Archivo de la categoría: Literatura Italiana

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Amianto (Alberto Prunetti)

Alberto Prunetti escribe sobre su padre Renato, trabajador soldador itinerante durante más de 35 años por toda la geografía italiana, que murió con 60 años. El amianto parece ser el responsable de su muerte, y así se dictaminará en una sentencia, que siempre llega tarde. Cuando el muerto ya está en el hoyo. Una sentencia según la cual Renato debería haberse jubilado (prejubilado) siete años antes, siete años que se hubiera evitado de exposición al amianto, al zinc, al plomo, lo que hubiera alargado seguramente su vida.

«Justicia es no morir en el trabajo, no morir ni ver morir a tus propios compañeros. No tener que morir en los términos que establece la ley. Es trabajar sin ser explotado. Y que lo que es un derecho estando vivo no te sea reconocido cuando ya has muerto».

Prunetti para evocar la figura su padre también nos habla de su infancia, adolescencia, y adultez, sus años como futbolista de niño, su época en la universidad y su estado actual como traductor, «trabajador cognitivo precario», se autocalifica; lo que Alberto nos viene a decir es que las condiciones laborales se han empobrecido, aliado con un lenguaje que blanquea las cosas. El complemento de penosidad de la obra que Renato cobraba 1976 pasaré a renombrarse luego como «prima». La penosidad, claro está, sigue existiendo.

«La memoria para mí es algo vivo que se preserva pasando la lijadora sobre el óxido del tiempo».

«Nací entre el amianto de Casale y el acero de Piombino, entre el polvo asesino y las colas de los altos hornos. Venir al mundo fue como nacer bajo la lona de amianto, crecer significa dar el salto del tocho. Porque crecí en la costa del fango rojo, jugando a la pelota en el campo asfaltado de la antigua Ilva donde fui al colegio. Durante años acudí al trabajo bordeando una fábrica de titanio y ácido sulfúrico, el camino que me llevaba la universidad que seguir el curso del Merse, que es un pequeño río lleno de arsénico y de otros metales pesados liberados en las minas inundadas, en las que se ha almacenado toneladas de cenizas del pirita. Bajo el signo del amianto y de la nocividad. Soy acero, ascendente amianto».

Amianto es la primera parte de una trilogía que Prunetti está llevando a cabo sobre la clase obrera.

Amianto es la vida de Renato y también su pronta muerte, igual a la de muchos, víctimas todos ellos de un sistema que los extermina y acalla sus muertes en pos siempre de la productividad, el rendimiento, el beneficio, sin evitarles la nocividad, la penosidad, la peligrosidad; el capitalismo nuestro de cada día, en suma.

La traducción impecable como siempre va a cargo de Francisco Álvarez. Y pienso en los excelentes traductores del italiano que tenemos en nuestro país: Xavier González Rivera, Pepa Linares, José Ramón Monreal, Carlos Gumpert, José María Micó…

Hoja de Lata Editorial
Año de publicación: 2020
Traducción de Francisco Álvarez
200 páginas
Prólogo de Isaac Rosa

Lecturas periféricas | La mano invisible (Isaac Rosa)

9788432235764

El contrario de uno (Erri de Luca)

El contrario de uno, con traducción de Carlos Gumpert, es un libro de quince relatos, de corte autobiográfico, escrito por Erri de Luca en 2003. Leyendo otros libros del autor napolitano veo que hay ciertos temas recurrentes que conforman el ser de Luca. Uno es su ánimo combativo, manifestado por ejemplo en La parola contraria. Aquí, vemos en unos cuantos relatos cómo Erri sale a las calles, forma parte de las revueltas, para reivindicar los derechos de los trabajadores o cualquier otro acto de injusticia, haciendo ver al poder que el pueblo cuando se une también puede enseñar el hocico en la confrontación, aunque se lo partan. Las algaradas callejeras tienen su envés romántico, pues ahí el amor fluye, al menos una vez, entre todos los que pueblan las calles y ellas ofrecen su amor a los aguerridos e idealistas jóvenes e incluso desde las cimas de las laderas se reúnen ellos y ellas para cantar y dar ánimos a los que próximos, permanecen encarcelados.

Ante las fotos de Erri uno ve un tipo sarmentoso, la cara cincelada con piolet, en sus pupilas brilla una naturaleza mineral, la propia de las montañas que a Erri le gusta escalar y que era el sustrato narrativo de su novela La natura expuesta. Ese es el otro tema recurrente: la montaña. En varios relatos, Erri se ve secundado por mujeres que buscan la cima. En un relato, para la mujer, la ascensión deviene una especie de catarsis, la posibilidad de desarraigar de su ser los cantos de sirena del suicidio, de su anhelada extinción, incluso a manos ajenas. En otro, Erri inicia una escalada con una mujer, formando ambos un ente orgánico que asciende montaña arriba, siendo ya lo contrario de uno. Erri, además de buen montañero, sabe muy cómo transmitir con palabras la experiencia de la escalada, la comunión que se establece entre ambas naturalezas, y la sensación de libertad, de ser aire, agua, la plenitud e insignificancia experimentada sobre el lomo calizo de una montaña, en la que todos son intrusos, y la necesidad también de ser humilde y saber cuándo dar la vuelta, regresar y no jugarse la vida en balde. Hay incluso un relato en el que allá arriba, alejado de la peste urbanita se da Erri de bruces con un joven belicoso y malencarado que se afana en lanzarlo a la muerte, al vacío. Quiera que Erri se maneje bien con brazos y piernas y salga airoso de tamaño lance, aunque portando eso sí el escrúpulo, la china en el zapato de la culpa, reverdecida y punzante luego en el recuerdo.

Otros relatos dan cuenta de cómo Erri superó la malaria cuando trabajó en África. Días debilitado, debatiéndose entre la vida y la muerte y cómo, una monja, cual ángel de la guarda, le devuelve a la vida a cucharadas, merced a un caldo de pollo que acabará resucitándolo. Erri cual vagamundo deambula por el orbe, sin mujer ni hijos, aunque amores hubo en su travesía; amores saldados, recuperados en el recuerdo, que ya no duelen, otros quedaron esbozados en los márgenes del deseo, en anuncios no enviados.

Erri trabajó en la construcción tanto en Sicilia (ahí establece el autor una relación entre el Etna y El Vesubio, al tiempo que recuerda anécdotas familiares como la orientación al dormir de su padre en dirección al Vesubio) como en Torino, lo que le brinda la posibilidad de conocer otro tipo de entendimiento humano, el de los peones de las obras como él, que se auxilian en su soledad, melancolía, añoranza. No Erri, que se siente y sabe sólo y no echa en falta lo que nunca tuvo, lo cual no lo hace más libre, pues anida en los relatos una necesidad de cariño, amor, afecto, de completarse, ansia de plenitud, de dejar de ser uno. En el poema que sirve de pórtico al libro, Mamm´Emilia el ser que no es nada acaba naciendo completo y luego esa construcción, dado a luz, es un vivir que supone un acrecimiento inmensamente menor, como si todo fuera, lo es, una cuenta atrás hacia la nada, y uno busca aunque sea a manotazos algún asidero, un pesebre, un caldo caliente, una caricia, un afecto, una sonrisa, algo de luz y calor, ante la noche oscura que se cierne, irremediable, sobre cada uno de nosotros, búsqueda, anhelo: más que cópula carnal, conjunción espiritual, completarse en el otro.

Relación de relatos:

Viento en la cara, Fiebres de febrero, La falda azul, Ayuda, La camisa en la pared, Una mala historia, Anuncio jamás enviado, In nomine, Los golpes de los sentidos, La cuenta, El pulgar arlequín, La pilastra de Rozes, La fábrica de vuelos, La conjunción “Y”, Vino.

Seix Barral. 160 páginas. Traducción de Carlos Gumpert.

Resto qui (Marco Balzano)

Resto qui (Marco Balzano)

Nadie se acuerda ya de los destierros provocados por los pantanos

Julio Llamazares

No es raro en los meses de sequía ver asomando campanarios sobre las aguas de los lagos -pienso en el embalse de Mansilla o en el Pantano del Ebro- a modo de ojo de piedra, atesorando una historia que se nos hurta, como la recogida en el estupendo documental de César Souto y Luis Avilés, Os días afogados, con el hundimiento de Aceredo.

Resto qui de Marco Balzano (Milano, 1978), es la historia que le cuenta Trina a su hija, la historia de su pueblo, Curon; una historia la suya de supervivencia y resistencia que podría hermanarse con La lluvia amarilla de Julio Llamazares, cambiando la soledad de un hombre convertido en el último habitante de un pueblo abocado a echar el cierre, por el empeño de permanecer en un pueblo que en vez de despoblado, desaparecerá anegado bajo las aguas cuando se construya una presa, después de muchos años -aunque no tantos como los que se precisaron para inaugurar la presa de Enciso- de tiras y aflojas entre las autoridades -que van cambiando de manos- y los vecinos, contando incluso con el aliento papal de Pío XII.

Curon es un pueblo ubicado en el Südtirol que tras finalizar la Primera Guerra Mundial, tras la desaparición del Imperio Austrohúngaro, pasará a ser del dominio italiano bajo la férula de los fascistas de Mussolini. Allí reside Trina que sueña con ser maestra junto a sus padres y hermano. La llegada de los fascistas italianos no les trae nada bueno a los lugareños, más allá de una italización impuesta que asumen a regañadientes, afanados ellos en el día a día de sus tareas agropecuarias.

La novela, a pesar de su brevedad: apenas 176 páginas, hace un recorrido que va desde comienzos de los años 20 del pasado siglo hasta el momento presente. Los habitantes de Curon creían que si los alemanes tomaban el poder formarían parte de su territorio, lo cual no sucedió pues siguió bajo dominio italiano. Se les ofreció a los de Curon en el 39 la opción de cambiar de residencia y trasladarse a los dominios alemanes, cosa que Trina y su marido Erich decidieron no hacer.

La historia de Trina y Erich es como la de una gota de agua en el mar de la historia; vivencias personales que se incardinan en el flujo histórico, sin que la narración devenga un aluvión de fechas y acontecimientos, sino algo mucho más doméstico, ligero, manejable, personal (más un plano corto que uno cenital) como es la mera supervivencia, cifrada en llegar al día siguiente, un aferrarse al terruño. Ver anegado su pueblo implica ver desaparecer sus raíces, todo aquello que supone su vida y su lucha tiene un elemento más sentimental que ecologista, porque no se oponen tanto a la presa, que como la construcción de una carretera o un viaducto tiene su manifiesto impacto medioambiental, pero va en el haber del “progreso”, sino que al construirla en su pueblo, este desaparecerá, por lo que esto les afecta en primera persona, y una indemnización no alcanzaría nunca a resarcir el daño irreparable que esto entraña.

La novela, narrada cronológicamente, se estructura en tres actos. Una primera parte en la que vemos a la jovencísima Trina enamorarse de Erich, casarse y ejercer como maestra clandestinamente. La llegada de sus dos hijos y la desaparición de uno de ellos: Marica que se evapora una noche de la mano de la hermana de Erich y a la que Trina nunca más verá; trance que que da lugar a la novela, que viene a ser el relato de su vida y la de su padre, que Trina le ofrece. El clima bélico, el tener que nadar entre las aguas fascistas de Mussolini y Hitler sin que Trina y Erich quieran meter en el agua ni siquiera los tobillos (no como su hijo Michael, seducido por los cantos de sirena nazis), les llevará en la segunda parte a tirarse al monte, convertirse en fugitivos, codearse con desertores, ver pasar los meses escondidos en establos, hacinados como animales, pero subsistiendo gracias a la solidaridad humana hasta el fin de la guerra. Finalmente la novela acaba con el pueblo sumergido, Erich enterrado, toda vez que le han arrebatado todo y su magra esperanza muera al poco, de inacción y Trina consolándose con palabras, vertiendo en el papel su historia, dando cuenta de sus avatares y desventuras, del sempiterno empeño de Erich por permanecer en Curon contra viento y marea, hasta sus últimos días.

Cuando Trina escribe ahora en su cuaderno Curon presenta el aspecto de una villa turística a la que la gente acude a echar fotos al campanile, a navegar por el lago. Ante la mirada inquisitiva del viajero curioso, Balzano nos lega la sugerente historia de Trina, Erich y la de otros muchos que han visto sus pueblos anegados y buena parte de su vida borrada de un zarpazo, poniendo así en el mapa -no solo sentimental- los destierros de los que habla Llamazares.

Einaudi. 2018. 184 páginas

Como un rana en invierno (Daniela Padoan)

Como una rana en invierno. Tres mujeres en Auschwitz (Daniela Padoan)

Como una rana en invierno. Tres mujeres en Auschwitz, publicado por la editorial Altamarea es un libro de entrevistas a cargo de Daniela Padoan con traducción de Laura y Pablo Gastaldi. Entrevistas realizadas a Liliana Segre, Goti Bauer y Giuliana Tedeschi, las tres supervivientes de Auschwitz, ingresadas allá con 13, 19 y 31 años, donde permanecieron entre 12 y 14 meses, desde abril de 1944 hasta su liberación.

En las entrevistas, que vienen a ser como una conversación a cuatro voces hay elementos comunes, como el miedo compartido a ir en cualquier momento a las cámaras de gas, ubicados sus barracones frente a las chimeneas y el humo negro; el olor a carne quemada que respiraban todos los días. La necesidad de mantener su dignidad a pesar de que a su llegada les afeitasen la cabeza, les ducharan, viéndose obligadas a mostrar su desnudez a las otras presas, para luego vestir harapos, pares de zapatos que no casaban y tener que lidiar con la menstruación que se les retiraba a las pocas semanas de su llegada; una alimentación que las conducía a la delgadez extrema, al límite de sus fuerzas. Acciones que buscaban deshumanizarlas, convertirlas en objetos, en números, como los que les tatuaban en el brazo a la llegada, si superaban la selección y no iban directamente a las cámaras de gas, auxiliadas por los Sonderkommando cuya tarea quedó fielmente reflejada en El hijo de Saúl.

Comentan que reinaba la arbitrariedad, la ausencia de toda lógica, que conduce a la barbarie y la locura, y así veían cómo los SS enviaban a la cámara de gas a las presas por cualquier tontería, por lo que cada día era una ruleta rusa. En las entrevistas hablan de las leyes raciales que desde 1938 supondrán una soga en el cuello de los judíos italianos que los estrangulará económicamente, les imposibilitará el acceso al trabajo y los privará de sus bienes, para finalmente, todos aquellos que no pudieron huir (incluso aquellos abuelos que residían en asilos) ser enviados en trenes para el ganado que recorrieron miles de kilómetros por distintos países sin que llamaran la atención de nadie, hasta los campos de concentración como el de Auschwitz.

Una de ellas comenta cómo les engañaron los guías locales cuando trataron de huir por la montaña dejándola a ella y a sus familiares a merced de los alemanes. Otros vecinos, por cinco mil liras estaban dispuestos a denunciar a los judíos. Las autoridades locales ya habían hecho sus listados con los nombres, apellidos y direcciones postales de los judíos locales y cuando los alemanes toman Italia ya tenían todo el trabajo hecho. Las entrevistas, que no son muy extensas, no se centran demasiado en la estancia en los campos de concentración, y abarcan temas de sumo interés, como el regreso a casa una vez liberadas. Conocemos este periplo por obras maestras como La tregua de Primo Levi, al que se menciona una y otra vez. El título, Como una rana en invierno procede uno de sus poemas de Si esto es un hombre: Considerad si es una mujer/ quien no tiene cabellos ni nombre/ ni fuerzas para recordarlo,/ vacía la mirada y frío el regazo/ como una rana en invierno. Comentan que ellas tuvieron suerte porque al regresar tenían familiares y encontraron algo de amparo en ellos, mientras que otras compañeras polacas y húngaras, no tenían adonde regresar, porque sus bienes y pertenencias habían sido entregadas por los nazis a sus vecinos quienes veían recelosos su regreso, sintiéndolas como una presencia incómoda, situación desesperada que abocaría a muchas de estas mujeres al suicidio al poco de su liberación.

Liliana comenta que al ser liberada, con poco más de treinta kilos, en los meses anteriores a su llegada a casa cogería otros muchos kilos y cuando regresó, más que afecto y un hombro en el que llorar, alguien con quien confesarse y aliviar su pena, encontró censura, reprobación a su aspecto físico, a su forma de vestir, a sus maneras toscas, cuestionando qué tendría que haber hecho ella para sobrevivir, qué relaciones habría mantenido, con cuántos hombres, algo que a ella le resulta increíble escuchar porque el trato entre los nazis y las presas era inexistente y no iba más allá del maltrato físico, que estas delegaban en las Kapo, aquellas presas que se encargaban de la custodia de sus compañeras a las que desde la impunidad maltrataban y sometían a toda clase de vejaciones.

Como mujeres creen que su circunstancia era diferente a la de los hombres, que ellas tenían otra sensibilidad derivada en muchos casos del hecho de ser madres, que sufrían de otra manera la desnudez, los abusos y ultrajes que atentaban contra su feminidad, que superaron la situación en gran medida gracias a las relaciones fraternales que entre ellas surgieron, a las cosas y recuerdos que compartían en la intimidad y en el amontonamiento de cuerpos exánimes; aquella generosidad compartida que sería el motor de sus vidas, mientras que en el caso de los hombres no existen testimonios de nadie que dijera haber salvado el pellejo gracias a un compañero, pues como Levi afirma cada cual debía buscarse la vida y a veces en situaciones extremas era a costa de la de los demás.

Lo que a las tres supervivientes les preocupa es ver qué sucederá cuando ya no haya testigos, cuando todo quede solo en manos de los historiadores, del empuje de ciertas corrientes revisionistas o negacionistas que ponen estos testimonios en entredicho. Ahora, nos dicen, aún hay derecho a réplica y a desmentir lo que los negacionistas afirman, pero no saben qué sucederá cuando ya no quede ningún testigo. Pensaban que después del genocidio judío, de tanto sufrimiento y tantísimas vidas aniquiladas, la sociedad abriría los ojos espantada ante tanta barbarie y rectificaría. Luego comprobaron defraudadas que las décadas venideras solo traerían más guerras y nuevos genocidios.

Se plantean también las razones que les llevaron a no hacer públicos sus testimonios al poco de su liberación. Coinciden en que sus vivencias, para muchos eran increíbles, y para ellas, si decidían plasmarlo en un papel, inimaginables, como si hubiera una distancia casi insalvable entre lo que habían sufrido y la posibilidad de transmitirlo fielmente sobre el papel. Cuando deciden hacerlo, alzar la voz, ven que el espacio público ha sido copado por los hombres, que lo que Levi escribiera era ya la regla, su testimonio merecidamente universal. Piensan que su testimonio sería como el de otros muchos y muchas, pero a su vez ven que ningún testimonio tiene esa capacidad totalizadora que todo lo abarque y que cada testimonio por lo tanto suma y aporta algo distinto. Esta premisa es la que les lleva a convertirse en testigos públicos que desde entonces irán por toda Italia hablando en colegios, institutos y otros centros, acerca de su experiencia en los campos de concentración, venciendo el desinterés, el pasotismo que el genocidio judío genera en algunos.

Las sustanciosas entrevistas se cierran con el epílogo de Daniela Padoan, el cual ofrece una visión de conjunto, panorámica, poniendo de relieve la invisibilidad de la mujer en la Soah, reflexionando sobre el valor del testigo (Primo Levi tuvo muy claro a su paso por Auschwitz que quería sobrevivir para contar al mundo lo que había visto y sufrido en el campo de concentración; algo que no estaba en la mente de Liliana, Goti y Giuliana) y de los testimonios de sus tres entrevistadas, a las que creo que tenemos que agradecerles su valentía, su arrojo, pues a la dantesca tragedia experimentada durante su encierro vieron luego añadidas las infaustas consecuencias de su liberación, que condicionarían el resto de sus vidas así como las relaciones con sus descendientes, precisando el paso de muchos años para que por ejemplo sus hijas y nietas supieran las altas cotas de sufrimiento que sus madres y abuelas habían experimentando entonces y rumiado en silencio.

Lecturas periféricas

Trilogía de Auschwitz (Primo Levi)
Trieste (Daša Drndić)
Mi madre era de Mariúpol (Natascha Wodin)
No habrá muerte. Letras del Gulag y el Nazismo. De Borís Pasternak a Imre Kerstész (Toni Montesinos)