Un espíritu nada taurófilo como el mío se ve leyendo Los amigos (editado por Pepitas de calabaza o por Los aciertos ediciones, no me queda muy claro) de Ánjel María Fernández (Arnedo, 1972), libro escrito a la mayor gloria del torero arnedano Diego Urdiales, amigo del autor.
Ahora que las plazas de toros pierden gente entre sus gradas, que hay algunas comunidades autónomas en las que incluso están prohibidas las corridas, que la denominada Fiesta Nacional está en entredicho y que los animalistas entienden el sacrificio de los toros como una aberración, el libro de Ánjel es una vindicación de Urdiales, el urdialismo es un humanismo, en el que trata de trazar puentes y conceptos que parecen irreconciliables, leo: Y porque entiendo que ser taurófilo no solo demanda sino que exige ser animalista, estoy seguro de que todo el animalismo ha de ser taurófilo más pronto que tarde; no me cabe duda […] la tauromaquia devendrá en ejemplo a seguir, se constituirá en el horizonte y allanará la senda que marcará nuestra relación como especie humana con el resto de especies.
El propósito de Ánjel es seguir en 2016, a Urdiales un año por los ruedos, pero como este objetivo se malogra, se conforma con seguir las corridas por televisión, otras de forma presencial y echando mano también de grabaciones antiguas, para trazar una suerte de biografía que nos explique a Urdiales en particular y la tauromaquia en general. Ya sea con apuntes historicistas, apuntes y anécdotas en las que se manifiesta lo dificultoso que les supone a los diestros pisar un ruedo y poder ejercer de toreros. Incluso ya con cierto prestigio y reconocimiento, el traje de luces lo es también de sombras pues como se lee, sin toro no hay torero, y cuando los toros no son buenos (en el libro se habla acerca de los encastes) poco puede hacer el torero más allá de sumirse en la desesperación. Vemos años de sequía en los que es difícil ir teniendo continuidad en los ruedos para lo que se precisa una gran fortaleza. Leyendo a Ánjel escribir sobre Urdiales uno parece encontrarse ante algún héroe o Dios griego del que por muy humanos que se presenten, hay algo que los conforma y los hace, no distantes pero sí especiales. O al menos con estos ojos parece contemplar al diestro -como el que ve y se extasia ante un David de Miguel Ángel- el autor.
El toreo se sueña, el toreo se piensa, el toreo se entrena, pero exige después culminarse en plaza verdadera, ante público cierto y delante de animal para concluir lo nunca hecho, para materializar una novedad, para publicar lo inédito.
El texto también se puede entender como un anecdotario (sobre toreros paracaidistas o pánicos, por ejemplo), poblado el texto de una galería de personajes singulares y literarios que dan su juego, gracias al humor sostenido y chocarrero que destila Ánjel, que irá conociendo en ese ambiente taurino personas de lo más granado, como el Chisporrote: estrella mejicana del reguetón, Diana y su falotesis, Aldonza, la pareja del narrador, la señorita Flórez, que permite a la narración buscar los derroteros del suspense.
Sin que la tauromaquia me llame lo más mínimo, el libro de Ánjel me ha mantenido entretenido, y quizás en un futuro la novela, ya sin estar bajo los efectos de la dietilamida, puede abocar en otro texto, en un ensayo (el autor quiere romper con esa imagen que tiende a tildar a los taurófilos de paletos, ignorantes, salvajes, de derechas, etcétera), aquí ya esbozado, a cuenta de la integración de la tauromaquia en la modernidad y su nueva sensibilidad, si esto es posible y no nos hallamos ante un oxímoron.
Los aciertos Ediciones. 2020. 191 páginas