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La paciencia de los árboles (María Sotomayor)

La vida sólo es soportable por el hecho de que nadie coincide con el dolor de nadie

Emil Cioran

Sirva la cita de Cioran como pórtico, porque este estupendo y maduro libro de poemas de María Sotomayor (Madrid, 1982) -publicado en 2015 por Editorial LeTour 1987 y recuperado ahora por La Bella Varsovia- creo que tiene mucho que ver con el dolor, un dolor que nos podemos preguntar si se puede compartir con los demás, si somos capaces de ocupar el lugar del otro. Si Cioran está en lo cierto cada cual arrostraría su propio dolor y no cargaría con el de los demás, y habría que plantearse en ese caso qué valor tendrían la compasión, la empatía.

María aborda el alzheimer (enfermedad tratadas en otras novelas por autores como Sachez, Ernaux o Bobin) de su abuela muerta y te engancha ya desde el primer verso.

TU PIS GOTEA de la cama
llenándome de asco la ternura
la sonrisa era lo importante
para los retratos
y mis manos jamás se mancharon de lejía.

Hay enfermedad, degradación, ternura y asco. Hay un cuerpo seco, la raíz de la memoria y el olvido caduco. Hay mujeres unidas por un cordón umbilical o mejor, sogatira, donde al otro lado siempre arrastra la muerte.

Sotomayor se sustrae al confort de los lugares comunes al manejar esta enfermedad, cada día más común, e irá tejiendo un homenaje de palabras a punto de cruz o a vainica doble, no lo sé, pero sin dar en todo caso una puntada sin hilo en el centro de la emoción, derramándose en cada verso, buscando su verdad, encontrándola y compartiéndola con todo aquel que llegue a este puerto. Una verdad (aletheia) que como nos dijeron los griegos consiste en desvelar lo oculto, al tiempo que es ir también en contra del olvido.

No sé si el dolor se puede compartir, pero sí sé que la escritura como dijo Zambrano permite descargarse de palabras y así quizás la autora haya conseguido por este medio, desprenderse de su abuela para poder tenerla ya por siempre dentro de sí.

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Extravíos (Emil Cioran)

Todos debemos rehuir la tentación de hacer el mundo nuestro nido, de la dulce sensación de sentirnos en casa envueltos en la soflama de un interior. Las alas del espíritu no crecen sino en la repulsa del hogar, del cobijo, del calor. ¿Hay algo más noble que las delicias del extravío?

¿Cioran es un aguafiestas?. Si nos dejamos seducir por los cantos de sirena de la filosofía de la proximidad de Josep Maria Esquirol que apela precisamente al amparo, al cobijo, a todo aquello que nos sustrae al nihilismo, diremos que sí, que Cioran es una aguafiestas, aunque como comparto que El pesimismo lúcido es vivificante no me importa lo más mínimo que Cioran nos baje los humos, que nos deje a la altura del barro, que nos diga que la única esperanza del hombre es encontrar la esperanza, que lo cierto es que la vida no tiene ningún sentido; pero aún más cierto es que nosotros vivimos como si tuviera uno, que nadie hace causa común más que con sí mismo, que la vida hace de cada uno de nosotros un proscrito y de todo un semejante un verdugo, que lo desagradable de las religiones es su esfuerzo por legalizar a toda costa el ilegítimo deseo de vivir

Podría seguir añadiendo otras tantas reflexiones con piel de aforismo, pero en definitiva este libro inédito publicado ahora por Hermida editores es una buena noticia para la literatura en general y para el pensamiento en particular, un texto el de Emil Cioran (1911-1995), escrito en 1945 en rumano, antes de dar el salto al francés, que nos invita a pensar de otra manera, a replantearnos muchas cosas, a dejarnos llevar por el desencanto de sirenas que aúllan que todo importa nada, que no hay sentido y sí tedio, que el ser es el deseo de nuestra ceguera, un ser conjugado en la irrealidad, y quien sabe si lo mejor que nos podría acontecer no sería una esterilidad aniquiladora a ritmo de réquiem.

Hermida editores. 2018. 102 páginas. Traducción de Christian Santacroce

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El amor (Marguerite Duras)

No sé qué he leído. Compré este libro de segunda mano, en una edición de Orbis Fabri (con traducción de Enrique Sordo) que no incluye sinópsis. Leí el libro sin saber de qué íba y lo acabé sin saber de qué iba.
La prosa de Duras me resulta aquí aún más extremada que en Los ojos azules pelo negro, donde de nuevo los nombres importan un bledo y basta con El, con Ella y con un viajero, en una isla: S. Thala. Leer es ir en pos de la esperanza y de la búsqueda de sentido y en tanto en cuanto Duras consiga llevar al lector hasta la aurora exterior con la que finaliza la novela habrá resultado un éxito para ella, si bien aquí más que la búsqueda de un sentido creo que se trata más bien de amorrarse al sinsentido, a la locura, a la fiebre, a una estructura con un esqueleto difícil de radiografiar, a una sintaxis que hace de la narración una carrera de 3.000 metros vallas, bien plagadito de fosos de cieno, en el que refocilarse si la lectura nos la tomamos como una experiencia sensorial.

Marguerite Duras en Devaneos | El parque, La siesta de M. Andesmas, Los ojos azules pelo negro