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El síndrome de Diógenes (Juan Ramón Santos)

El síndrome de Diógenes
Juan Ramón Santos
Fundación José Manuel Lara
Año de publicación: 2020
83 páginas

La última novela de Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975), El síndrome de Diógenes, se alzó con el XXXIX Premio de Narración Corta Felipe Trigo. Hablamos de un texto de setenta páginas, a medio camino entre el relato y la novela.
Creo que conviene conocer, aunque sea someramente, la figura de Diógenes de Sínope y la escuela de los cínicos, para sacarle toda la sustancia a esta jugosa narración. Alejandro Magno, por ejemplo, aquí muda en Ministro.
El arranque es prometedor. A un señor le da de pronto por ponerse a ladrarle a las señoras que no soporta en su ciudad de Pomares. Una gamberrada más propia de los años de juventud dos décadas atrás.
El ladrido bien puede ser la punta del iceberg, el mojón que marque el punto de inflexión, o de caída libre. Al igual que el pretérito Diógenes, nuestro protagonista, a su manera, también se enfrentará al sistema, no tanto con la idea de oponerse a él para derribarlo, sino más bien como una vindicación de su propia naturaleza, que busca mayores cotas de libertad, en pos de un despojamiento que le supone tomar distancia de la comunidad, de la de vecinos en particular y de la otra en general, aboliendo para sí las normas sociales que rigen y constriñen nuestra conducta y los impulsos sexuales, que él superará abriéndose al cancaneo, manando placer a raudales. Pero todo tiene un precio.
Si a Diógenes le estaba reservado el desprecio público por parte de una comunidad que no asumía sus desaires, salidas de tono, provocaciones, ni entendía su austeridad, su desprecio hacia las posesiones materiales, la riqueza, ni la dependencia hacia tantas cosas que brinda la civilización, nuestro cínico protagonista también habrá de arrostrar lo suyo, y después de lectura de El verano del Endocrino, constato que Juan Ramón sigue gastando el mismo humor e ingenio, aquí más constreñidos a las servidumbres de un texto más corto y por tanto más tensionado, pulido al detalle, cundido en su brevedad, texto que incluso creo capaz de escandalizar, pues su personaje no es un plato de buen gusto, ya que se sitúa al margen, en las afueras, en el otro lado, desde el que poder criticar comportamientos y actitudes: toda esa hipocresía y falsedad sobre la que se construye una moral con pies de barro. Y ahí las puyas de nuestro cínico contra sus compañeros de claustro, contra su exmujer, contra todos aquellos que lo dejan en la estacada a las primeras de cambio. Un cínico que aullará a la luna su desconsuelo. Pero bueno, nuestro cínico no es Diógenes, estos tiempos no son aquellos, y al final como se suele decir siempre hay un roto para un descosido, incluso un ladrido anejo como promesa de un futuro.