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Resumen de lecturas 2017

www.devaneos.com 2017 ha sido un año de copiosas lecturas. Si a esto añadimos la cuidadosa selección llevada a cabo antes de proceder a las mismas y algunas recomendaciones ajenas muy atinadas, no es raro que el número de lecturas muy satisfactorias las cuente por decenas. Aunque también se han colado algunas lecturas nefastas como Henry y Cato (Iris Murdoch), El jardín colgante (Patrick White), Estanque (Claire-Luise Bennett) o Días entre estaciones (Steve Erickson).

No descubriría nada nuevo si hablase maravillas de clásicos indiscutibles como Cien años de soledad (Gabriel García Márquez), Las ilusiones perdidas (Honoré de Balzac), Fortunata y Jacinta (Benito Pérez Galdós), Los Maia (Eça de Queiroz) o La muerte de Ivan Ilich (León Tolstoi).

Las tragedias griegas de Esquilo, Eurípides y Sófocles, Crimen y Castigo (Fiodor Dostoievski) y Lord Jim (Joseph Conrad), las he disfrutado, pero no tanto como suponía, quizás por las altas expectativas creadas.

978-84-8191-634-8[1]Otras novelas desconozco si ostentan hoy ya la categoría de obra maestra pero me parecen novelas sobresalientes, como Yo el supremo (Augusto Roa Bastos), Los detectives salvajes (Roberto Bolaño), Las puertas del paraíso (Jerzy Andrzejewski), Mortal y Rosa (Francisco Umbral), Mazurca para dos muertos (Camilo José Cela), El otro proceso de Kafka (Elias Canetti), Tiempo de silencio (Luis Martín-Santos), El gran momento de Mary Tribune (Juan García Hortelano) y Prosas apátridas (Julio Ramón Ribeyro).

De los libros publicados estos últimos años he disfrutado mucho con Pensar y no caer (Ramón Andrés), Socotra, la isla de los genios (Jordi Esteva), Ángeles rebeldes (Robertson Davies) El camino de los griegos (Edith Hamilton), Antagonía (Luis Goytisolo), El entenado (Juan José Saer), Mientras nieva sobre el mar (Pablo Andrés Escapa), La felicidad de los pececillos (Simon Leys), Los demonios del lugar (Ángel Olgoso) Fragmenta (Javier Pastor), Terraza en Roma (Pascal Quignard), Calle de las tiendas oscuras (Patrick Modiano), La flor azul (Penelope Fitzgerald), y El dependiente (Bernard Malamud).

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De los libros publicados y reeditados el año pasado y que no me dio tiempo a leer, y los he leído durante este año, destacaría obras muy notables y muy recomendables como:

El evangelista (Adolfo Ortega)
La condición animal (Valeria Correia Fiz)
La dimensión desconocida (Nona Fernández)
El desapercibido (Antonio Cabrera)
Muerte de un silencio (Clémence Boulouque)
Memoria del vacío (Marcello Fois)
Tardía fama (Arthur Schnitzler)
Nefando (Mónica Ojeda)
Patas de perro (Carlos Droguett)
Cada día es del ladrón (Teju Cole).

De los libros publicados, reeditados y leídos este año 2017, mis favoritos han sido: Sigue leyendo

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La acusación (Bandi)

Los siete relatos de Bandi recogidos en La acusación, tienen el afán de desvelar (al resto del mundo) la realidad que viven los habitantes de Corea del Norte, que se dejaba entrever en Un invierno en Sokcho.

Los relatos los escribió Bandi en los 90 y consiguió sacarlos del país en 2003. Lo que nos cuenta no parece que haya cambiado a mejor bajo el mando del actual presidente, Kim Jong-un. Leyéndolos me venía en mente el libro de Fallada, Solo en Berlín, donde su personaje intentaba abrir los ojos a sus compatriotas, con la idea de hacerles ver que el régimen nazi era un régimen paranoico que los conduciría a la aniquilación mundial. No iba nada desencaminado Fallada.

También me venía en mente el libro de Lenz, Lección de alemán, en el cual se contaba como durante el régimen nazi, existía una ordenanza que prohibía mantener las luces encendidas a partir de una hora, y debían cerrarse todas la ventanas a cal y canto, bajo pena de sanción en caso contrario. En el relato de Bandi, una mujer se la juega al poner unas cortinas azules para evitar que su hijo pequeño se asuste viendo los gigantescos rostros de Marx y del Gran Líder y pueda así sustraerlo a los miedos y pesadillas que su visión le ocasionan.

Otro me recuerda al drama de Antígona, cuando un hijo no puede ir a ver su madre enferma, y su empecinamiento y vulnerar las normas (en su mayoría absurdas), le conlleva ser confinado a realizar trabajos forzosos durante 22 días que lo dejan tan machacado como si cada día fuera un año. Si Antígona movía cielo y tierra para poder enterrar a su hermano, vulnerando una ley que sentía injusta y cruel, el protagonista del relato de Bandi, no puede ni ver morir, ni acudir al entierro de su madre.

En el resto de los relatos lo que Bandi transmite bien es como el miedo es la columna vertebral del régimen:»entendió que para sobrevivir en aquella ciudad debería haber aprendido a sentir miedo mucho antes» «en este país incluso llorar está considerado un acto de sedición y podía suponer una condena a muerte«, ciudades pobladas de humanos reducidos a ser animales domesticados. «Toda la población del país, que se hallaba bajo el hechizo del brujo, vivía en una ficción ajena a la realidad«.

Lo interesante y oportuno sería que estos relatos fueran a dar en las manos adecuadas, pero no creo que caiga esa breva. Como la historia ha demostrado no es fácil acabar con un régimen totalitario. Es necesario de todas maneras que haya luciérnagas, voces y luces que aportan luz a la oscuridad, al silencio y al miedo como hace Bandi en la clandestinidad.

Libros del Asteroide. 2017. 244 páginas. Traducción de Héctor Bofill y Hye Young Yu.

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No, mamá, no (Verity Bargate)

Verity Bargate en esta breve novela plasma a la perfección el estado anímico, entre la angustia, el desquiciamiento y la locura que experimenta Jodie, una mujer con dos niños pequeños, para quien el sentimiento de madre es más una obligación que algo natural y asumido, con David, su marido, a su lado, que la cree loca, y cuya presencia la asquea. Jodie y David han pasado de ese estado de no puedo vivir sin ti y necesito tenerte siempre cerca y dentro a dejemos que corra el aire y necesito mi espacio, si bien como en la canción Turnedo de Ferreiro la pregunta es ¿Quién no tiene el valor para marcharse? ¿Quién prefiere quedarse y aguantar? ¿Marcharse y aguantar?. Además se toca el tema de la violación en el seno de la pareja, cuando ella no quiera sexo y se hace atendiendo «a los deberes conyugales» lo que a veces implica que en esos lances ella sea poco más que una estrella de mar, o se duerma mientras es penetrada.

Por la parte de los hijos lo que Verity cuenta lo entenderá perfectamente el que los tenga. Jodie ve minorada su intimidad, su espacio, coartada su libertad, y es muy gráfico el momento en el que en plena cópula amatoria, el berrido uno de sus retoños, es como abrir la puerta del horno para comprobar horrorizado como el bizcocho de la pasión se viene abajo sin remisión.

Además Jodie siempre quiso tener niñas y alumbró dos hijos, a los que viste de niña cuando va a visitar a una amiga, encuentros semanales en los que revisitar sus pasados y confirmar ambas que viven enjauladas y reprimidas que han pasado a ser la mitad de otra persona y que ya poco queda de lo que fueron antaño. El final depara una sorpresa que no desvelo pero que va en consonancia con ese ronroneo de angustia y misterio que recorre toda la espléndida narración ambientada en el Soho londinense de los 70.

Alba editorial. 2017. 176 páginas. Traducción de Mireia Bofill.

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Mejor la ausencia (Edurne Portela)

Me parece muy complicado abordar algo tan complejo como lo que sucedió en el País Vasco desde mediados de los años setenta del pasado siglo, hasta la primera década del siglo XXI en una novela. Edurne Portela (Santurce, 1974) que había publicado anteriormente el ensayo El eco de los disparos: Cultura y memoria de la violencia) lo intenta con Mejor la ausencia, su primera novela publicada hace tres meses, con una historia contada en dos partes: una que va del 79 al 92 y la otra con el regreso de Amaia a su tierra en 2009. La historia comienza con su final, con el cadáver de un hombre en la cama de un hotel, que no deja nota de suicidio pero sí unas cuantas llamadas perdidas a su hija Amaia, la misma voz que narra desde su infancia hasta la mayoría de edad.

El mundo lo vemos a través de sus ojos, los cuales levantan acta de una realidad (emplazada en un pueblo de la margen izquierda del Nervión) hosca, violenta, exacerbada, de una cronología dramática cuyos nutrientes son: una madre alcohólica, un padre ausente o intermitente y maltratador (y un txakurra para la comunidad, un traidor de la causa) un hermano drogadicto -o camello, como rezan las pintadas que le tributan en las paredes del inmueble donde vive-, otro borroka, otro que se llama Andana y se pira a Madrid a estudiar filosofía. El hermano drogadicto muere, el padre que no se desprende de sus “prontos” pasará de pegar a la madre a pegar a la hija, el hermano borroka acabará en la trena, Amaia irá creciendo y agostándose sola, desamparada, y encontrará algo de consuelo en los libros, coqueteará con las drogas y con nefastos escarceos sexuales y tendrá un cara a cara con su progenitora de dramáticas consecuencias.

Pero todo esto es la máscara, aquellas etiquetas que nos permiten abordar la novela grosso modo, la punta del iceberg, bajo la cual fluye el magma de la historia, el latido vital que brota con unos diálogos muy logrados que demuestran que Edurne tiene muy buen oído y permiten que sintamos a flor de piel la violencia, no solo la mortal del atentado, sino la violencia del maltrato filial, del desempleo, de la droga, de la ideología criminal y regresar también a los noventa y a las canciones de entonces de grupos como La Polla, Eskorbuto, Extremo, Kortatu…

En El retorno de Amaia, hija pródiga de recuerdos que querrá aquilatar en su escritura, es donde la autora se extiende más y donde las frases más cortas dan paso a largas parrafadas y creo que ahí la historia pierde fuelle, la narración se resiente y se enmaraña en un querer explicar las acciones del comienzo con las circunstancias que en mayor o menor medida explicarían o justificarían ciertas conductas del padre y de la madre, validando aquello de Gasset de que soy yo y mi circunstancia, cierto, pero también que si no la salvo a ella, no me salvo yo. Y esa es la clave, en qué medida me salgo del papel, hago trizas mi rol, y hago no lo que se supone que tengo que hacer, sino hago aquello que decido que quiero hacer, salvando así mi circunstancia, dejando de ser un títere y en qué medida ese posicionamiento era posible entonces, en aquella sociedad, cuando ante cada asesinato etarra, cada palada de tierra llevaba aparejada otras tantas de silencio, miedo, rabia e impotencia.

Y una curiosidad, ¿el libro cuya lectura abandona Amaia, es Todas las almas?