Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a lo que suele decirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno.
Este pecado, en cuanto me ha sido posible, he procurado yo huir desde el instante que tuve uso de razón; y si no puedo pagar las buenas obras que me hacen con otras obras, pongo en su lugar los deseos de hacerlas, y cuando éstos no bastan, las publico; porque quien dice y publica las buenas obras que recibe, también las recompensara con otras, si pudiera; porque, por la mayor parte, los que reciben son inferiores a los que dan; y así, es Dios sobre todos, porque es dador sobren todos y no pueden corresponder las dádivas del hombre a las de Dios con igualdad, por infinita distancia; y esta estrecheza y cortedad, en cierto modo, la suple el agradecimiento.
Yo, pues, agradecido a la merced que aquí se me ha hecho, no pudiendo corresponder a la misma medida, conteniéndome en los estrechos límites de mi poderío, ofrezco lo que puedo y lo que tengo de mi cosecha; y así, digo que sustentaré dos días naturales en metad de ese camino real que va a Zaragoza, que estas señoras zagalas contrahechas que aquí están son las más hermosas doncellas y más corteses que hay en el mundo, excetado sólo a la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis pensamientos, con paz sea dicho de cuantos y cuantas me escuchan.
Qué razón tenia Cervantes. Por supuesto. Es algo que he comprobado a lo largo de mi vida. Muchas personas no saben decir: gracias. No saben. Recuerdo muy bien que una de las enseñanzas que debo a mi padre es esta. Siempre decia que las cosas, lo detalles de los demás, había que verbalizarlos. Había que agradecerlos.
Y el capítulo de el Quijote en el que claramente Miguel de Cervantes alude a ello, siempre me ha parecido una maravilla y una gran lección.
Concha, gracias por tu comentario. Hoy aunque creo que vivimos en la era de la indignación y del pataleo, creo necesario ser agradecido. Eso que comentas de agradecer las pequeñas cosas es necesario porque de ahí a la incomunicación total hay un paso. No cuesta nada, por ejemplo, cuando te sirven un café dar las gracias al camarero en lugar de ensimismarnos en la pantalla de un móvil.