El Premio Nobel francés André Gide publicó en 1893 El Viaje de Urien a sus 24 años. Fue su novela iniciática. Un viaje, el que llevan a cabo Urien y sus amigos en un falucho, en el cual surcan las costas de Argelia y Túnez, el Mar de los Sargazos, hasta llegar al Polo Norte.
A sus 24 años Gide echó mano de su imaginación, porque las vivencias que atesoraba a tan corta edad eran pocas, como esos periodistas que salen en los medios de vez en cuando que escriben sus crónicas sin ir al país en cuestión (milagros de la wikipedia, google maps, street view, etc), Gide reprocesando sus muchas lecturas manda a Urien y a sus amigos a la aventura, cansados todos ellos de tanto dejarse las púpilas entre libros, y quieren descubrir el mundo a través del viaje, la aventura, el sacrificio y la renuncia, todo junto y a la vez, dándose la circunstancia de que tal viaje acaba aburriéndolos a todos ellos, sumiéndolos en el tedio más absoluto, como si a pesar de tener la tez bronceada, el espíritu alimentado de nuevas sensaciones y experiencias, siguieran siendo ratones de biblioteca, que habitando la celulosa de los libros, sus metafísicas, contingencias, teologías y teodiceas.
Gide se defiende una vez finalizado el libro, contra aquellos que le acusaron de que su libro era un ejercicio de estilo y poco más.
Me parece meritorio ser capaz de escribir algo así a los 24 años, cuando muchos de nuestros jóvenes hoy (100 años después del nacimiento de Gide e inmersos en la ¿sociedad del conocimiento?) las pasan canutas para escribir una redacción de 450 palabras con algo de sentido y coherencia. Pero más allá de estas comparaciones estériles, lo que el libro me ha deparado es la lectura de un libro pomposo, de los que parecen hechos para ser declamados, susurrados al oído de una beldad, incluso para acunar a los retoños antes de abandonarlos en los brazos de Morfeo habida cuenta de sus deliciosas descripciones de mares, puestas de sol, alboradas, lubricanes, playas y cielos.
En el debe de la novela apuntar que hay muchos protagonistas pero creo que ninguno alcanza tal rango y son mero relleno. Incluso Urien no tiene apenas entidad y los diálogos vertidos, son de cara a la galería, una muestra de erudición, pero que en nada logran la conexión con el lector, que en mi caso, más allá de apreciar la belleza de algunas descripciones y cierto sentido de la aventura, me ha dejado tan frío como el cadáver que encuentran en el sepulcro de hielo.
Iba buscando otro libro de Gide y por no hallarlo escogí este. Error.
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