De Senectute

De Senectute (Quino)

No es necesario que sea el 26 de julio, el Día de los abuelos, para leer este espléndido cómic, De Senectute, de Quino, que toma el título del ensayo de Cicerón.
Quino llegó a la vejez, murió en 2020, con 88 años, luego tenía, como se ve, su propio parecer sobre el arte de envejecer.

Sus viñetas muestran el deterioro físico, el espejo ante que el senecto grita ¡Socorro¡

De Senectute

La vejez asociada a la pérdida de memoria. La memoria como ancla a la realidad. El memorex como medicina que hace renacer el deseo ausente y también la llamada de la carne turgente. El reloj como un suero capaz de curar al enfermo del malestar de la edad. La suma de años para llegar a la conclusión el anciano de que el mundo no mejora un ápice. La vida humana insignificante al lado de la de un árbol. El hombre que se cree el rey de la selva y apenas es capaz de convocar con su bramido a media docena de conejos. La abuela que va dejando desperdigados sus recuerdos por el salón. Los ideales convertidos en microorganismos muertos. El abuelo que echa mano de la computadora del nieto para ver cuerpos femeninos en sazón. La abuela que gustaría echar una moneda a la escultura y así alzar el velo que es la hoja de parra que cubre el miembro pétreo. Aquel que tiene que vender a precio de saldo las bolas del mundo, cuando ya no quede mundo. El abuelo privatizado por la empresa nonno rent y ofrecido a otras familias como un servicio auxiliar. El abuelo que pierde el cabello y también las hojas de laurel que perlaron su frente antaño, tal es la gloria deshojada y preterida. El infante luego anciano que en sueños hará justicia contra los que le ofendieron, etcétera.

Llegar a la vejez es cerrar el círculo, arribar a la estación final, culminar un viaje que para cada anciano es distinto. Otros muchos no llegan a finalizarlo y se quedan mucho antes por el camino. No es un camino de rosas, lo sabemos, lo vemos, lo sufrimos. La inteligente lucidez de Quino es tal que la sonrisa que muchas de sus viñetas provoca, culmina, a menudo, en una mueca en el rostro del lector.

Y para aquel que siga interesado en el tema, dejo el enlace a la lectura que hice del ensayo De senectute política. Carta sin respuesta a Cicerón, de Pedro Olalla.

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Estamos todas bien (Ana Penyas)

Mircea Cărtărescu en su última novela publicada en España, El ala derecha, hablaba así de su madre:

…y, entre tanto, lavar, frotar, hacer las camas y recoger lo de todos, la marcha de mi padre al trabajo y la mía a la escuela, las cazuelas de comida («No sé qué prepararos, voy a volverme loca») y la falta de reconocimiento y la indiferencia general, como si esta mujer que nos había convertido en personas, esta persona buena y honra da («Mircişor, no se te ocurra en esta vida llevarte ni un hilo que no sea tuyo»), que se había colocado en el último lugar, en ningún lugar, de hecho, en la jerarquía de las necesidades familiares, sin ropa para salir, sin zapatos, sin maquillarse y sin arreglarse, que renunciaba incluso a su colonia de un leu, la de los cochecitos de cristal, que se hacía la permanente una vez al año, con motivo de quién sabe qué ocasión, fuera tan solo una criada pagada para ponernos todo delante de las narices, para lavar y planchar nuestra ropa y que pudiéramos presentarnos decentemente en nuestro deambular el ancho mundo, brumoso y aterrador, que se extendía más allá de su pueblo en el centro de Bucarest…

Falta de reconocimiento, indiferencia general, colocada en el último lugar, en ningún lugar, tan solo una criada, etc. ¿Nos suena, verdad?

El otro día mi hija pequeña andaba con dolor de cabeza. Después de un par de horas, algunas atenciones y mimos y un ibudol ya estaba recuperada y me dijo: Gracias por cuidarme.

Canta Rigoberta Bandini que sin tetas no habría humanidad. Añado: Y sin los cuidados que nos han prestado siempre las mujeres la existencia sería inasumible. No somos conscientes del incalculable valor, de la necesidad y del escaso reconocimiento de las cuidadoras y de sus cuidados.

Estamos todas bien

Ana Peynas crea Estamos todas bien en 2017, con 30 años. En el cómic da voz a sus dos abuelas: Herminia y Maruja. Mediante las conversaciones que mantiene con ambas conoce mejor el pasado, desde los tiempos de la posguerra, el abandono del pueblo y la llegada a la ciudad (Alcorcón y Valencia), el cuidado de los hijos, la marcha de los mismos, hasta el asentamiento en la vejez, el dolor de huesos, la soledad, el aburrimiento. Sirve por tanto aquí la escritura y las ilustraciones como vía de conocimiento para Ana de su pasado familiar, único, pero a su vez extensible al resto. Vemos la Movida madrileña, las películas de Almodóvar, los productos de aquella época: La Casera, Lagarto, Nivea
Hay un contraste entre Herminia y Maruja; la primera vitalista, alegre, curiosa, y Maruja, sin embargo, más aburrida, cansada, negativa, necesitada de pasar más tiempo con los suyos.

Se dice en el cómic que hay demasiadas historias de amor escritas, pero que no hay tantas de abuelas, por eso, historias como las de Ana son tan necesarias y saludables cuando se hacen desde el sentimiento, el conocimiento y la verdad.

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Cinco mil kilómetros por segundo (Manuele Fior)

Publicado en 2011 y reeditado en 2022 por Salamandra Graphic, Cinco mil kilómetros por segundo, cómic de Manuel Fior, con traducción de Regina López Muñoz, nos sitúa en Italia.

Las acuarelas de Manuel con muy pocos colores resultan, sin embargo, muy vívidas y expresivas en la minuciosidad con los detalles. La gama de colores verdes y amarillos en la primera parte es la plasmación del deseo, la voluptuosidad, la juventud en su ánimo explorador. Las relaciones que se principian y abortan. El triángulo formado por Lucía, Piero y Nicola.

Lucía llega a su nuevo hogar y prontamente se enamora de Piero, aunque Nicola siempre está ahí, como el perro del hortelano. Como la vida sigue su curso, Lucía marcha a Noruega, Piero, como paleontólogo, irá a Egipto. En Noruega los tonos son azules, como el espíritu de la lluvia, como la luz glacial; en Egipto, priman los ocres y amarillos, así es la tierra, el cielo parduzco, las pirámides, la fiebre y los sueños eróticos. Las vidas siguen su camino y en su decurso llegan las parejas, el embarazo de Lucia, la paternidad de Piero, etc. Y el deseo, como una llama inextinguible, pide segundas oportunidades, pero a sabiendas de que son imposibles, se contentan con el escarceo y el agridulce sabor de lo que podía haber sido en los labios de los amantes.

Cinco mil kilómetros por segundo

Manuel recrea con virtuosismo el espacio íntimo de sus personajes, lo prosaico del día a día, como la escena en la que Lucía toma un baño mientras su marido defeca en la taza del váter, hay deseo y sexo explícito, hay búsqueda y desencuentro, hay vida latente y patente.

Muy bueno.

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Café Budapest (Alfonso Zapico)

El cómic Café Budapest de Alfonso Zapico, publicado por Astiberri Ediciones, nos sitúa en Budapest en 1947. Ha finalizado la Segunda Guerra Mundial y tras la derrota de Hitler, en Hungría los comunistas toman el poder. Los judíos, tras haber sido víctimas de la Shoá, al ser liberados de los campos de concentración y regresar a sus lugares de origen, ven como sus casas han sido ocupadas, no son bienvenidos y algunos son asesinados. Una de las supervivientes de los campos –el de Auschwitz- es Sherintza (hay una escena terrible que explicaría su actual estado, ese estar ausente) que vive con su hijo Chaskel. Al recibir una invitación de Josef, el hermano de Sherintza para mudarse a Jerusalén, a pesar de las reticencias de Sherintza, finalmente hacen el viaje y dejan Hungría.

En 1947 la situación en Jerusalén es tranquila y árabes y judíos llevan una convivencia bastante pacífica. Poco después se sucede una escalada de violencia por unos y otros. Inglaterra, que ejerce como mediador, ve cómo la situación se la va de las manos. En 1948 tiene lugar la creación del Estado de Israel y los enfrentamientos armados entre árabes y judíos se recrudecen, como consecuencia de nacionalismos cada vez más excluyentes.

Este deterioro de las relaciones es el meollo del cómic de Zapico. Cheskel, se enamora de una mujer árabe, y ambos son testigos de cómo la situación se encarniza mientras se cometen crímenes y atentados. Josef es tentado para tomar parte en las acciones armadas de los judíos. Pero no quiere saber nada de la violencia. Los fantasmas del pasado no dejan de pasarle factura, ya que en Hungría, en la época de las revueltas obreras, el comandó una huelga y le colgaron el apodo del León de Budapest. Ni siquiera la música ofrece un bálsamo a la belicosa situación. Cheskel acude a casa de su amada Yaiza y toca su violín junto al padre de esta. Llega un momento en el que han de separarse porque las circunstancias imposibilitan una normal relación entre ellos.

Café Budapest

Como la vida da muchas vueltas, a veces los viajes son reversibles. Buscando la simetría, acabamos en 1949 en Budapest, en el Café Palestina.

El cómic de Zapico, en blanco negro, mediante abigarradas viñetas, muy expresivas, da cuenta tanto del amor, como de la alegría o la sinrazón y echando mano de un buen número de personajes normales y corrientes, sirve como una herramienta para conocer mejor la historia del pasado siglo y asimismo nos ofrece también elementos de reflexión sobre un momento determinante de la historia, pues desde 1948, la relación entre judíos y árabes es un conflicto, alimentado por el odio mutuo, que ha devenido crónico.

Bueno.

Israel y Palestina entre 1897 y 1967: una tierra dos veces prometida. (ver vídeo)