Leche (Marina Perezagua 2013)

Marina Perezagua leche Editorial Libros del lince
Marina Perezagua
2013
Editorial Los libros del lince
181 páginas

Hay lecturas que acarrean efectos secundarios. Después de haber leído, por ejemplo, los estupendos relatos de Ignacio del Valle (Caminando sobre las aguas) o el mejor libro que he leído en lo que va de año, Divorcio en el aire (Gonzalo Torné), mis expectativas aumentan exponencialmente y esto creo que influye en las lecturas siguientes. Quizás por este motivo (porque todo es relativo y susceptible de comparación) el libro de Marina Perezagua, su corto recorrido, su vuelo gallináceo, incapaz de suscitar mi interés (salvo algún relato), me ha resultado una lectura desapasionada y funcional. Lo siento, pero a pesar de su título, este libro no es la leche.

Leo por ahí que la joven escritora (sí, ahora se considera joven alguien que frise los 40 años, cuando hace dos generaciones a esa edad, los 40, nuestros abuelos ya lo eran, o casi), tiene una voz íntima (¿no todas lo son?), personal (¿no todas lo son?), firme (¿no todas las son?), facetada con esa etiqueta de autores jovenes, que encajan bien en la categoría de profecías que se autocumplen (y si no al tiempo), visto los parabienes en los que se deshacen otros compañeros de profesión, Ray Loriga, el primero, el cual escribe el prólogo del libro. Nos dice Ray (a quien dejé de leer tras Héroes, Lo peor de todo y Trífero), que la lectura de los relatos de Marina depara casi una función terapeútica (y es verdad, a mí, dormitar, o echarme una cabezadita mientras leo, me relaja y tonifica mis neuronas hasta dejarlas vacías de preocupaciones y afanes mundanos).

Esa voz, decía, íntima, personal, firme, etc, debe engatusar, susurrarte cositas en el pabellón auditivo de tal manera que esa cosa física llamada libro se convierta en una apéndice (analógico o virtual) más del cuerpo, que te envevene el conocimiento de tal manera que no puedas pensar en otra cosa hasta ultimarlo, lo cual no sucede siempre que leemos, por nuestra propia integridad psíquica, ya que en el caso contrario podríamos jugar al sogatira con nuestras arterias.

La escritora, digo yo, querrá remover algo dentro de nosotros recurriendo a temas que pueden parecer escabrosos, a saber: el sexo (corridas faciales por parte de animales mitólogicos), carne decrépita, enfermedades, castraciones, bombas atómicas, amamantamientos seminales, transplantes, latidos de deseo recauchutado, atropellos, guerras (la Segunda), países ocupados, hermanas a la fuga, etc, pero la lectura de todos estos relatos es como ir en autobús por una autopista, o en un camión como el protagonista de El Piloto, donde reparas en cosas triviales y te pierdes todo lo demás, porque la prosa de Marina como el parabrisas, abriga pero aisla de eso que está ahí fuera, fuera.

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