorea, que algunos presos son puestos en libertad y ya fantasea ella con el reencuentro.

La novela de Sofia en apenas 170 páginas muestra a las claras, con una sutileza desgarradora, la indefensión del ciudadano ante un poder totalitario, estalinista en este caso, que actúa como una tolva, donde cada uno de sus insignificantes ciudadanos no es más que un grano de trigo.

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Un millón de vacas (Manuel Rivas)

Viajo hasta 1990 cuando Manuel Rivas con 33 años publicó el libro de relatos Un millón de vacas (con traducción de Basilio Losada) alzándose con el Premio de la Crítica Española.
He leído muy recientemente Ella, maldita alma y creo que en los nueve años que median entre los dos libros de relatos, Rivas creció mucho como escritor, tal que muchos de estos relatos se me antojan ocurrencias que se clausuran sin mayor trascendencia. Ya sabemos que la novela y más aún los relatos cobran vida una vez que finaliza su lectura y es entonces el lector el que sigue descifrando o solazándose con lo leído. Y aquí solaz, poco.
Sabemos también que los domingos son días a menudo anodinos, que uno espera anhelante durante el resto de los seis días pero que una vez insertos en ellos, a menudo resultan insufribles. Uno de los relatos que lleva el título de El domingo, registra precisamente la zozobra de un grupo de jóvenes que no saben adonde coño ir. Un relato que encarna, en mi opinión, lo peor del libro, junto con otros como El artista de provincias, El molino o Una visita al mercado, que vuelan muy bajito y apenas se sostienen sobre alguna idea que no acaba de cuajar. Hay otros como Campos de algodón o El amigo Tom que se me antojan previsibles. En otros brilla el humor como en El león de Cuatro Vientos, aunque hubiera deseado que fuera aún más bestia, como cuando Jon Bilbao se nos desmelena. El relato que más me ha gustado, quizás uno de los que anuncia al Rivas que vendría después se titula, cual vaticinio, Prólogo.
En cuanto a los poemas que se entreveran con los relatos, esperaré a que las musas me proporcionen algún calificativo, porque leídos un par de veces no me dicen nada, ni las musas, ni los poemas.

Próxima parada: Los comedores de patatas.

Un millón de vacas y Los comedores de patatas se publicaron conjuntamente bajo el título El secreto de la tierra, en 1992.
En 2011 bajo el título de Lo más extraño se reunieron 81 relatos de Rivas escritos entre 1989 y 2011. Incluyendo tres relatos inéditos. En lo más extraño además de los relatos de Un millón de vacas y Los comedores de patatas están también otros relatos publicados en libros como El lápiz del carpintero, Las voces bajas, ¿Qué me quieres amor?, Cuentos de invierno, Las llamadas perdidas, La mano del emigrante, Ella, maldita alma.

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En la ciudad líquida (Marta Rebón)

Leí una vez que todo buen traductor debía de ser a su vez un buen escritor. Marta Rebón (Barcelona, 1976), reputada traductora de textos rusos al castellano (Vida y destino, El fiel Ruslán, La facultad de las cosas inútiles, Una saga moscovita, Inmersión, un sendero en la nieve, El caballo negro, Ante el espejo...), nos ofrece en La ciudad líquida un artefacto narrativo mezcla de relatos de viajes, autobiografía y ensayos literarios (empleando algunos materiales que ya aparecían en algunos epílogos a los libros traducidos por Marta). Como hacía María Belmonte (tras su fascinante Peregrinos de la belleza, viajeros por Italia y Grecia) en Los senderos del mar, un viaje a pie, Rebón se sitúa en primera línea para hablarnos de ella, si bien la parte autobiográfica no es lo que más peso tiene en el libro, que es una sucesión de viajes por distintas ciudades del mundo, de San Petersburgo, a Tánger, pasando por Barcelona o Quito, entre otras muchas.

Decía Galdós que el poder de la idealización poética es tal, que sus creaciones tienen tanta fuerza como los seres efectivos; su memoria iguala si no supera a la de los individuos históricos de dudosa existencia. Más conocidos son en el mundo Romeo y Julieta que César y Alejandro. No ha de sorprendernos por tanto que para Dovlátov -aquel escritor ruso al que no le resultaba casual que todos los libros tuvieran forma de maleta– la mayor desgracia de su vida fuese la muerte de Anna Karénina. Rebón sigue la pista a un sinfín de escritores, quiere seguir también sus pasos, caminar las mismas calles, ocupar las mismas habitaciones, mirar los mismos cielos, al tiempo que muchas de las ficciones en forma de novelas o relatos pasan a formar parte de la escritura de Rebón, la cual recurre a las vidas de estos personajes de ficción para contrastarla con lo que ella mira y siente, valiéndose de un sinfín de citas, que como nos dice Vila-Matas toman nuevo significado y sentido cuando se insertan en otro texto, citas que más que muletas le sirven a Rebón como rampa de lanzamiento, pues logra sustraerse a los lugares comunes -tal que cuando uno de los capítulos se titula Paseos, yo ya visualizaba allí al escritor que parece haber monopolizado para sí el término, a saber, Robert Walser– y despliega las alas hacia nuevas rutas y horizontes, lo que hace la lectura sorprendente, estimulante, gozosa, plena (donde el tiempo proteico es ya Aión), en especial con las páginas dedicadas a Chéjov, Dovlátov, Dombrovski, Aksiónov, Ajmátova, Saint-Exupéry, Dostoievski, Pasternak, Gógol, Marina Tsvietáieva, Chukóvskaia, Nabokov, Brodsky, Goytisolo...

El único pero que le pondría al libro es que algunas fotos como la de la página 144 presentan un tamaño tan reducido (4,5 cm x 2,5 cm) que hubiera sido mejor haber prescindido de ellas, además, las dimensiones del libro no permiten disfrutar de muchas de ellas, de tamaño algo mayor, que hubieran requerido, a mi entender, mejor calidad del papel y un mayor tamaño.

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Las lecciones de las cosas (Luis Mateo Díez)

Las grandes fortunas pueden dedicar parte de su capital a financiar un régimen totalitario, como sucedió durante la segunda guerra mundial, cuando los industriales alemanes pusieron a disposición de Hitler cantidades exorbitantes, como bien recoge Éric Vuillard en su reciente novela El orden del día o dedicar este capital a obras sociales, como la educación.

Aquí el acaudalado es Francisco Sierra-Pambley (cuya fortuna, su herencia material, le viene de la mano de su orfandad) quien en noviembre de 1885 se reúne con Francisco Giner de los Ríos, Manuel B. Cossío y Gumersindo de Azcárate, para crear una Fundación a través de la cual crear escuelas de enseñanza gratuita dentro del marco de la Institución Libre de Enseñanza.

Luis Mateo Díez recrea en su relato sucintamente este encuentro, desde el penoso viaje que les supone a Francisco, Manuel y Gumersindo la llegada al Valle, a Villablino (León), con las nieves acechando en las cumbres y un medio de transporte que aquel entonces era el carro, agravado por la circunstancia de tener al frente a un cochero inexperto, si bien, no todo son penalidades pues al llegar a la posta de Cabrillanes, al lar de un buen fuego y mejores caldos y viandas, Gumersindo siente que en el orden de las satisfacciones sencillas se asentaba el orden de las mejores cosas de la vida, las que ocupan un espacio pequeño y un tiempo doméstico y venial.

Francisco Giner de los Ríos apuesta por otra pedagogía para superar aquello de que la letra con sangre entra o el memorismo, optando más por el naturalismo que por el racionalismo. Manuel cree que el niño debe aprender jugando (lo que me trae en mientes el libro Desenterrando el silencio. Antoni Benaiges el profesor que prometió el mar y el método pedagógico Freinet) a través de un método activo y heurístico, determinado por el esfuerzo y el trabajo personal, para que la memoria deje de ser el único instrumento de la enseñanza. !Fijémonos que esto lo dicen en 1885!

Veo a los niños rescatados de la oscuridad de la ignorancia, elevados a la libre motivación, al trabajo personal, a la recta orientación de su conducta. Los veo cuidando de su cuerpo y de su espíritu, afirma Francisco Sierra.

Me conmueve hoy oír esto, y querer y lograr llevarlo a la práctica en 1885 para que pocas décadas después el poder quedara en manos de personajes capaces de gritar aquello de «Muera la inteligencia» (que ahora parece que habría que reemplazar por Muera la intelectualidad traidora) y por ende, el regreso a la oscuridad de las cavernas durante décadas.

Publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Fundación Sierra-Pambley. Fundación Francisco Giner de los Ríos. 112 páginas. 2012.